Entrevista
a:
Mauricio
Rojas (63 años), es escritor, ex diputado del Parlamento de Suecia, y Profesor
Adjunto de Historia Económica de la Universidad de Lund. En octubre de 1973
dejó Chile y se exilió en Suecia, debido a la persecución política del régimen
militar chileno. En este país rompió con el marxismo de su juventud y
evolucionó hacia el liberalismo. Dejó testimonio de esta evolución en su tesis
doctoral, Renovatio Mundi, defendida en Lund en 1986, que analiza los orígenes
y problemas del marxismo. “Es inevitable: el marxismo conduce al genocidio”,
reflexiona Rojas.
¿Cuál
cree usted que fueron los factores que incidieron en el quiebre de la
democracia en Chile en 1973?
-Hay causas más inmediatas y algunas
que se remontan más lejos en el tiempo. Si empezamos por estas últimas tenemos
que mencionar la radicalización propia de los años 60, que es un fenómeno
mundial que en América latina toma una connotación específica a partir de la
Revolución Cubana de 1959. Éste es un hecho fundamental que hizo irrumpir en
toda la región la idea de una revolución mesiánica como solución, de una vez y
para siempre, a nuestros viejos problemas y carencias. Esto se concreta en
Chile en dos proyectos de cambio total que se van a enfrentar en una lucha sin
cuartel: La revolución en libertad de la Democracia Cristiana y la revolución a
secas de los partidos marxistas. Se trata de proyectos refundacionales y
excluyentes, donde, como dijese Eduardo Frei Montalva, ni una coma era
negociable ni por un millón de votos (¡en un país donde apenas había unos tres
millones de votantes!). A partir de ello el país se escinde e ideologiza
profundamente, resquebrajándose ese ambiente de civismo y tolerancia que es la
base imprescindible de la democracia.
Otra causa muy importante es la deriva
violentista de una parte significativa de la izquierda, lo que también es parte
de la influencia de la Revolución Cubana. Ya en 1967 el partido de Salvador
Allende declaró por unanimidad que la vía armada era la única para poder llegar
al poder. Para el Partido Socialista los procesos electorales y las formas
pacíficas de lucha sólo son instrumentos tácticos para preparar el
enfrentamiento armado. Junto a ello surgen grupos guerrilleristas, como el
Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), el Ejército de Liberación
Nacional (ELN), la Vanguardia Organizada del Pueblo (VOP) o el MR2, todos ellos
absolutamente comprometidos con la lucha armada, que ya empiezan a practicar, y
de manera espectacular, en 1969.
Este ambiente fomenta una canalización
de los conflictos sociales a través de métodos que violentan la legalidad y
apelan directamente al uso discrecional de la fuerza: ocupaciones de terrenos
urbanos, predios agrícolas, tomas de colegios, universidades, lugares de
trabajo e incluso de la Catedral. Todo ello amparado por la idea de que un fin
noble puede justificar la ilegalidad y el uso de la fuerza. Así se fue
difundiendo este accionar violentista y, finalmente, todos hicieron uso de él,
incluidos por cierto los militares golpistas.
Nos queda aún un hecho absolutamente
decisivo: El proyecto mismo de la Unidad Popular de llevar a cabo una
transformación revolucionaria de Chile sin contar con el apoyo de la mayoría.
Para ello manipuló y forzó la legalidad, usando incontables artimañas y
resquicios legales, hasta reducirla a una pura apariencia, lo que desencadenó
una respuesta social muy amplia y cada vez más violenta. Finalmente, todo el
país estaba en un estado de guerra civil mental y la democracia, que presupone
un ambiente de convivencia cívica, estaba en estado agónico ya antes del 11 de
septiembre, día de su violenta defunción final.
¿Qué
lecciones deberíamos sacar de aquello las nuevas generaciones?
-Las lecciones de todo esto son
muchas, especialmente en cuanto se refiere al peligro de las ideologías
mesiánicas, que quieren cambiarlo todo y por ello desprecian y quieren arrasar
todo lo existente. Hay que entender que, a veces, los idealistas pueden ser
extremadamente peligrosos ya que encandilados por la grandeza de sus sueños
pueden cometer grandes estupideces e, incluso, crímenes. Junto a ello está el
peligro de legitimar la ilegalidad y la violencia como métodos aceptables para
llevar adelante nuestras luchas sociales y políticas. Nunca debemos aceptar eso
de que el fin justifica los medios, por más grandiosos que parezcan ser los
fines, ya que esa es la forma de pensar que ha fomentado y justificado las
peores atrocidades.
En
su opinión, ¿el uso de la fuerza como método horadó el espacio político
necesario para el diálogo democrático?
-Evidentemente. Se trata de dos formas
de actuar que son antagónicas y que se repelen la una a la otra. Por eso es
importante no legitimar nunca el recurso a la fuerza como forma de acción
política, por más justificada que parezca, ya que donde entra el uso ilegal de
la fuerza sale la democracia.
¿Se
ha reflexionado de manera sincera y profunda acerca de las responsabilidades
previas y posteriores al quiebre de 1973? ¿Qué rol cumplen las nuevas
generaciones en aquello?
-Creo que las nuevas generaciones
deben ser severas, tanto en la forma como en el fondo. Lo que ocurrió, tanto
antes como después del golpe es imperdonable. Pero es importante que lo
ocurrido se entienda como un proceso, que fue generando las condiciones y la
aceptación de una violencia cada vez mayor. La tendencia predominante ha sido
partir del 11, como si todo empezase allí. Eso es una manipulación
absolutamente interesada de la historia, que quiere eludir las
responsabilidades que muchos tienen por la creación del clima de odios que
generó las condiciones del 11 de septiembre. Esto de ninguna quiere ni debe
exculpar a la dictadura. Tampoco se trata de equiparar unas responsabilidades
con otras. Cada uno es responsable por lo que hizo.
En
Chile, la defensa y respeto por los derechos humanos, aún parece una especie de
trinchera que se defienden según conveniencias y no una cuestión ética. ¿Qué
piensa de ello?
-Así es. Aquí hay gente, como por ejemplo
Michelle Bachelet, que se rasga las vestiduras por los derechos humanos en
Chile pero manda cartas de felicitaciones al Partido Comunista de Chile,
cómplice de muchos de mayores crímenes del siglo XX. Y lo más increíble es que
en la carta de Bachelet enviada al PC en diciembre el año pasado, no hay una
palabra de crítica ni al partido que apoyó sin vacilar el terrorismo de Estado
de Lenin y Stalin, ni a su ideología, el marxismo-leninismo, que ha causado más
víctimas que ninguna otra ideología política. Además, que yo sepa Michelle
Bachelet nunca ha condenado como se debe la feroz dictadura de la Alemania
comunista, que un día la amparó. Y así podríamos seguir, yendo de izquierda a
derecha, ya que son muchos los que callan o incluso justifican “sus dictaduras”
y condenan las de los opositores. Aquí lo que falta es un sentido democrático y
de respeto a los derechos humanos que no sea manipulativo y que defienda la
libertad y la integridad de los seres humanos contra todo tipo de
totalitarismo, dictadura y autoritarismo, cualquiera que sea su ropaje
ideológico y sus supuestas justificaciones e intenciones.
Tomando
en cuenta los procesos de cambios en los que parecemos encontrarnos hoy como sociedad, ¿cuál cree que debería ser
el mensaje central hacia las nuevas generaciones, con el fin de evitar el
desarrollo de la violencia?
-Estamos en un momento bastante
complejo de nuestra historia. El gran éxito del así llamado “modelo” ha
generado un malestar sorprendente, que yo he llamado “el malestar del éxito”.
El progreso no es resignado ya que nuestras expectativas tienden a crecer mucho
más rápidamente que las posibilidades de satisfacerlas. Por ello, podemos hasta
sentirnos más insatisfechos e incluso infelices que antes, a pesar de que
nuestra situación real haya mejorado sustancialmente. Nos hacemos exigentes e
impacientes, y en esa coyuntura puede abrirse un peligroso espacio para los
vendedores de ilusiones, que nos prometen todo tipo de derechos… si votamos por
ellos. Incluso nos puede tentar la idea de “borrón y cuenta nueva”, de un
cambio total, tipo asamblea constituyente, que por arte de magia, es decir, por
una decisión política, nos dé todo lo que queremos sin que a nosotros nos
cueste nada ya que, por supuesto, otro pagará. Así podemos empezar a ver el
progreso como fruto de un golpe de voluntad por el cual les quitamos algo a
otros. Pero es justamente en ese momento cuando entramos en esa lógica que un
día nos llevó a odiarnos mutuamente y a privilegiar el uso de la fuerza contra
otros. Por ello, tenemos que cuidarnos de los que nos invitan a convertir
nuestra ansia de progreso en envidia, la envidia en resentimiento y,
finalmente, el resentimiento en lucha de clases. Cuando eso pasa, la violencia
está a la vuelta de la esquina.
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