José Porretti 22 de julio de 2019
@PorrettiJose
En
una entrevista exclusiva con Infobae, Fukuyama explica por qué las
"políticas de identidad" se han convertido en un problema para las
democracias liberales y qué significa esta ola de populismo nacionalista para
América Latina
Hace 30 años, Francis Fukuyama se
convirtió en uno de los politólogos más reconocidos del mundo cuando publicó un
artículo y después un libro en el que argumentaba, en base a una particular
interpretación de la dialéctica hegeliana y apenas finalizada la Guerra Fría,
que la combinación de la democracia liberal con el libre mercado sería
el mejor y último sistema de organización política humana.
El fascismo y el comunismo, decía Fukuyama, habían
sido superados y el único sistema político que podría perdurar sería el de las
democracias liberales con principios capitalistas. El fin de la
historia y el último hombre, publicado en 1992, dio vueltas por el
mundo y lo volvió una celebridad académica casi de la noche a la mañana.
Hoy, Fukuyama se desempeña como director del Centro
para la Democracia, Desarrollo y el Estado de Derecho en la Universidad de
Stanford, una institución que se enfoca en los desafíos que enfrentan
las democracias liberales y promueve el desarrollo sustentable. En su nuevo
libro, Identidad: La demanda de dignidad y las políticas de
resentimiento, el académico describe con preocupación la reciente ola
de populismo de ultraderecha en Europa y Estados Unidos y
argumenta que el declive de las instituciones democráticas ha facilitado el
auge de una serie de líderes políticos cuyo nacionalismo económico y tendencias
autoritarias amenazan con desestabilizar el orden internacional.
Además, critica el enfoque de identidad en grupos
minoritarios – de género, religioso, étnico o racial- de la
izquierda política en el mundo, afirmando que este enfoque postmoderno ha
dejado de lado el principal objetivo de las políticas históricas de izquierda
marxista: fortalecer la clase media y luchar por los trabajadores.
En una entrevista exclusiva con Infobae,
Fukuyama explica por qué la identidad política se ha convertido en un problema
para las democracias liberales y qué significa esta ola de populismo
nacionalista para América Latina.
Usted ha publicado recientemente un libro, Identidad:
La demanda por la dignidad y la política del resentimiento. Allí,
argumenta que el deseo o la necesidad de reconocimiento de grupos de la
izquierda y la derecha del espectro político es una amenaza para las
democracias liberales. ¿Podría explicar un poco por qué esto es así?
—Creo que en el siglo XX, la mayor parte de la
política se centró en temas económicos, y la diferencia entre una izquierda y
una derecha se definió ideológicamente en cuestiones como la redistribución del
ingreso o la libertad individual o ese tipo de cosas. Pero en los últimos años,
cada vez más con el auge del populismo global, se recuperaron las políticas de
identidad, lo que significa que las personas se alinean de acuerdo con
características fijas, como el grupo étnico en el que nacieron.
Creo que, por razones obvias, esto es muy problemático
desde el punto de vista de la democracia porque se puede discutir sobre cosas
como la redistribución o las tasas de impuestos, pero es muy difícil discutir
sobre cosas que están fijas, por ejemplo, discutir sobre etnicidad y raza o ese
tipo de cosas. Creo que esto es incompatible con el liberalismo básico, que
se fundamenta en el principio de igualdad humana y que las personas son
iguales ante la ley, porque si comienzas a definir a las personas en términos
étnicos, obviamente estás excluyendo a ciertos grupos e incluyendo a otros.
Su último trabajo analiza la política de identidad
como algo que forma parte de los "thymos" humanos. ¿Puede
explicar este concepto y por qué es importante en un sentido político?
—Existe una palabra griega llamada thymos, la
cual se traduce a menudo como "espíritu" o "orgullo
espiritual", y es básicamente una sensación de que las personas tienen un
valor interno y que ese valor debe ser conocido y reconocido por otras
personas. Un sentido de la dignidad. Y creo que es un concepto muy político
porque la dignidad requiere reconocimiento público y muchas veces la forma en
que puedes hacerlo es dentro de la política.
Gran parte de nuestra política gira en torno a una
dignidad y creo que esto tiene sus raíces en grupos marginados en los Estados
Unidos. Comenzó con los afroamericanos durante el movimiento de derechos
civiles, con las mujeres durante la primeras olas de feminismo, y con otros
grupos como ciudadanos discapacitados y comunidades indígenas en muchos países.
Todos estos grupos sintieron que su dignidad no estaba siendo reconocida
adecuadamente, que no estaban siendo tratados como seres humanos iguales a
otros ciudadanos en sus países.
Por eso creo que gran parte de nuestra política en
realidad gira en torno a temas simbólicos como las estatuas y las palabras que
la gente dice, que son referencias a la dignidad o la falta de ella.
El artículo que escribió en 1989, "¿El fin de
la historia?", llegó en un momento crucial, justo cuando la Guerra
Fría había terminado o estaba por terminar. Ahora, 30 años después, el mundo
parece estar en otro punto crucial. ¿Es por eso que decidió escribir Identidad?
—Sí, creo que hemos visto una regresión en la
democracia. Hubo un período de cuarenta años desde principios de la década de
1970 hasta aproximadamente mediados de los 2000 en los cuales el número de
democracias se expandió dramáticamente de aproximadamente 35 a más de 100, pero
en los últimos diez o quince años, hemos visto al mundo retrocediendo.
Hay países que han dejado de ser democracias y creo
que, lo que es más preocupante, en democracias bien establecidas como Gran
Bretaña o los Estados Unidos, se ha visto el surgimiento de movimientos y políticos
populistas que aceptan la parte democrática de la democracia liberal, pero no
aceptan la parte liberal de ella. No aceptan la idea de que el poder debe ser
restringido, que la ley debe tratar a las personas por igual, y que debería
haber controles y balances para la autoridad ejecutiva, y creo que ese es el
problema que estamos enfrentando en muchos países democráticos.
A raíz de este auge populista nacionalista, que, como
usted dice, desafía los principios centrales de lo que son las democracias
liberales, ¿diría que el orden mundial liberal está llegando a su fin?
—Es muy prematuro decir eso. Este es un problema que
ocurre en ciertos países específicos, pero también es algo que podría
corregirse fácilmente. Por ejemplo, si Donald Trump es derrotado el próximo año
en las elecciones presidenciales estadounidenses, creo que en realidad será una
gran victoria para los principios liberales. Entonces, tendremos que esperar y
ver.
¿Cree que las "política de identidad" están
jugando un papel importante en América Latina?
—Bueno, está jugando un papel en ciertos países. Por
ejemplo, en Bolivia, bajo Evo Morales, la nueva constitución reconoce los
derechos de la comunidad indígena y sus idiomas están de una manera integrada
en el sistema educativo. Pero en general, el populismo en América Latina es de
un tipo mucho más tradicional de izquierda. Se basa en distinciones de clase
porque hay niveles muy altos de desigualdad en prácticamente todos los países
de América Latina.
Los gobiernos populistas, como los Kirchner en su país
o AMLO en México hoy, son realmente atractivos para esa base de personas
pobres. Se convierte en política de identidad en ciertos aspectos porque en
muchos países —no tanto en Argentina, sino en Perú, Bolivia o Ecuador— existe
una fuerte superposición entre la etnicidad y la pobreza. Entonces, cuando se
habla de pobreza en esos países, realmente se habla de personas que a menudo
son indígenas y tienen un color de piel diferente al de las élites. Yo diría
que la retórica en la mayor parte de América Latina sigue siendo una especie de
populismo tradicional de izquierda en lugar de una apelación a la raza y
la etnicidad.
¿Entonces cómo clasificaría al presidente Jair
Bolsonaro de Brasil?
—Bolsonaro es un fenómeno extraño desde mi punto de
vista porque ha estado haciendo muchos comentarios racistas e
incendiarios, denigrando específicamente a personas de raza negra. Esto me
parece muy extraño en ese país, ya que la mayoría de las personas son
negras o mestizas, porque de alguna manera, esto no dañó su popularidad entre
muchas personas "no blancas" en Brasil y él ganó por un margen
bastante impresionante. Ya lo mencioné, pero diría que él sabe que está jugando
en ese tema de la raza y que también utiliza muchos tropos populistas sobre
élites arraigadas que son corruptas y, ya sabes, desafortunadamente en Brasil,
eso es correcto.
Usted habló sobre el populismo en América Latina y se
menciona a Juan Perón en sus obras, y acaba de mencionar los Kirchner. ¿Cree
que ellos utilizan este concepto de thymos para obtener votos
o fueron afectados por él?
—Absolutamente. Ellos tenían varias características
populistas y una era esta apelación carismática: representaban a los pobres,
las personas que no estaban siendo representadas por las élites existentes, y
sólo ellos tenían la capacidad de ver lo que las personas pobres querían y
empujar una agenda que pueda satisfacer las necesidades de la gente, en
lugar de las necesidades de la élite. Definitivamente hubo una buena parte de
esa apelación a la dignidad de quienes sentían que no se los veía o se
sentían no reconocidas en la sociedad argentina.
Usted dijo que el tipo de populismo de Trump o
Bolsonaro era peligroso. ¿Cree que los Kirchner o Perón eran peligrosos para la
democracia argentina?
—Sí, no importa si
es un populismo de izquierda o de derecha. La característica de ese tipo de
estilo populista es ser antiinstitucional, lo que significa que los líderes
populistas dicen a la gente "Yo soy el que puede resolver sus problemas y
los comprendo, pero hay cortes, hay medios de comunicación y hay todas estas
instituciones que se interponen sobre mi habilidad de hacer lo que quieres que
haga, por lo tanto, haré todo lo que pueda para debilitar a esas instituciones
". Creo que tanto Perón como los Kirchner hicieron eso. A Bolsonaro, creo,
le gustaría hacer eso en Brasil. Pero no ha sido un político muy competente y
no estoy seguro de que sepa realmente cómo desmantelar las instituciones
brasileñas.
Venezuela es un ejemplo particular donde los principios
de soberanía e independencia, en nombre de la dignidad nacional, se han
utilizado para suprimir la democracia y dar lugar a un régimen autoritario.
¿Cuál es su opinión sobre la política de identidad allí?
—Hugo Chávez nunca
usó la etnicidad particularmente. No era uno de estos políticos étnicamente
exclusivos, realmente era el defensor de los pobres en Venezuela, que es mucha
gente, pero sin duda era anti-elite. Era carismático e hizo todo lo posible
para desmantelar las instituciones venezolanas existentes. Creo que desde
su muerte y el ascenso de Nicolás Maduro, el régimen se ha degenerado en una
conspiración criminal. Lo único que mantiene a los militares leales a Maduro es
el hecho de que todos están involucrados en el contrabando de drogas y otros tipos
de actividades para enriquecerse personalmente. Les preocupa que si alguna vez
caen del poder, terminarían en una cárcel en los Estados Unidos. Creo que eso
es lo que hace que el régimen siga funcionando ahora mismo. Realmente no se
trata de dignidad porque es un país del cual cuatro millones de personas han
huido, y en el que la gente no puede obtener alimentos o medicamentos básicos.
Es difícil ver dónde está la dignidad en todo esto.
Donald Trump ha estado mucho en las noticias esta
semana por los tuits que hizo. La respuesta política de los demócratas fue
primero amenazar con un juicio político y luego aprobar una resolución en la
que califican a los comentarios que hizo sobre cuatro miembros de la
Cámara de Representantes como "racistas". ¿Cree que esta es una buena
manera de luchar contra la política enfocadas en la identidad racial?
—Bueno, retrocedamos un poco. Lo que hizo Trump, en
términos de buscarse pleito con estas cuatro mujeres que no son blancas, aunque
expresen posiciones de izquierda a las que él podría objetar, obviamente estaba
enfocando en su raza. Además les dijo que "regresaran a su lugar de
origen", a pesar de que tres de ellas nacieron en Estados Unidos. Este es
un político que comenzó su carrera política varios años antes de 2016, al
afirmar que Barack Obama, nuestro primer presidente afroamericano, no era
realmente un estadounidense porque no nació en los Estados Unidos. Entonces, lo
que sea que él diga para rechazar el racismo…. es obvio que este tipo es racista
y creo que ha elegido usar este tema de manera demagógica para dividir a los
Estados Unidos y aumentar su grado de polarización. Creo que, en realidad, la
mayoría de los estadounidenses están realmente asombrados y consternados por
esto, pero tiene un gran número de partidarios que realmente responden
positivamente a esto. Es la demagogia clásica, él les dice a las personas lo
que quieren escuchar para entusiasmarse, pero a costa del bienestar a largo
plazo de la sociedad.
¿Cuál diría usted que es una buena manera de luchar
contra este tipo de demagogia y este tipo de retórica?
—Es una pregunta táctica. La forma en que luchas
contra el populismo es ganando elecciones. Eso es lo que conviene y entonces la
pregunta es cuál es la mejor manera de ganar una elección. Creo que en los
Estados Unidos, esto es un tema complicado porque los demócratas tienen la
opción de moverse hacia la izquierda o quedarse en el centro. Es una cuestión
de principios, pero también es una cuestión de tácticas, ya que hay que considerar
cuáles son los diferentes grupos demográficos que se van a sentir atraídos por
una política más centrista, y aquellos que se sentirán atraídos por una más
izquierdista, y esa es realmente la división dentro del partido ahora mismo. Me
temo que las palabras de Trump esta semana fueron diseñadas para exacerbar esa
división dentro del Partido Demócrata, para crear simpatía por las personas en
el ala izquierda del partido, que moverían el partido en su conjunto hacia la
izquierda y él cree que esa es la mejor manera de ser reelecto.
La tesis que presenta en El fin de la historia
y el último hombre es que las democracias liberales con una economía
de libre mercado finalmente predominarán y superarán estos otros tipos de
regímenes. ¿El reciente retroceso en las democracias liberales, tanto de
derecha como de izquierda, ha cambiado su opinión sobre esta tesis?
—Bueno,
nunca argumenté que este iba a ser un proceso lineal, si no que siempre sería
un proceso progresivo. En el siglo XX, vimos grandes complicaciones con el auge
del fascismo y el comunismo. Pero, al final, la democracia prevaleció y creo
que también prevalecerá en este caso, a pesar de las amenazas que han existido.
Hay que recordar que una gran mayoría de los países del mundo siguen siendo
democracias e incluso los que son autoritarios, al menos pretender ser
democráticos. Putin en Rusia siente que tiene que llamar a elecciones como una
forma de legitimarse a sí mismo, así que hay algo sobre el principio de
democracia que realmente parece ser válido para muchas personas en el mundo.
Usted ha visto en Armenia, en Argelia, en Sudán, en Etiopía, en Nicaragua y en
muchos países diferentes el hecho de que el deseo de vivir en una sociedad más
libre no está muerto. Siguen siendo personas que salen a las calles a
protestar, así que creo que es importante no ser demasiado pesimista sobre el
futuro de la democracia en el presente.
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