Por EMILIO NOUEL - ago 29, 2014
@ENouelV
A medida que pasan los días la
decepción y la angustia crecen. La desagradable sensación es de hundimiento
incesante, como si cada mañana, al despertar, bajáramos un peldaño de una
escalera hacia un precipicio. Es el escalofrío de la caída libre.
El gobierno no toma las decisiones que
debe tomar, sigue jugando con candela. A su ineptitud suma la vacilación. Las
razones de esta irresolución parecieran estar en su proverbial incompetencia y
en los condicionamientos ideológicos. Para los demagogos y populistas, hacer lo
correcto en el momento indicado no es lo prioritario, el propio pellejo está
primero.
Mientras tanto, retoman un nuevo aire
las protestas. Comienzan de nuevo a incrementarse las manifestaciones
callejeras, aunque algunas cometiendo los mismos errores que le restan apoyos y
llevan agua al molino del gobierno.
El repudio a la conducción gubernamental
va en aumento, la evaluación de ella es la peor de los últimos años. La gente
no ve un futuro cierto, sino una situación económica y política en decadencia
acelerada. Las encuestas lo reportan claramente.
Más ciudadanos se suman a la convicción
de que la causante directa de los males que padecemos y se agravan es la
política de controles irracionales, de expropiaciones indiscriminadas y
caprichosas, y de expulsión de las inversiones nacionales y extranjeras.
El petrosocialismo chavista es un
estruendoso fracaso. Sin dólares no funciona. Ya no hay suficiente para
repartir a manos llenas ni para regalar en el extranjero. Las reservas
internacionales en franco descenso y los próximos pagos del servicio de la deuda
externa son inciertos. El subsidio a la gasolina es insostenible. Las tarifas
de los servicios públicos a cargo del Estado no tienen otra salida que ser
elevadas.
La descomunal burocracia estatal,
ampliada por el clientelismo populista, se come el presupuesto. El despilfarro
y la corrupción desembozada también. El Estado no tiene recursos suficientes
para hacer inversiones productivas. La gallina de los huevos de oro, PDVSA,
está endeudada en cifras astronómicas, demandada por miles de millones de dólares;
produce y exporta menos, y para remate, se dedica a lo que no debería, cargando
con una nómina de trabajadores absurda e injustificada. Se dice que hasta
petróleo va a comprar pronto. Insólito.
El petrosocialismo está ávido de
dólares, no sabe “gobernar” sin abundancia de ellos, sus enormes carencias
técnicas y gerenciales, su ignorancia general sobre los asuntos de gobierno,
las ha compensado a realazos. De allí que, consumidos alegremente cientos de
miles de millones de dólares petroleros, ahora quiera, desesperadamente, vender
activos públicos y empeñar más al país de forma irresponsable, con los chinos,
los rusos o con quien haga falta, para mantenerse en el poder.
El petrosocialismo cuenta con que el
maná que brota de un pozo de petróleo lo salvará de la debacle. Pero la
dirigencia política ignorante y equivocada que desgobierna está sumida en un
festín obsceno de malversación y peculado.
El petrosocialismo es rentista,
improductivo, ineficiente, autoritario, parasitario, produce pobreza, desabastecimiento
de productos de consumo masivo, ausentismo laboral y poca competitividad.
El petrosocialismo, por otro lado, ha
apuntalado una diplomacia al servicio de un proyecto político y económico
destructor. El clientelismo interno tiene su correspondiente en los espacios
internacionales. Así, los beneficiarios de la generosidad venezolana se hacen
de la vista gorda frente a los atropellos a la democracia, a las violaciones a
los derechos humanos. Es el realismo pérfido en acción.
En Venezuela hay el conocimiento,
talento y experiencia acumulados para salir del marasmo en el que nos hundió el
petrosocialismo. Las soluciones a esos problemas están más que analizadas y
estudiadas. Sólo nos resta lograr la mayoría social y política necesaria y
contundente para desalojarlo del poder. Estrategia y tácticas claras,
organización moderna, coordinación con base en objetivos concretos,
movilización permanente y eficaz, y sobre todo, responsabilidad, disciplina y
lealtad entre las fuerzas democráticas. Ésa es la unidad que garantizará los
triunfos parciales y el definitivo de cara al nefasto petrosocialismo.
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