Fernando Mires 2 de septiembre de 2013
No. No fue un impulso repentino el que
llevó a Hasán Rohaní y a Barack Obama a conversar por teléfono ese Jueves 26 de
Septiembre de 2013. No, detrás de ese llamado hay muchos encuentros, muchos
correos, muchas consultas, muchos sondeos. No. El llamado tiene que haber sido la
culminación de un proceso que comenzó el día en que Rohaní fue nombrado
Presidente de la República de Irán como intérprete y mediador de un vasto
movimiento social y político que -después de la estagnación a que la condenara
el populismo religioso de Ahmadineyah- clama por reformas
Nadie puede negar que ese telefonazo
fue un acontecimiento histórico. Tan importante que incluso hechos anteriores
ocurridos en la zona islámica comenzaron a adquirir un sentido y una lógica que
parecían no tener en el momento en que se originaron. Pongamos un ejemplo, el
más impactante: La renuncia de Obama a atacar Siria.
La renuncia de Obama a bombardear
objetivos estratégicos en Siria fue posible según muchos gracias a la
"genial" movida de Putin al ofrecerse como intermediario para
sustraer armas químicas que el mismo había entregado a Asad. En ese momento
casi no hubo quien no dijera que Putin se había convertido en amo de la
situación, mientras Obama estaba reducido a un papel secundario, casi ridículo.
No faltaron los que desde hace más de cincuenta años escriben sobre el fin de
la hegemonía norteamericana en el mundo. No calcularon con el hecho de que la
política internacional también es política y mucho menos que entre Irán y los
EE UU estaba teniendo lugar un dialogo político.
Y bien ¿Cómo aparece la escena después
del telefonazo?
Muy distinta en todo caso a la de los
días en los cuales Putin emergió no solo como campeón del pacifismo mundial
sino, además, como brillante estrella medial.
Obama calculó evidentemente que una
avanzada norteamericana hacia Siria cerraría por mucho tiempo la posibilidad de
un acercamiento entre EE UU e Irán. A la vez, ese acercamiento parecía a Obama
como fundamental pues a partir de ahí podría desarticular el eje Rusia- Siria-
Irán, a través del cual Putin intentaba lograr un lugar hegemónico en el
Oriente Medio en contra de aliados de EE UU como Turquía, Arabia Saudita e
Israel. Y bien, esa y no otra era la principal preocupación del gobierno
norteamericano.
Solo con el leve acercamiento a Irán
que hasta ahora ha tenido lugar, Obama retoma la iniciativa en la región en
condiciones políticas más ventajosas que antes. Pues, por una parte, al hacer
Obama suya la iniciativa de Putin, Asad será sometido a una revisión rigurosa
de su arsenal químico, hecho que solo puede ayudar a los rebeldes sirios. Por
otra, inaugura una relación que podría convertirse con el tiempo en una alianza
económica y política pactada entre los EE UU e Irán. Más aún, a través del
Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas los EE UU incorporarán a Rusia,
junto a Inglaterra, Francia y China, en la mesa de conversaciones donde
participarán Rohaní y Obama. Los chinos y los rusos solo serán espectadores
pues ellos podrían oponerse a una iniciativa de guerra pero jamás a una iniciativa
de paz. Putin quedaría así -si es que no tiene otra carta escondida en la
manga- neutralizado.
Si el acercamiento entre Irán y los EE
UU continúa, en la misma relación deberá tener lugar un alejamiento entre Irán
y Rusia con inevitables consecuencias para Siria, hecho que sólo puede
favorecer a Irán y a los EE UU.
Quien lo iba a pensar. Justamente en
los momentos en que Putin celebraba su triunfo, las conversaciones entre Irán y
los EE UU tenían lugar a todo vapor. Y, lo más impresionante, detrás de las
propias espaldas de Putin.
La alianza entre Irán y Rusia es en
cierto modo antinatural. Los monjes chiítas están empeñados en modernizar la
economía de su nación, posibilidad muy lejos de agotarse con la simple posesión
de armas atómicas. Porque el objetivo de la conducción persa no es convertir a
Irán en un nuevo Pakistán, a saber, un país radicalmente empobrecido pero con
bomba atómica. El objetivo es otro. El Irán de los chiítas quiere ser una
potencia económica regional de no menor peso que Turquía. Pero para eso
requiere de un tipo de tecnología -no me refiero solo a la atómica- que nunca
podrá proporcionar Rusia o China.
Quizás, es solo una suposición, el
Irán de Rohaní no solo está posicionado en contra de Israel. Puede que tampoco
esté demasiado interesado en ejercer un -por lo demás, imposible- liderazgo
sobre semipotencias sunitas como Arabia Saudita o Egipto. Pero sí está
interesado en ampliar, por ejemplo, influencias en Azerbaiyán, país donde la
confesión dominante es la chiíta. Y Azerbaiyán es, digámoslo así, un problema
congelado pero no resuelto entre Irán y Rusia. A largo plazo Irán, Irak y
Azerbaiyán están destinados a formar un eje religioso, político y económico,
posibilidad que aumentaría teóricamente las tensiones entre Irán y Rusia. Y en
esa situación a Irán convendría mucho más una amistad que una enemistad con los
EE UU.
En fin, todo parece indicar que muchos
conflictos del Medio Oriente serán tarde o temprano desplazados hacia el Asia
Central. Del mismo modo, tarde o temprano naciones como Turkmenistán,
Kirguiztan, Uzbekistán, y por cierto, Azerbaryán, aparecerán de modo muy
frecuente en los titulares de los periódicos occidentales. Todos esos
conflictos tendrán que ver algo con Irán. Pero también con Rusia. Naturalmente,
un Irán aislado del mundo tendría todas las de perder.
¿Cuál lugar ocupará Rohaní en esta
“otra historia” que recién está comenzando?
Lo más probable es que Rohaní no es un
lobo con piel de oveja como hoy quiere presentarlo Netanyahu, pero tampoco el
Gorbachov del mundo islámico, como tituló en primera página un eufórico
periódico alemán, al tomar noticia del histórico telefonazo entre Rohaní y
Obama. Amanecerá y veremos. La historia es una dama siempre imprevisible
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