Rosalía Moros de Borregales
@RosalíaMorosB
Este artículo es la primera lectura de
mi libro Reflexiones para Venezuela. Hoy en la víspera de la boda de nuestro
hijo Leonardo D. lo dedico con todo mi amor a mi nueva hija Isabel
Cecilia
Cuando era niña acostumbrábamos a
hacer la sobremesa, recuerdo que me encantaba escuchar las historias que nos
contaba papá acerca de su infancia, sus padres, sus hermanos y de cómo se había
enamorado de mamá. Recuerdo que en varias oportunidades nos hablaba de la
importancia de permanecer unidos como familia.
Un
día papá nos dijo que examináramos nuestras manos; algo sorprendida, sin
entender hacia donde nos llevaba, volví mis ojos hacia mis manos y con ellos
las seguí en un movimiento suave de arriba hacia abajo y de un lado hacia el
otro. Después de unos instantes, recuerdo que él comenzó a exaltar las
diferencias entre unos y otros. Fulano es alto y rubio, es alegre y
dicharachero, Zutana es baja y de cabellos oscuros, es más seria y también
inteligente…, y así fue describiéndonos a cada uno, exaltando las diferencias
físicas y de personalidad entre unos y otros.
Como
mi padre ha sido siempre abundante en sus elogios, pronto me concentré en la
rima de sus palabras en forma de versos, y olvidé mis manos, mientras él
paseaba con su mirada alrededor de la mesa y nos tocaba el alma con sus ojos
café. Pero mi padre no había olvidado su propósito, siempre ha estado empeñado
en mostrarnos las riquezas que hay en ser familia, la multiplicidad de
cualidades que podemos encontrar en la variedad de caracteres, lo maravilloso
que es el aceptarnos unos a otros. La inmensa aventura que es la vida y lo
hermosa que puede ser cuando vamos acompañados en el camino: “Porque mejor son
dos que uno, porque si uno cae el otro lo levanta; porque si uno tiene frío el
otro lo abriga”.
De
repente, volví mi atención a mis manos, y pensé: _A papá se le olvidó el asunto
de las manos. En la curiosidad de mi mente de niña, esperaba impacientemente el
desenlace de toda esta declaración de amor de mi padre hacia todos nosotros.
Pero mi padre no había olvidado, él tenía muy claro su propósito, tan claro
como la luz del mediodía, tan claro que han pasado más de treinta años de
aquella sobremesa y lo recuerdo nítidamente, casi puedo revivir los aromas de
la deliciosa comida, casi puedo ver los ojos de mi madre bañados de lágrimas.
Entonces,
apurado por la impaciencia de los más pequeños que inquiríamos una explicación
acerca de la minuciosa observación que nos había demandado hiciéramos de
nuestras manos, nos dijo: _Así como en una mano todos los dedos son diferentes,
unos más gorditos, otros más largos, otros menos agraciados pero más útiles,
como el pulgar, todos tienen una función en ese conjunto que llamamos la mano,
todos pertenecen a una unidad, todos son parte de un todo sin perder su
individualidad._ Así, hijos míos, así es la familia. Somos uno en
Dios, y somos todos diferentes, pero somos miembros los unos de los otros.
Siempre permanezcan unidos, recuerden que somos COMO LOS DEDOS DE LA MANO.
Rosalía Moros de Borregales
@RosalíaMorosB
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