Leonardo Morales P. 13 de octubre de 2013
Maduro es un personaje sin un pasado
relevante, diríamos que es uno más del montón, sin nada que exhibir –nada
importante recuerdan sus compañeros del Liceo Urbaneja Achelpohl que no sea su
escasas destrezas deportivas y su exigua motivación por los estudios-. Con esas
características no es difícil imaginar que ante una crisis como la que vive el
país observemos una reacción que sorprenda por su brillantez. Ya lo vimos
leyendo un discurso que alguien le preparó para la ocasión de solicitar poderes
extraordinarios para enfrentar la corrupción de su gobierno, citando nombres
mal pronunciados por cierto, y obras que
en su vida ha leído ni leerá.
Si el gobierno participa en las
elecciones del 8 de diciembre, como debería, corre el riesgo de perder
electoralmente hablando, es decir, que la suma de los votos obtenidos en cada
uno de los municipios sea menor a los obtenidos por la oposición. Esta
circunstancia unida, a la pérdida de los municipios más importantes del país
colocaría al gobierno de Maduro en una posición de extrema fragilidad.
Este es un escenario factible y depende
fundamentalmente del electorado. Si la oposición logra inyectar elevadas dosis
de confianza y entusiasmo en sus electores, el gobierno puede terminar
perdiendo la escasa legitimidad que aun detenta. Este panorama unido a la
crisis nacional que el gobierno no va a superar ni a mitigar en lo que resta
del año puede terminar convirtiéndose en el principio del final, del mal
iniciado gobierno de Maduro.
Un gobierno como este siempre tendrá
cartas que jugar. El problema es que los naipes que le quedan en la mano lo
colocarían ante el país y ante el mundo como un régimen de corte autoritario y
separado de las formas democráticas. Ante la posibilidad del escenario antes
descrito el gobierno podría acariciar la idea de la suspensión de las
elecciones y así evitar pasar, por lo pronto, por una amarga derrota.
Maduro y su gobierno no necesitan
hacer muchos esfuerzos para lograr una suspensión de las elecciones, de la
misma manera como tampoco tuvo necesidad de salir corriendo al registro a
buscar su partida de nacimiento. Maduro no nos sorprenderá con un as bajo la
manga, tiene cartas pero ningún as; su estulticia lo llevará a tomar las
decisiones más comprometedoras, en todo caso, siempre serán predecibles,
elementales y obvias.
El gobierno sopesará – ya lo está haciendo-
entre perder unas elecciones y tener que cargar con el San Benito de gobierno
autocrático Concurra o no a las elecciones del 8 de diciembre su circunstancia
es la misma. Su futuro en cualquiera de los dos escenarios no es promisorio.
Maduro, individuo de pocas luces se
irá por el camino fácil, Creerá estar dotado de un poder sobrenatural y azuzará
a las fuerzas militares contra los civiles. Alguien le escribirá: Weber dijo-
él lo leerá como Güeber- que como jefe de Estado puede ejercer el monopolio de
violencia física legitima. ¿Tendrá Maduro el liderazgo y la ascendencia sobre
la Fuerza Armada para que le obedezcan en tan abyectas pretensiones? Ya
veremos.
Lo relevante de todo esto es que para
el gobierno los caminos a seguir están
minados, por cualquiera de ellos sale chamuscado, de modo que sus
fantasías de asirse del poder a costa de los principios y normas democráticas
culminaran por convertirse en el patíbulo de sus iniquidades.
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