Pedro Benítez 29 de julio de 2019
@PedroBenitezF
Luego de seis meses de intentar desalojar
infructuosamente a Nicolás Maduro del Palacio presidencial de
Miraflores, era de esperar que la presión externa e interna sobre el régimen
comenzará a disiparse. Esa ha sido su apuesta. Después de todo, Maduro ha
resultado un hueso más duro de roer que lo previsto por sus adversarios.
Pero por el contrario, Juan Guaidó se
las ha arreglado para mantener la presión interna y externa intacta. El haber
jurado el cargo de presidente encargado del país ha sido un desafío a la
dictadura que ha puesto de relieve un dato fundamental para entender el proceso
político en Venezuela: pese a sus tropiezos, la oposición al
chavismo ha demostrado ser inderrotable.
Varias veces en casi dos décadas, víctima de sus
propios errores, de las circunstancias y de su propia incapacidad para
descifrar el juego del poder chavista, la oposición ha sido aplastada y sumida
en el desaliento para terminar resurgiendo con cada vez más fuerza. Hugo
Chávez con todo su poder y petrodólares quiso sumirla en la
irrelevancia definitiva, pero fracasó. Maduro, que ha hecho uso de un
terrorismo de Estado inédito en el país, no ha podido evitar verse cercado por
esa oposición, en casi todos los frentes.
Si se repasan los acontecimientos de estos 20 años se
apreciará que de cada derrota resurgía con más fuerza una oposición dispuesta a
derrumbar todo el edificio del poder chavista.
La oposición venezolana parece destinada a ir de
derrota en derrota hasta la victoria final. Con Juan Guaidó esa historia se
repite pero con un elemento adicional: él es una figura nueva a la que los venezolanos
no cargan con las culpas del pasado.
A finales de 2018 el movimiento opositor venezolano
estaba desmoralizado, desmovilizado y dividido. Sin liderazgo, sin política,
sin estrategia, ni esperanza, lucía impotente.
El intento por parte del exgobernador Henri
Falcón de crear una nueva oposición con su participación en el
simulacro electoral que Maduro organizó para reelegirse, había fracasado.
Por medio de todo tipo de maniobras la Asamblea
Nacional (AN) había sido reducida a la irrelevancia por parte del
régimen, creándole además un supuesto poder paralelo en la Constituyente.
Incluso, para un sector pequeño pero ruidoso dentro de
la propia oposición, encabezado por la exdiputada María Corina Machado,
el obstáculo para el cambio era la misma Asamblea Nacional a la que no dejaban
de criticar y cuestionar ante la opinión pública por su incapacidad para sacar
a Maduro de la Presidencia.
Por su parte, este parecía tener el camino más o menos
despejado para consolidar su poder personal sobre un país devastado. Con los más
importantes partidos opositores ilegalizados, con la mayoría de sus dirigentes
presos o en el exilio, el destino de Venezuela parecía ser el de Zimbabue.
Las advertencias por parte del Grupo de Lima y
de los gobiernos de Estados Unidos y España de reconocerle su
legitimidad si juraba para un nuevo periodo presidencial, no eran más que eso,
amenazas.
La aparición de Juan Guaidó en el escenario en enero
lo cambió todo. No sólo por el apoyo internacional que consiguió de la mayoría
de las democracias del mundo al desafío que planteó al jurar el cargo de
presidente interino, sino además por el inesperado entusiasmo que él
personalmente despertó dentro de Venezuela por parte de una población
desesperada por aferrarse a una esperanza.
Guaidó ha sido el primer líder opositor que ha logrado
penetrar claramente en los sectores D y E de la población, la base social que
se suponía coto exclusivo del chavismo. El acto donde juró asumir las
competencias de la Presidencia de Venezuela el 23 de enero pasado fue acompañado
por una multitudinaria movilización que se caracterizó por la masiva presencia
de ciudadanos de las zonas más pobres de Caracas. Esa noche comenzó
una ola de protestas y disturbios en los barrios más pobres de la ciudad que
sólo fue amainando por medio de la más violenta y cruda represión.
Sin embargo, aunque la presión de calle en Caracas
disminuyó a lo largo de estos meses por ese motivo, Guaidó personalmente se las
ha arreglado para sostenerla en el resto del país por medio de unas giras
personales accidentadas, siempre objeto del hostigamiento de la policía
política.
Sobreponiéndose a la persecución contra su equipo de
colaboradores inmediatos y a la de los propios diputados de la AN, ha logrado
además mantener el apoyo de la mayoría de los partidos opositores, tanto en el
Parlamento como en la calle. Ha demostrado que el suyo no es el liderazgo
producto de un laboratorio.
Sin una oposición interna articulada cualquier presión
externa hubiera sido irrelevante para intentar provocar un cambio político en
el país. Esta es la diferencia fundamental del caso Venezuela con Nicaragua
o Cuba.
Los gobiernos que adversan a Maduro necesitan un
interlocutor dentro de Venezuela y lo tienen en la persona de Guaidó, quien
además ha articulado un equipo fuera del país que ha sostenido la presión
asumiendo el control de activos propiedad del Estado venezolano.
De paso, ha logrado mantener el equilibrio entre el
apoyo del gobierno de Estados Unidos con una posición dura y
el más flexible de la Unión Europea, al mismo tiempo que intenta
neutralizar el de China a Maduro sin dejar de escuchar a los
rusos.
Todos estos ingredientes se han combinado para que
Guaidó haya conseguido una victoria política que aunque no es definitiva sí es
reveladora: obligar a Maduro a sentarse en la mesa de negociaciones promovida
por el gobierno noruego. Los representantes de Maduro están allí no porque este
quiera, sino porque cualquier otra alternativa es mala para él. Abandonar esa
mesa tendría como consecuencia las sanciones europeas que los miembros de su
régimen parecen no dispuestos a aceptar. Y seguir allí inevitablemente
desembocará en la elección presidencial que Maduro o su candidato perderán.
Lo cierto es que, paradójicamente, el principal aliado
de Juan Guaidó ha sido el propio Nicolás Maduro. Él ha entregado todas las
piezas con que aquel le está haciendo jaque. Un ejemplo clarísimo de esto es el
informe de Alta Comisionada de Naciones Unidas, Michelle Bachelet.
Guaidó y los dirigentes que le apoyan aguantaron todo
el chaparrón de críticas que les llovió por su prudente actitud ante la visita
de la expresidenta chilena a Venezuela, mientras Maduro intentaba manipular la
situación a su favor. ¿El resultado? Un informe demoledor que lleva abundante
agua al molino de la causa del presidente de la Asamblea Nacional.
El cambio en Venezuela no ha ocurrido para lógico
desespero de la población, pero todavía puede ocurrir. Sin embargo, no hay que
pasar por alto que sin el inesperado factor Guaidó cualquier oportunidad de
cambio dentro de Venezuela ya hubiera sido barrida.
Pedro Benítez
@PedroBenitezF
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