Álvaro Vargas Llosa 29 de julio de 2019
@AlvaroVargasLl
«Para
ellos, toda pulgada de territorio ganado para el socialismo marxista o el
populismo antiliberal en cualquier parte del mundo es una conquista»
sta
semana, mientras las izquierdas de España frustraban, por sus cálculos y su
voracidad, la posibilidad de un gobierno de esa tendencia política, al otro
lado del charco se reunían, en el Foro de Sao Paulo, pero no en Sao Paulo, sino
en Caracas, las zurdas del mundo para proclamar, en una fiesta de la
fraternidad internacional y sin decirlo así, la investidura, es decir la
supervivencia, de Nicolás Maduro.
No
es una ironía menor. El Foro de Sao Paulo, creado en 1990 bajo el impulso de
Fidel Castro y Lula da Silva (entonces en la oposición), cobró fuerza una
década después, financiado por la corrupción de las empresas constructoras
brasileñas, el gigante estatal Petrobras y, por supuesto, la faltriquera de
Hugo Chávez. Dicha red internacional jugó un papel en la radicalización de la
izquierda española. Formalmente, fueron Izquierda Unida y diversos movimientos
sociales los que representaron a lo largo de los años a España en ese aquelarre,
cuyo verdadero enemigo no era tanto el «neoliberalismo» que quería abolir, sino
la socialdemocracia de la «Tercera Vía» de los británicos Giddens, Blair y
Mandelson (New Labour) y, estirando un poco la liga, Bill Clinton (New
Democrats), a los que veía como claudicantes ante el derrumbe del mito
soviético y el triunfo, en Occidente y China, del capitalismo en sus diversas
variantes.
Pero
esos representantes españoles fueron postergados por Podemos, que a la larga
acabó siendo, no formal pero sí indirectamente, el capítulo madrileño del Foro
de Sao Paulo. Que Podemos tenga votos que antaño eran socialistas y el líder
del PSOE anhele nuevas elecciones, al precio de sacrificar la investidura, para
recuperar los votos que Podemos le birló, en gran parte tiene que ver con la
radicalización de la izquierda española, a su vez epifenómeno de la que ha
ocurrido en otras partes, al abrigo de redes de fraternidad revolucionaria como
el Foro de Sao Paulo. De varios de sus miembros connotados, incluida Venezuela,
Podemos ha estado muy cerca durante muchos años.
Que
el Foro de Sao Paulo, en su XXV edición, convocara esta semana a
revolucionarios de toda América Latina, así como de Europa, África y Asia, a
Caracas, la capital del hambre y la muerte, para simbolizar la victoria de
Maduro sobre sus enemigos y reimpulsar a una izquierda que ha ido perdiendo
fuelle en aquel hemisferio como lo ha perdido, en su versión socialdemócrata,
en Europa, es un buen recordatorio de por qué los adversarios de la democracia
liberal, la globalización y los derechos humanos son un hueso tan duro de roer.
No
descansan nunca, no desmayan ni siquiera en sus horas más bajas (el Foro se
creó, justamente, poco después del derrumbe del Muro de Berlín), no abandonan a
los suyos aunque estén bajo el estigma de la inmoralidad (como Lula, cuya
libertad piden a gritos como si no hubiera ocurrido bajo su mando la mayor
corrupción de la historia republicana de su país) y no distinguen entre aliados
poderosos e islas a las que a muchos participantes costaría ubicar en el mapa,
pues toda pulgada de territorio ganado para el socialismo marxista o el
populismo antiliberal en cualquier parte del mundo es una conquista.
Me
pregunto cuántas victorias habría ganado la causa de la civilización liberal, del
Derecho y la soberanía individual si quienes profesamos estas ideas hubiéramos
sabido actuar con el sentido de fraternidad universal y la terquedad bestial
con que lo hace esta pléyade de infames que han ido a bailar su odio ideológico
sobre la miseria de tantos venezolanos reducidos a condiciones infrahumanas.
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