Escrito por Fernando Luis Egaña Lunes, 07 de Octubre de
2013
Ni tiene él un minuto de paz, ni
permite que el país lo tenga. Porque Nicolás Maduro está atrapado en un drama
del que es responsable principal y que además asola sin tregua a la abrumadora
mayoría de los venezolanos. Ese drama no es otro que el vandalismo de una
hegemonía despótica y corrupta que depreda a más no poder los recursos y potencialidades
de la nación venezolana.
El que después de la bonanza petrolera
más caudalosa y prolongada de la historia sólo queden disponibles 6 ó 7 millardos de dólares, y una deuda
externa colosal que supera los 200 millardos, sería una evidencia más que suficiente
para demostrar el drama. Se evaporó el equivalente a 1.500 millardos de dólares
de ingresos fiscales , y el conjunto del país lo que hizo fue retroceder. Ese
es el drama. El drama del vandalismo. El drama de la satrapía. El drama que
encarna Maduro. El drama que padece Venezuela.
Por eso el sucesor está acosado.
Primero por el legado catastrófico del predecesor. En lo político, económico y
social. Que ahora se siente mucho más no sólo porque se ha ido agravando sino
porque ya no hay la explicación persuasiva del comandante... El cuento
integrador que le daba la vuelta a la realidad, haciendo que lo malo pareciera
bueno y alimentando las ilusiones a punta de tramoyas retóricas y repartos
concretos. La hegemonía perdió ese instrumento comunicacional cuando perdió su
hegemón.
Pero el acoso también proviene de los
flancos de Maduro. A diestra y siniestra le resisten sus pretensiones de
concentrar el mando, de cambiar el mapa feudal del poder y la corrupción roja
en función de sus propios intereses grupales o tribales. Y la resistencia se
vuelve confrontación directa cada vez que se presenta una querella específica.
Sobre todo con los militaristas bolivareros y los chavistas-puristas, o los que
no aceptan que Maduro tenga el poder de menoscabarles el poder que Chávez les
consagró.
Maduro trata de huir hacia adelante
con el manoseado guión de la guerra económica. Es decir, reconoce que tratan de
acosarlo pero le carga la culpa al consabido imperio. Y resulta que las fuentes
del acoso están en la propia y devastada realidad venezolana, y en todos los
espacios del poder rojo que se encuentran bajo el control de sus adversarios
internos, seguramente más numerosos que sus partidarios. Y el acoso no amaina
sino que arrecia con el paso de los días.
Por eso el desgobierno se nota tan
desperdigado. Tan especialmente incapaz. Tan desangelado para inspirar algo que
sea auspicioso. Y mientras tanto el deterioro de la situación económica y
social no se detiene sino que se profundiza y extiende. Y el acelerado deterioro
es el fermento de la anarquía y de sus expresiones políticas. Por eso circulan
tantos rumores y especulaciones.
No se sabe si Maduro entiende lo que
está pasando, y ni siquiera si está en condiciones de entenderlo. Debería poder
hacerlo porque los cubanos sí saben calibrar las cosas y evaluar su extrema
gravedad. El sucesor está acosado. De eso no hay duda. Pero el acoso más
gravoso no es ese. Es el acoso de la satrapía a Venezuela.
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