Por Angel
Alayon y Alfonso Lopez, 08/06/2013
El Banco Central de Venezuela anunció que los precios
crecieron 6,1% en el mes de mayo, la tasa de inflación mensual más alta en los
últimos 14 años. Los precios han aumentado 19,4% en los primeros cinco meses
del 2013, un resultado terrible para los venezolanos que obtienen sus ingresos
en bolívares. Ante esta realidad, ésta fue respuesta del
Presidente Maduro: “Hay un sobrecalentamiento del
consumo. Eso ha afectado la inflación. Eso lo vamos a corregir, a resolver con
más producción. Bueno, también estamos trayendo algunos productos”.
Carol S. Dweck, sicóloga de la Universidad de Stanford,
afirma en su libro Mindset (2006)
que la forma en la que los niños aprenden a explicar el fracaso es un factor
que determina sus posibilidades de éxito en el futuro. Los niños que asumen sus
errores sin frustración y como parte de un proceso de aprendizaje tienen el
enfoque adecuado para asumir tareas que implican superación de obstáculos.
Quizás el precepto de Dweck deba aplicarse también a los gobiernos. La forma en
la que los gobiernos explican los resultados económicos negativos dice mucho
sobre su capacidad para superarlos. No esperábamos que Maduro dictara una clase
magistral de teoría monetaria. Tampoco un Mea Culpa con
tres golpes de pecho. Pero lo que sí cabe esperar es una explicación que nos
dejara en claro que el alto gobierno conoce las verdaderas causas de la
inflación. Es imposible solucionar un problema si no se (re)conocen sus causas.
El reciente impulso de la inflación en Venezuela tiene
causas muy concretas. Desde el año 2011, el Banco Central de Venezuela encendió
la máquina de imprimir dinero para financiar la expansión del Gasto Público. La
liquidez real de la economía comenzó a incrementarse a partir de abril del 2011
con claras intenciones electorales. Hugo Chávez estuvo dispuesto a
jugarse la economía y su salud en las elecciones de octubre de 2012.
La liquidez monetaria creció 25,34% en términos reales de noviembre 2011 hasta
la fecha de la elección. Mucho dinero en la calle cazando votos, pero también
bienes. En el año inmediatamente anterior a mayo del 2013, la liquidez
monetaria creció 30,43% en términos reales, signo inequívoco de que la máquina
de imprimir no sólo sigue encendida sino que está trabajando horas extras.Ya en
octubre de 2012, el financiamiento de empresas del Estado era equivalente al
52% por ciento de la Base Monetaria. Para abril de 2013, ese porcentaje
alcanzaba el 72%. PDVSA —y otras empresas estatales— emiten pagarés al BCV que
le permiten recibir bolívares sin ninguna otra contraprestación. Así se imprime
dinero inorgánico en Venezuela.
El financiamiento del Banco Central de Venezuela a PDVSA,
sin contraprestación en dólares, inyecta bolívares a la economía, lo que
expande la liquidez monetaria. En términos populares, el Banco Central de
Venezuela aumenta la cantidad de dinero en la calle y así estimula una demanda
para bienes que no existen en las cantidades requeridas. En un entorno en el
que la producción nacional se ha visto seriamente afectada por las
importaciones, las expropiaciones, los controles de precios y de cambios y la
escasez de dólares, la expansión de la liquidez monetaria presiona los precios
al alza y produce el fenómeno de aceleración de los precios. Dinero artificial en la calle siempre genera, tarde o
temprano, inflación.
Las importaciones a un bolívar sobrevaluado fueron
utilizadas también para contener los precios durante el 2011 y el 2012. El año
pasado se importaron 59.000 millones de dólares y casi la mitad de las
importaciones fueron realizadas por el Estado. El anclaje cambiario y la
política de importaciones ayudó a contener (reprimir) los precios. Pero el 2013
llegó para desnudar la realidad. Se devaluó el bolívar y
se eliminó el SITME. La estabilización de los precios petroleros, la caída de
la producción de petróleo, un Gasto Público que alcanzó el 50% del PIB, la
caída en las reservas internacionales y un déficit que alcanzó entre 14 y 16%
del PIB acabaron con la posibilidad de sostener la economía a punta de
importaciones, con un tipo de cambio anclado y cuyo epicentro sea la expansión
del Gasto Público. El 2013 es un año de ajuste económico, aunque no quieran
llamarlo así. El adjetivo sobrecalentada se
utiliza en Economía para describir una situación en la que la inflación es
consecuencia de un alto ritmo de crecimiento económico —a veces llamado boom— y de una capacidad productiva que no puede
seguirle el paso al crecimiento del consumo. Cuando una economía está
sobrecalentada, los hacedores de política se preocupan sobre cómo bajar la tasa
de crecimiento económico sin que las medidas creen una recesión. Notemos las
diferencias: los datos del Banco Central de Venezuela no reflejan que Venezuela
esté en un boom de crecimiento económico. Nuestra inflación tiene
un origen mucho más clásico y primitivo: expansión de la liquidez monetaria. Si
algo está sobrecalentado en Venezuela es la máquina de imprimir dinero.
Por supuesto que la evolución de los precios en Venezuela
también se ven afectados por otras causas. Los controles de precios —fiel
a su tradición de cuatro mil años— han fracasado y generado un encarecimiento
relativo de los bienes regulados. El alto componente importado de la economía
venezolana hace que los precios sean especialmente sensibles a las
devaluaciones oficiales y a la que se produce en el dólar-que-no-puede-ser-nombrado.
La escasez de dólares
y la dificultad para importar afectan también los precios. Las fallas de producción
de las empresas del Estado disminuyen la oferta disponible,
encareciendo los bienes.
El
modelo económico heredado de Hugo Chávez muestra las señales clásicas del
colapso. Las grietas ya son visibles y los responsables no deben esperar el
derrumbe para reaccionar. El Gobierno debe actuar y todo apunta a la necesidad
de cambiar el modelo. Revisen la historia de China y la actuación de Deng
Xiaoping. Cuando el Titanic estuvo frente al iceberg que ocasionó la
catástrofe, de nada le habría valido al Capitán E. J. Smith culpar del choque
inevitable al encargado de diseñar la ruta. Preferiríamos un gobierno que, como
sugiere la psicóloga Carol S. Dweck, se enfrente a los problemas y decida
solucionarlos atendiendo a sus causas. No sería la primera vez en la historia
que se produzca una vuelta de timón. Pero para dar una vuelta de timón no basta
con querer darla: es fundamental hacerlo a tiempo.
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