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martes, 30 de julio de 2019

Luego de 6 meses Juan Guaidó mantiene en jaque a Nicolás Maduro, por @PedroBenitezF




Pedro Benítez 29 de julio de 2019
@PedroBenitezF

Luego de seis meses de intentar desalojar infructuosamente a Nicolás Maduro del Palacio presidencial de Miraflores, era de esperar que la presión externa e interna sobre el régimen comenzará a disiparse. Esa ha sido su apuesta. Después de todo, Maduro ha resultado un hueso más duro de roer que lo previsto por sus adversarios.

Pero por el contrario, Juan Guaidó se las ha arreglado para mantener la presión interna y externa intacta. El haber jurado el cargo de presidente encargado del país ha sido un desafío a la dictadura que ha puesto de relieve un dato fundamental para entender el proceso político en Venezuela: pese a sus tropiezos, la oposición al chavismo ha demostrado ser inderrotable.

Varias veces en casi dos décadas, víctima de sus propios errores, de las circunstancias y de su propia incapacidad para descifrar el juego del poder chavista, la oposición ha sido aplastada y sumida en el desaliento para terminar resurgiendo con cada vez más fuerza. Hugo Chávez con todo su poder y petrodólares quiso sumirla en la irrelevancia definitiva, pero fracasó. Maduro, que ha hecho uso de un terrorismo de Estado inédito en el país, no ha podido evitar verse cercado por esa oposición, en casi todos los frentes.

Si se repasan los acontecimientos de estos 20 años se apreciará que de cada derrota resurgía con más fuerza una oposición dispuesta a derrumbar todo el edificio del poder chavista.

La oposición venezolana parece destinada a ir de derrota en derrota hasta la victoria final. Con Juan Guaidó esa historia se repite pero con un elemento adicional: él es una figura nueva a la que los venezolanos no cargan con las culpas del pasado.

A finales de 2018 el movimiento opositor venezolano estaba desmoralizado, desmovilizado y dividido. Sin liderazgo, sin política, sin estrategia, ni esperanza, lucía impotente.

El intento por parte del exgobernador Henri Falcón de crear una nueva oposición con su participación en el simulacro electoral que Maduro organizó para reelegirse, había fracasado.

Por medio de todo tipo de maniobras la Asamblea Nacional (AN) había sido reducida a la irrelevancia por parte del régimen, creándole además un supuesto poder paralelo en la Constituyente.

Incluso, para un sector pequeño pero ruidoso dentro de la propia oposición, encabezado por la exdiputada María Corina Machado, el obstáculo para el cambio era la misma Asamblea Nacional a la que no dejaban de criticar y cuestionar ante la opinión pública por su incapacidad para sacar a Maduro de la Presidencia.

Por su parte, este parecía tener el camino más o menos despejado para consolidar su poder personal sobre un país devastado. Con los más importantes partidos opositores ilegalizados, con la mayoría de sus dirigentes presos o en el exilio, el destino de Venezuela parecía ser el de Zimbabue.

Las advertencias por parte del Grupo de Lima y de los gobiernos de Estados Unidos y España de reconocerle su legitimidad si juraba para un nuevo periodo presidencial, no eran más que eso, amenazas.

La aparición de Juan Guaidó en el escenario en enero lo cambió todo. No sólo por el apoyo internacional que consiguió de la mayoría de las democracias del mundo al desafío que planteó al jurar el cargo de presidente interino, sino además por el inesperado entusiasmo que él personalmente despertó dentro de Venezuela por parte de una población desesperada por aferrarse a una esperanza.

Guaidó ha sido el primer líder opositor que ha logrado penetrar claramente en los sectores D y E de la población, la base social que se suponía coto exclusivo del chavismo. El acto donde juró asumir las competencias de la Presidencia de Venezuela el 23 de enero pasado fue acompañado por una multitudinaria movilización que se caracterizó por la masiva presencia de ciudadanos de las zonas más pobres de Caracas. Esa noche comenzó una ola de protestas y disturbios en los barrios más pobres de la ciudad que sólo fue amainando por medio de la más violenta y cruda represión.

Sin embargo, aunque la presión de calle en Caracas disminuyó a lo largo de estos meses por ese motivo, Guaidó personalmente se las ha arreglado para sostenerla en el resto del país por medio de unas giras personales accidentadas, siempre objeto del hostigamiento de la policía política.

Sobreponiéndose a la persecución contra su equipo de colaboradores inmediatos y a la de los propios diputados de la AN, ha logrado además mantener el apoyo de la mayoría de los partidos opositores, tanto en el Parlamento como en la calle. Ha demostrado que el suyo no es el liderazgo producto de un laboratorio.

Sin una oposición interna articulada cualquier presión externa hubiera sido irrelevante para intentar provocar un cambio político en el país. Esta es la diferencia fundamental del caso Venezuela con Nicaragua o Cuba.

Los gobiernos que adversan a Maduro necesitan un interlocutor dentro de Venezuela y lo tienen en la persona de Guaidó, quien además ha articulado un equipo fuera del país que ha sostenido la presión asumiendo el control de activos propiedad del Estado venezolano.

De paso, ha logrado mantener el equilibrio entre el apoyo del gobierno de Estados Unidos con una posición dura y el más flexible de la Unión Europea, al mismo tiempo que intenta neutralizar el de China a Maduro sin dejar de escuchar a los rusos.

Todos estos ingredientes se han combinado para que Guaidó haya conseguido una victoria política que aunque no es definitiva sí es reveladora: obligar a Maduro a sentarse en la mesa de negociaciones promovida por el gobierno noruego. Los representantes de Maduro están allí no porque este quiera, sino porque cualquier otra alternativa es mala para él. Abandonar esa mesa tendría como consecuencia las sanciones europeas que los miembros de su régimen parecen no dispuestos a aceptar. Y seguir allí inevitablemente desembocará en la elección presidencial que Maduro o su candidato perderán.

Lo cierto es que, paradójicamente, el principal aliado de Juan Guaidó ha sido el propio Nicolás Maduro. Él ha entregado todas las piezas con que aquel le está haciendo jaque. Un ejemplo clarísimo de esto es el informe de Alta Comisionada de Naciones Unidas, Michelle Bachelet.

Guaidó y los dirigentes que le apoyan aguantaron todo el chaparrón de críticas que les llovió por su prudente actitud ante la visita de la expresidenta chilena a Venezuela, mientras Maduro intentaba manipular la situación a su favor. ¿El resultado? Un informe demoledor que lleva abundante agua al molino de la causa del presidente de la Asamblea Nacional.

El cambio en Venezuela no ha ocurrido para lógico desespero de la población, pero todavía puede ocurrir. Sin embargo, no hay que pasar por alto que sin el inesperado factor Guaidó cualquier oportunidad de cambio dentro de Venezuela ya hubiera sido barrida.

Pedro Benítez
@PedroBenitezF

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