Estamos a menos de un mes de las
elecciones presidenciales. Éstas no serán una elección más, sino un momento de
gravísima definición para el país, por cuanto la alternativa a resolver es:
democracia o totalitarismo.
Como miembro de la Iglesia, sin
pretender asumir aquí su vocería oficial –función que toca a la Conferencia
Episcopal Venezolana-, quiero sí, con toda seriedad y responsabilidad, hacer
pública mi interpretación creyente sobre lo que entiendo es y ha de ser la
posición de la Iglesia con respecto al 14-A. Me circunscribo aquí, como es de
suponer, a la Iglesia católica, aunque la validez de los argumentos se
extienda más allá.
Ante la alternativa puesta para el
14-A a la Iglesia no le pueden caber dudas. No se justifica un ni-ni.
El 14-A no plantea simplemente una
opción ante modelos políticos diferentes por las soluciones que proponen para
determinados problemas importantes y muy importantes del país, como la
seguridad y la producción, el empleo y la educación, el petróleo y los
servicios. No se trata de escoger, en definitiva, tampoco, entre diferentes
posiciones en cuanto a descentralización y política exterior, a controles
en materia de medios de comunicación social y de manejos financieros.
Éstos y otros elementos han de tenerse
en cuenta. Ciertamente y dan motivos suficientes para buscar otra dirección
política del país. Pero no los más de fondo.
¡Lo que se decidirá el 14-A es algo
mucho más que problemas parciales o sectoriales! Es algo clave, trascendental,
referente a la orientación global del país, desde sus raíces y cimientos. Algo
que toca la identidad nacional misma. El alma de Venezuela, pudiera decirse, y,
por tanto, su definición, no sólo económico-política fundamental, sino primaria
y principalmente, cultural. Y al decir esto se implica también, por supuesto,
lo ético-religioso. Por consiguiente, para la Iglesia el 14-A, no cabe
indefinición, indecisión, in-diferencia, ni-ni. La opción coherente de los
católicos el 14-A tiene que ser en favor de la democracia pluralista y, por lo
tanto, en contra del socialismo totalitario de índole marxista y castro-cubano,
que propugna el oficialismo.
Tradicionalmente la Iglesia, en cuanto
comunidad de creyentes, ha expresado, a través de su representación
institucional, su neutralidad (la cual no es lo mismo que indiferencia) en los
procesos electorales; no ha querido asumir lo que entiende por alineamiento
político-partidista. Esta vez, sin embargo, no puede haber neutralidad,
pues ahora, el necesario alineamiento no es propiamente político-partidista,
sino nacional, humano-cristiano. Lo que está de por medio, en
efecto, son bienes no negociables pertenecientes a los Derechos Humanos, a un
genuino humanismo cristiano. Porque el Estado (Gobierno-Partido-Líder) no es el
dueño de la libertad humana, de las propiedades y las convicciones morales y
religiosas de los ciudadanos; no puede erigirse en Poder Absoluto. Sólo Dios es
adorable.
Para la Iglesia no es moralmente
decidible el que un sistema ideológico-político arrebate o nola
libertad religiosa y todas las libertades y derechos de los
ciudadanos. Lo que sucede en Cuba y busca imponerlo en Venezuela el Socialismo
del Siglo XXI, no es algo éticamente abierto a libre
escogencia.
Al votar por la democracia, la Iglesia
no se cuadra con un candidato, con un partido, con unaMesa o con la
oposición. Se cuadra con la Nación.
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