Alfredo
Yánez Domingo, 31 de marzo de 2013
No vivo en la negación. Desde la
madrugada del 4 de febrero de 1992 (o quizá desde antes) se fragua en Venezuela
un fraude continuado a la esperanza, a la ilusión, al gentilicio, al futuro.
Formas, estilos, métodos, estrategias;
todo eso ha evolucionado. El "por ahora", acompañado de un almuerzo
entre militares, devino en una seña exitosa para que se oficializara la
anarquía; y de ella su hija predilecta: la impunidad.
Por las vías que fueren, con los
protagonistas de turno, todo ha sido parte del mismo sainete: Legitimación y
aval. Cohabitación y repliegue; cálculo y apuesta a un futuro falso, supeditado
a las obras por omisión de este presente perdido entre debates estériles; en la
profanación de la memoria de los muertos; en la manipulación de las
necesidades; en el juego macabro con la pobreza y sus desatinos.
El 14 de abril es una fecha más en
este templete de barbarie sin fin; en esta aberración de Poder Político
disfrazado (cada vez menos) de democracia. Sobran las razones para sucumbir
ante la realidad escalofriante del ventajismo, del abuso, del autoritarismo,
del amedrentamiento, de la resignación colectiva ante lo que luce inminente.
Sin embargo, mientras tenga la
oportunidad de dejar constancia en mi conciencia -y aunque no se crea, en la de
los que viven del pillaje, la trampa, el fraude y la mentira- de que no
convalido el ultraje a la voluntad de un pueblo; seguiré yendo a votar; seguiré
ejerciendo el derecho que me asiste a no dejar de su cuenta a los estafadores,
a los tiranos que se valen de la desesperanza aprendida, del miedo, la
angustia, el hambre, la mendicidad, la ignorancia adoctrinada.
No tengo dudas, pese a sus intentos y
sus resultados, a mí no me harán fraude.
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