Simón Alberto
Consalvi, 11/03/2013
Ultimo
Editorial
Desde el domingo en la noche el
clima político se oscureció de tal manera que cuando los candidatos
concurrieron ayer lunes a inscribir sus nombres, sobre el mapa del país se
había extendido una sensación de zozobra difícil de controlar. El oficialismo mostró
como nunca su prepotencia y el ventajismo ilimitado que ha puesto en práctica
desde siempre, pero ayer lo extremó hasta el punto de sembrar dudas sobre el
proceso.
No solo no habrá moderación como
era de suponerse o suponía la gente dadas las circunstancias. No. Lo que ayer
vivimos fue todo lo contrario. El candidato oficial como un monarca
absolutista. Luego de inscribir su nombre ante el Consejo Nacional Electoral,
como si fuera amo del Estado y amo de la nación, y en tono autocrático, nombró
su comando de campaña. El Presidente Encargado echó mano de ministros y altos
funcionarios para integrarlo.
De modo que ministerios y
dependencias públicas estarán ya al servicio del candidato Maduro. Los recursos
públicos puestos en el juego del oficialismo. Los funcionarios públicos como
peones del ajedrez del Partido Socialista Unido de Venezuela. 20 gobernadores
de estado como jefes de campaña en sus regiones, los presupuestos en la feria
de los días de campaña. Una originalidad: el presidente de Pdvsa será el jefe
de “movilización popular”. ¿Saben lo que significa?
Pero esto no les es suficiente.
El candidato oficial dispone de la más vasta y poderosa red de comunicación, reestructurada
y repotenciada justamente con vista a la campaña. El desequilibrio y la
inequidad son de tales magnitudes que uno debería esperar que semejantes abusos
tengan efectos de bumeran. Pero no hay que ser optimistas en estas
apreciaciones. No habrá manera de aspirar a que se cumpla la ley.
Al extremar estos abusos, el
oficialismo confiesa su desconfianza en su candidato y en sus promesas. De no
ser así, jamás apelarían al avasallamiento de la opinión pública. No se ha
entrado en la campaña propiamente dicha, y ya la vida en la zona metropolitana
se hace asfixiante, desde el amanecer hasta que el sol se apaga, innumerables
vehículos oficiales perturban la vida cotidiana con sus megáfonos bulliciosos.
Y los mensajes trasmitidos no son de paz sino de represión. La ciudad y sus
habitantes estarán condenados a la pesadilla de ruidos y miedo.
Según el CNE, vendrán
observadores de Unasur, o de la Comunidad Latinoamericana y del Caribe, o de la
Alba. De poco han servido antes, la verdad sea dicha. De muy poco servirán
ahora, porque probablemente han sido escogidos entre los fanáticos de la
revolución bolivariana.
Y porque, además, se les invita
para que no hablen ni declaren, convidados de piedra.
Pensar que el oficialismo modere
el uso y abuso de los recursos públicos o el avasallamiento que despliega a
través de los medios del Estado, pagados por los ciudadanos, sería demasiado
ingenuo. Pero al menos deberían contener su lenguaje de perdonavidas, de dueños
del Estado y de la nación.
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