Publicado por ANGEL OROPEZA ago 16, 2014
@angeloropeza182
Nota: El siguiente es mi
último artículo enviado a El Universal. Cuando se me pidió que lo modificara o
cambiara, ya que su contenido no era “conveniente” dada la nueva línea
editorial del periódico, decidí renunciar por un asunto de elemental respeto a
mí mismo y de rechazo a toda forma de censura.
Cuando se habla de los seguidores del
militarismo rentista, actual modelo de dominación en el poder en Venezuela, es
necesario en justicia identificar los diferentes subgrupos que componen esta
particular clase política, que dista mucho de ser homogénea. Así, es posible
reconocer una “tipología del militarismo”, en la que coexisten al menos 7
categorías de personas o grupos:
1. Los oportunistas de
ocasión: Para este grupo, la identificación con “el proceso”, es altamente
rentable en términos económicos, y logran enormes fortunas al amparo de esa
cosa llamada “revolución”. Aquí coinciden los “vivos” de siempre, aquellos que
han sabido medrar a la sombra de cualquier gobierno, con la neo-oligarquía
floreciente y de reciente cuño, a la que el argot popular ha bautizado como la
“boliburguesía”, los “enchufados” o los “vampiros”.
2. Los nostálgicos de la
“Venezuela Heroica”: son los hijos de lo que llama Carrera Damas “el pueblo
parricida”. Para ellos, la historia se reduce a un período glorioso (la guerra
de independencia), luego del cual el pueblo traicionó y mató al padre
(Bolívar). Como producto de este pecado de parricidio, fuimos castigados por
170 años de oscurantismo, un período perdido que la nueva mitología política
bautizó como la “IV república”, que va desde la fecha del parricidio -1830-
hasta la llegada al poder del “hijo de Bolívar” en 1998.
3. Los adoradores de
charreteras: aquellos que les encanta la presencia soldadesca en el poder, y
que considera a los militares como los más capacitados para gobernar el país.
Estos venezolanos encuentran muy fácil identificarse con un proyecto como el
actual, que no sólo es de clara orientación militarista, sino que tiene a un
oficial golpista como suprema referencia.
4.Los viudos de la
izquierda bolchevique: aquellos que todavía añoran al muro de Berlín, que
lloran al oír la “Bella Ciao”, que se enternecen con la imagen del Che Guevara
y que aún hablan de los “soviets” como alternativa de progreso social,
constituyen un grupo importante de la taxonomía militarista. La iconografía,
los discursos y hasta la estética gubernamental les devuelve, con olor a
naftalina incluido, a una etapa que creían lamentablemente perdida, y les ha
devuelto la esperanza en sus mitos y ficciones.
5.Los que necesitan ser
“mandados”. Son aquellos cuyas características psicológicas les impiden existir
sin alguien que les mande. Son aquellos que podían estar horas enteras
embelesados escuchando los mismos chistes, los mismos cuentos y las mismas
arengas de su difunto líder, con la actitud de enajenación y entrega del
borracho enguayabado que se pega a la vieja rocola para oír una y otra vez el
bolero que le trae de vuelta a la amada ya perdida. Su máxima de vida es
“ordene comandante, yo no soy nadie, yo estoy aquí para servirle”. Son la cara
más visible de la sumisión psicológica.
6.Los revolucionarios de
buena fe, que necesitan cambiar al mundo: hay en la masa oficialista personas
que han militado desde mucho en la convicción revolucionaria, y les caracteriza
un pensamiento progresista y de avanzada. Tienen sus dificultades severas con
otros sectores del militarismo, porque no les cuadra mucho el culto a la
personalidad, la mentalidad cuartelaria, la corrupción del gobierno y la
influencia excesiva de la poderosa neo-oligarquía, pero mantienen su fe en el
proyecto, sobre todo porque el costo existencial de renunciar a la esperanza es
de un peso psicológicamente abrumador y frustrante.
7.Los ingenuos: aquellos
que creen, de buena fe, en las promesas de redención social que vende el
proyecto de dominación militarista. Creen que es posible, a partir de este
proyecto, lograr mejoras sustanciales en su calidad de vida, tener mayor
participación y visibilidad política, y avanzar en su condición económica y
social, dentro de un ambiente de libertad y soberanía popular.
Estos 2 últimos grupos fueron los grandes
ausentes del reciente “congreso” del partido de gobierno iniciado la semana
pasada. A ellos pertenece un militante de base con quien conversé hace 2
semanas en Puerto Ayacucho, y me decía, con no poca ironía pero con la dignidad
herida de tener que demostrar frente a un guardia, partida de nacimiento en
mano, que su hijo era su hijo para así lograr que el gobierno le permitiera
comprar pañales, “yo quisiera ir a ese congreso para preguntar por qué”.
Esta es la gente que pensaba que lo
más urgente en el “congreso” era discutir sobre formas mínimas de eficiencia
gubernamental, para que a los camaradas pobres (porque los camaradas ricos no
tienen ese problema, ellos tienen guardaespaldas) no los siga matando el hampa
todos los días, o cómo hacer para que el salario alcance. En vez de eso, los
engañaron otra vez con el cuento del “pensamiento crítico”, la “conciencia
revolucionaria”, el “legado” del jefe y otros fetiches argumentales que sólo
sirven para atornillar a los de siempre e intentar adormecer a las bases. El
problema es hasta cuándo.
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