Fernando Mires 29 de agosto de 2014
Si exhibir la cabeza de James Foley en
la televisión fue un acto destinado a paralizarnos de miedo, significa que
quienes lo llevaron a cabo actuaban de acuerdo a una relación medio-fin, esto
es, según los cánones de una lógica estrictamente instrumental.
Quizás no fue casual que el principal
verdugo yihadista hubiera sido alguien proveniente de Europa; un londinense,
según últimas informaciones. Desde Pol Pot, líder comunista y genocida de
Camboya, ex estudiante de la Sorbona, han sido muchos los criminales exportados
por Europa hacia otras tierras, principalmente a las islámicas.
No obstante, la clave de la
decapitación de Foley no está en la cabeza, sino en su representación televisiva
y digital.
No se trata –entiéndase bien- de
extender un velo de disculpas sobre los yihadistas. En el ámbito islámico, como
en cualquiera otra cultura, hay muchos asesinos. Sin embargo, ese matar
utilizando medios publicitarios y exhibir la cabeza del asesinado como si fuera
un nuevo producto comercial es, en sus formas, un hecho que lleva marca
occidental, tanto como la guillotina, los crematorios, el napalm e, incluso, la
silla eléctrica.
Como sea, hay que tener claro que
yihadistas no mataron a Foley por matar, o para satisfacer un simple deseo de
venganza, ni por un odio personal. De lo que se trata para ellos es de impartir
una lección a través de un mensaje. El mensaje era la propia cabeza de Foley.
La cabeza de Foley era una carta dirigida a Occidente, y esa carta, más allá de
todo horror, hay que saber leerla.
¿Qué querían que leyéramos los
yihadistas? La respuesta más elemental es que a través del horrible acto, salta
a la vista de modo obvio e incluso racional, que los guerreros de Allah mediante
la decapitación comunican al mundo occidental estar dispuestos a todo si sus
exigencias no son cumplidas de inmediato. Esa es precisamente la razón política
que explica por qué la mayoría de los gobiernos occidentales ya no aceptan
pagar rescate por los rehenes. Según esa posición, acceder a las peticiones
yihadistas es doblegarse ante la lógica del terror. Desde el punto de vista
estratégico, tienen quizás razón.
El problema es que Foley no es el
primero ni será el último en una ya larga lista de decapitaciones yihadistas.
El año 2004 fue muy generoso en esa materia, sobre todo en Irak. Diez años más
tarde, los terroristas del Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS), han
vuelto a la carga, y con redoblados bríos.
En ninguna decapitación las exigencias
de los yihadistas han sido aceptadas
¿Por qué insisten entonces en realizar tan macabra publicidad? Si
querían amedrentar, podrían haber ahorcado, fusilado o envenenado a Foley.
¿Cuál es la lógica de la decapitación? Evidentemente, hay algo más que la
venganza por la no obtención de un rescate monetario, hecha al estilo de los
gángsteres de Hollywood.
Debemos imaginar que los yihadistas
saben a quien dirigen su mensaje. Luego, deben suponer que el símbolo de la
decapitación puede ser descifrado por sus “interlocutores”. Es decir, ellos
creen que el tema de la decapitación no es ajeno al léxico occidental y
cristiano. ¿Cómo no -deben pensar- si durante las Cruzadas los soldados
cristianos se convirtieron en expertos decapitadores de cabezas musulmanas?
Además, la técnica de la decapitación
no solo está situada en el centro de la cristiandad. También lo está en sus
orígenes. Los primeros santos cristianos, San Juan Bautista, San Pablo y San
Santiago, fueron decapitados. ¿Debemos creer que a través de la decapitación de
Foley los yihadistas intentan interpelar a la cristiandad en sus propios
fundamentos? Algo hay de eso, si no en un nivel consciente, por lo menos en uno
inconsciente.
No olvidemos que las matanzas
cometidas a cientos de cristianos residentes en Siria e Irak están situadas en
el mismo tiempo que el de la decapitación de Foley. Evidentemente, ISIS ha
desatado, no una guerra limítrofe ni económica sino, siguiendo la tradición
mahometana, una de expansión religiosa. Su objetivo es extirpar (descabezar) el
cristianismo y a otras religiones “bárbaras” de las que ellos imaginan son sus
tierras sagradas para así re-fundar los antiguos califatos. Esa guerra
pertenece a un tiempo que no es el nuestro, eso está claro. Pero no olvidemos,
a pesar de que “los guerreros de Dios” viven en el siglo Vl, usan armas y
técnicas del siglo XXl.
Los yihadistas no ignoran que el
occidente moderno fue fundado sobre miles de cabezas cortadas es decir, que la
decapitación no es un rito ajeno a “nuestra” cultura. No es un secreto para
nadie saber que en los subterráneos de los cadalsos británicos yacen todavía
restos de cráneos decapitados de reinas como Ana Bolena, Catalina Howard, Juana
Grey y María Estuardo, así como la del muy lúcido estadista Tomas Moro, y
muchos más.
Tampoco ignoran que el mito fundador
de la revolución madre de la Europa moderna, la francesa, fue la cabeza cortada
de Luis XVl.
La revolución democrática nació de una
decapitación y continuó decapitando a sus hijos –entre ellos, al mas querido de
todos, Danton- hasta que el máximo decapitador, Robespierre fue también
decapitado. Si desde el punto de vista bíblico somos hijos de Caín, desde un
punto de vista moderno, somos hijos de la guillotina.
Cabe agregar que el acto de la
decapitación posee una fuerte carga simbólica. Descabezar, en términos
militares, significa liquidar a las cabezas pensantes del enemigo. Stalin lo
sabía muy bien. Cuando ordenó a Ramón Mercader asesinar a Trotski, exigió que
lo fuera con un hachazo en la cabeza.
Puede ser que a través de la
decapitación de Foley los yihadistas intentan decirnos que su objetivo no es
solo apropiarse de la técnica y de las armas occidentales, sino también de sus
mentes. Lo que probablemente no saben es que la hidra de Lerna -a la que cuando
cortaban una cabeza aparecían dos- fue para los fundadores del Occidente
político, los griegos, una metáfora de la propia condición humana.
El ser humano es esa hidra.
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