Por: Héctor Abad Faciolince 16 Mar 2013
El popular presidente de Uruguay, Pepe Mujica, que regala
su sueldo y lleva una vida más franciscana que el papa Francisco, declaró en
Venezuela: “Chávez fue el hombre más generoso que he conocido”.
Fidel Castro
sentenció que el presidente venezolano fue “el mejor amigo que tuvo el pueblo
cubano a lo largo de su historia”. También el expresidente de Honduras, Manuel
Celaya, resaltó esa cualidad: “su inmensa generosidad debe ser reconocida en
todo el mundo”. Su caridad con los pobres llegó incluso a los países ricos. Joe
Kennedy, hijo de Robert F., declaró lo siguiente: “Gracias al liderazgo del
presidente Chávez, cerca de dos millones de personas en EE.UU. han recibido
asistencia gratuita en forma de calefacción. Nuestros rezos van al pueblo de
Venezuela, a su familia y a todos los que recibieron el calor de su
generosidad”.
No creo que la
generosidad de Chávez pueda ponerse en discusión: entregó a Cuba, durante años,
100 mil barriles de petróleo diarios, a precios subsidiados y sin garantías de
pago; compró millones de bonos de deuda argentina; ayudó generosamente —aunque
no se sepa con cuánto— a las Farc… Como la caridad empieza por casa, dejó rica
a su familia, que de modestos campesinos pasaron a ser grandes terratenientes.
Según Semana, “la familia Chávez pasó de tener una humilde finca de tres
hectáreas en Barinas a poseer 450.000 repartidas en 17 fincas, con costos que
van de 400.000 a 700.000 dólares cada una”. De que fuera generoso, pues, no hay
duda. De lo que sí hay duda es de si esa plata era suya, y de si tenía derecho
a disponer de ella como si la hubiera producido con el sudor de su frente y
sacado de su propio bolsillo.
Paréntesis. Vamos
a suponer que Carlos Slim, el hombre más rico del mundo, fuera iluminado por un
relámpago y se cayera del caballo en el camino de Damasco. Que siguiendo a
Jesús, vendiera todo lo que tiene y lo diera a los pobres. Su fortuna se
calcula en 73 mil millones de dólares. Esconde tres mil millones en Panamá,
para la familia, y los otros 70 mil los regala a 35 millones de necesitados en
México (que tiene 120 millones de habitantes), es decir, les toca de a dos mil
dólares a cada uno. No está mal, 35 millones de personas le quedarían
eternamente agradecidas, aunque ninguno de ellos, realmente, habrá salido de la
pobreza con este regalo. Cierro el paréntesis.
Hugo Chávez,
durante su mandato, pudo disponer de una fortuna que fue 15 veces la fortuna de
Carlos Slim: un millón de millones de dólares. Y con esa plata, que no era
suya, sino de Venezuela, fue generoso. Con los venezolanos más pobres, sin
duda, a quienes dio mercados, becas de estudio, medicinas, ropa, vivienda,
uniformes rojos, etc. Y con otros pobres de otras latitudes, incluyendo a dos
millones de pobres gringos y a 11 millones de pobres cubanos.
Chávez, en
cierto sentido, entendió y aplicó el mensaje de la Iglesia: hay que dar limosna
a los pobres. En eso ha consistido buena parte del poderío de los católicos.
Incluso si un mafioso regala narcodólares a la Iglesia, ese dinero se vuelve
limpio, porque se va a repartir entre los necesitados. Lo mismo hacen muchas
ONG, aunque buena parte de la generosidad de los países del primer mundo se
vaya en pagar sueldos a quienes vienen a ser generosos con los pobres del
tercero. ¡Qué buenos y generosos que son! ¡Todos han entendido el negocio de la
caridad!
Porque ahí está
el detalle. La caridad no anónima, es interesada. El que regala —aparentemente
a cambio de nada, por pura bondad— se vuelve un mito, un santo, un benefactor.
Y quienes le reciben, aunque no son deudores en plata, contraen otra deuda, la
de la gratitud, que todo lo tapa y todo lo perdona. No dudo que haya millones
de personas muy agradecidas con Chávez y que por eso mismo lo quieran
mitificar. Lo que dudo es que sean mejores personas después de haber recibido
el regalo. Han recibido lo que en Venezuela se llama un bozal de arepas, es
decir, un premio para alabar bondades y callar maldades.
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