Luis Ugalde Viernes, 31 de
mayo de 2013
El evangelio de Juan está lleno de
simbolismos que, trascendiendo los hechos narrados, revelan la condición humana
y el Misterio de la vida. Vemos a Pilatos y a Jesús frente a frente
personificando el poder y la verdad (Juan 18 y 19). El poder se reconoce
mandando, decidiendo e imponiendo; puede decretar que el día es noche y lo
negro blanco; él es la última y suprema palabra sobre la vida y la muerte. La
humanidad ha avanzado de modo increíble, pero la pretensión absoluta del poder
la vivimos hoy en Venezuela como en las satrapías antiguas.
Pilatos sabe que Jesús es inocente.
Jesús atado, azotado y despojado, es un pobre hombre, como todos los millones
de pobres hombres sobre la tierra, cuya vida y dignidad no merece una
consideración por parte del poder. Pilatos le pregunta si él es rey de los
judíos y escucha con asombro la respuesta de Jesús: “Tú lo dices, yo soy rey”,
pero mi reino no es como los poderes de este mundo, sino el reino de la verdad;
“para esto he nacido, para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la
verdad”. Para el poder no hay más verdad que él mismo y Pilatos con escéptico desdén
responde “¿qué es la verdad?”. Frente al poder la verdad no es nada, nada se
sostiene frente a él, pues las cosas son lo que su voluntad impone. El poder
político supremo tiene una compulsión interna a convertirse en señor de vida o
muerte, de la verdad y de la mentira, de la libertad y de la esclavitud. Si
invoca a algún dios no es para adorarlo, sino para que lo consagre, bendiga y
ratifique ante los demás como dueño absoluto de este mundo, donde ley,
constitución y Dios están subordinados a “yo el Supremo”.
Ese Jesús débil, humillado, torturado
y crucificado es testigo de la verdad. ¿Qué es la verdad? La verdad es el Amor,
por encima de todo poder; el amor es la última palabra, la palabra de vida, la
que defiende a los pobres, excluidos y dominados de la tierra y Dios es Amor.
El poder tortura y mata a Jesús, pero no puede hacer que él (ni la humanidad en
su aspiración) renuncie a la verdad de la vida, al amor que afirma la dignidad
de todo ser humano, aunque su rostro esté desfigurado y sin aparente atractivo.
En la verdad-amor, que vive y actúa
cada día en las conciencias humanas, late el Reino de Dios, que no es ningún
reino terrenal impuesto por ejércitos y el terror, sino reconocimiento del otro
y creación de sociedades solidarias con leyes e instituciones de vida. La
verdad y el Amor -así con mayúscula- afirman la vida de los amenazados,
excluidos, humillados, degradados y calumniados. En Venezuela la mayoría de los
que hoy dominan, ayer no eran así, pero el poder pervierte a quien se deja
seducir. La salida no está en sustituir al poder de dominación de hoy por otro
mañana, con todos sus resentimientos, sed de venganza y exclusiones, sino en
cambiar el poder de dominación, que somete y envilece, por el poder de servicio
a la vida y la dignidad. Jesús dice: “Ustedes no actúen como los poderes de
este mundo que dominan y esclavizan, por el contrario entre ustedes el más
grande ha de ser el que más sirve; como el Hijo del Hombre que no vino a ser
servido sino a servir y dar la vida por muchos” (Marc 10, 42-44).
En política no hay alternativas puras
e incontaminadas, pero sí apuestas enfrentadas: tiranía del poder frente a la
verdad del servicio por amor; frente al peligro de gobernantes tiranos está la
República secular con la soberanía de la gente y la Constitución suprema que
defiende su vida. Jesús no entra en la lógica del poder de Pilatos, más bien le
recuerda que su poder es frágil, limitado y derivado; que hoy existe y mañana
perece (Juan 19,11). Si dudan, recuerden a 20 venezolanos que ayer - junto a su
jefe endiosado - se consideraban dueños omnipotentes y perpetuos de este
“socialismo del siglo XXI” y ya desaparecieron. ¿Y la Hojilla, cátedra suprema
de maledicencia y de injuria sin moral con respaldo abusivo del poder?
Por el contrario, la verdad nos hará
libres y el Amor es más fuerte que la muerte, nos dice Jesús. A ese Jesús,
justo y defensor de los pobres y oprimidos, Dios lo resucitó y lo puso como
camino y vida. Es el camino de la verdad, de la dignidad que, con la fuerza de
la conciencia activa a las multitudes, derriba el muro de Berlín sin un tiro.
La verdad vence al poder. Pero no la verdad paralizada, sino la que actúa en
conciencia y con solidaridad retomando el espacio público para la vida y
dignidad de todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico