EVA SAIZ Washington 5 OCT 2013
El antropólogo y ex asesor de Alejando
Toledo defiende en ‘Our Political Nature’ que nuestra predisposición biológica
determina la orientación política.
Desde que Aristóteles definiera al ser
humano como un animal político -en alusión a cómo su desarrollo y lo que le
caracteriza va unido a su relación con la sociedad en la que vive-, los
análisis sobre nuestra naturaleza política y los factores que nos llevan a
decantarnos por la derecha o la izquierda no han parado de sucederse. En un
momento en el que esa polarización ideológica parece más extrema que nunca, el
antropólogo y asesor político, entre otros del expresidente peruano Alejandro
Toledo, Avi Tuschman, suma al debate una nueva perspectiva que vincula de
manera indefectible nuestra orientación política con nuestra predisposición
natural y biológica, por encima de otros factores intelectuales o económicos.
En su libro Our Political Nature, que
Tuschman presentó el pasado jueves en la sede del Banco Interamericano de
Desarrollo, el autor explica cómo la teoría evolutiva determina en buena medida
nuestra naturaleza política. El autor ha invertido 10 años de estudios y
análisis a los que ha incorporado su experiencia como asesor político de varios
presidentes, además de un profuso número de estudios antropológicos,
neurocientíficos y genéticos.
Pregunta. Usted se muestra convencido
en su libro, de que su lectura puede ayudar a mejorar el proceso democrático.
¿Cómo?
Respuesta. La gente con un mayor nivel
educativo y quienes muestran un mayor interés por la política, se involucran
mucho más en la vida pública, en el sentido de que absorben cada vez más y más
información sobre los acontecimientos políticos, suministrada por medios de
comunicación que cada día están más polarizados. Eso contribuye a abrir todavía
más el abismo que separa a la derecha de la izquierda. Este tipo de personas se
vuelve cada vez más eficiente a la hora de organizar ideologías coherentes que
se basan en sus propias predisposiciones, pero si ellos tuvieran la oportunidad
de tomar su tiempo, mirar hacia el pasado y comprobar la lógica evolutiva de su
orientación política, abrirían un entendimiento mucho más profundo hacia la
moderación política. Con un entendimiento más profundo se podría lograr elevar
el nivel de nuestro discurso político y fortalecer nuestras instituciones
democráticas.
P. ¿Cómo se compagina esa reflexión
que usted reclama con la vorágine informativa propia de las nuevas tecnologías
donde la información y las opiniones parecen quedar obsoletas en el mismo
momento de haberse publicado?
R. Estamos en una época en la que se
están inyectando esteroides al músculo de la opinión pública en el mundo. Lo hemos
visto en la Primavera Árabe y el la Revolución Twitter en Irán, donde fueron
las redes sociales las que contribuyeron a propagar las protestas. Se está
fortaleciendo la opinión pública más que nunca y es un hecho que la democracia
actual es un fenómeno relativamente nuevo. Pero en mi libro se concluye que las
raíces de esas actitudes tienen un orígenes prehistóricos. Lo importante es
entender lo que subyace detrás de esa opinión pública que se fortalece con
Internet.
P. Si, como usted defiende, nuestra
orientación política viene determinada en buena medida por la genética, ¿para
qué sirven los partidos políticos o los mítines en los que se trata de
convencer a una persona de que vote a su favor?
R. Esa cuestión es clave. Yo no soy
determinista. Estudio tras estudio, hemos comprobado que entre el 40 y el 60%
de la variación de nuestras actitudes políticas proviene de las diferencias
genéticas entre individuos, lo que explica que el ambiente en el que uno se
desarrolla también tiene un gran impacto.
P. Entonces, ¿no se pueden resolver
los conflictos desde una perspectiva solamente biológica o evolutiva?
R. Exacto. Para encontrar soluciones
políticas hay que dialogar. Además de nuestra predisposición natural, entre la
población también recorre el espectro de la coherencia ideológica. Las élites
políticas tienen actitudes coherentes similares hacia la derecha y la
izquierda, pero luego hay un amplio espectro de la ciudadanía que no tiene
decidido su voto o a la que sólo le preocupa el estado de la economía y culpa o
premia a la Administración, sin importar si es conservadora o progresista. Esa
estructura también es importante.
P. Sus teorías se basan en las distintas
percepciones de las personas hacia el tribalismo, la tolerancia ante la
desigualdad y la percepción de la naturaleza humana que son las que permiten
pronosticar y explicar la orientación política de los individuos. ¿Hay alguno
de estos factores que sea más determinante que los demás para explicar las
preferencias a la hora de votar?
R. Es una buena pregunta para
investigaciones futuras, pero yo sospecho que depende del ambiente. Durante la
Guerra Fría, la mayor preocupación giraba en torno a la tolerancia a la
desigualdad, pero ahora las ideologías son más fuertes, el problema del
terrorismo es más grave, están reemergiendo los partidos extremistas en muchos
países. Se trata de un rompecabezas que repercute en nuestra vida privada y
política y que tiene una íntima vinculación con el pasado y la historia natural
de nuestra especie.
P. En su libro relaciona el
crecimiento económico de América Latina con el incremento de la tendencia hacia
la moderación política entre sus electores. ¿Los extremismos, de derechas y de
izquierdas, están abocados a desaparecer?
R. Entre 2002 y 2008, el incremento
del PIB per cápita en la región se incrementó en un 19% y en ese período subió
la proporción de moderación política en un 13%, es decir, que un 1,46% de
crecimiento de PIB compró un 1% de moderación política. Todavía hay diferencias
entre la izquierda y la derecha, pero en países como Brasil, Chile o Colombia
éstas son menores debido al crecimiento de la clase media que ha hecho que se
encoja el espectro político. Hoy hay más estabilidad y pragmatismo.
P. Pero, precisamente, en esos países
las protestas en contra del modelo económico, la desigualdad social y la
demanda de más oportunidades y mayor justicia social no paran de sucederse…
R. Como la clase media es más grande,
aunque opten por políticas más moderadas, sus expectativas son más altas. Hay
una especie de dolor de crecimiento. La gente pobre tiene más fe en que una
autoridad política, sea de izquierdas o de derechas, vaya a actuar a favor de
sus intereses. Pero la clase media pierde esa fe en que las autoridades vayan a
hacer lo correcto. Conforme mejora la situación económica, crece el
individualismo, hay mayor libertad financiera, y eso contribuye a que se
cuestione el sistema no únicamente desde las instituciones.
P. Dentro de esas corrientes
extremistas que todavía existen en América Latina se encuentra el chavismo.
Usted alude al fallecido presidente venezolano Hugo Chávez en varios capítulos
de su libro, uno de ellos centrado en las figuras de los dictadores.
R. Se trata del capítulo titulado: La
auto-decepción en las personas y en los políticos, se trata de un capítulo que
ahonda en los dictadores de extrema izquierda y de extrema derecha y en cómo
traicionan sus valores ideológicos, esos valores destinados a servir al grupo y
no al individuo, a favor de sus intereses personales. Chávez se puso el
chándal, algo ideológico, pero no ofreció igualdad.
P. Sin elevarlo al grado de dictador,
por supuesto, pero algo parecido se podría decir del expresidente peruano del
que usted fue asesor, Alejandro Toledo, acosado por casos de corrupción. A él
también se le acusa de utilizar su cargo para su propio beneficio económico.
R. [Silencio]
P. Retomado su convicción de que su
libro puede ayudar a resolver conflictos políticos. ¿Qué consejo les daría a
los miembros del Capitolio para acabar con el actual cierre de la
Administración?
R. Las personas tiene prejuicios que
se generan en función con su tolerancia a la desigualdad y esto repercute en
cómo cada uno percibe la redistribución o la no redistribución de los
impuestos. Por tanto, estos desacuerdos en el Congreso no tienen tanto que ver
con una cuestión eminentemente técnica, sino con la debilidad humana de hacer
de ellos una cuestión ideológica. Mis amigos economistas sostienen que lo que
deberían hacer los políticos es adoptar un sistema impositivo contracíclico, en
lugar de someterlo casi exclusivamente a la corriente de la opinión ciudadana.
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