RAFAEL LUCIANI sábado 30 de agosto de 2014
Doctor en Teología
rlteologiahoy@gmail.com
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Algunas personas creen que la
dimensión política de la vida se identifica con la pertenencia a algún partido
político. Existe la tentación de no asumir la propia responsabilidad personal
ante el deterioro que se vive, sea por comodidad, conveniencia o indolencia.
¿Cómo comprender que la acción política es un deber de todos?
Los cristianos creemos que la práctica
histórica de Jesús es el criterio de discernimiento para comprender nuestra
relación con la política, la economía y la religión. Él nos muestra cómo la
vida de cada persona es sagrada, y nos enseña que toda relación debe buscar
nuestra humanización en el marco de una libertad corresponsable que nos haga
sujetos, y no objetos o súbditos.
Cuando olvidamos, o desconocemos, la
praxis histórica de Jesús, aparecen dos grandes tentaciones. Por una parte,
creer en un cristianismo apolítico, es decir, en una fe sin relación con los
procesos de humanización social, limitada a la devoción y al culto. Por otra,
vivir un cristianismo político identificado con un sistema de gobierno que se
propone como la presencia del Reino de Dios en este mundo. Ambos casos niegan
al Dios de Jesús.
Podemos estar viviendo una fe vacía,
que se quedó en el culto y la devoción, como si estos fueran actos mágicos que
sustituyen la relación personal con Dios y con el hermano (St 2,15-17). O tal
vez hemos caído en la tentación de la idolatría, mediante la promoción de
adhesiones absolutas a sujetos o sistemas políticos, económicos y religiosos,
que se proclaman salvadores y exigen culto. Nos hemos acostumbrado a ceder el
espacio de Dios a otros (Dt 6,4-6).
Es preciso recordar que la condición
política del cristiano no puede ser idolátrica, como tampoco ideológica. No es
excluyente porque se sostiene en la fraternidad solidaria y no violenta de
Jesús, donde todos somos hijos de Dios y hermanos unos de otros, antes que
hijos de la patria o camaradas del proceso (Col 3,11). Ciertamente, esto pasa
por un compromiso personal con el desarrollo de todo el sujeto humano y de
todos los sujetos, independientemente de su posición ideológica, económica o
religiosa (Lc 6,27-28.35). Es la auténtica apuesta por la causa fraterna de
Jesús (1Jn 2,4).
No podemos dejarnos encantar solo por
el fin último y las metas de un determinado sistema de gobierno, así sea el más
noble que pueda existir. Hay que discernir la validez ética y la verdad moral
de los medios que se utilicen.
Podemos reconocer la veracidad de una
determinada acción política, si acierta respecto a los problemas reales de la
sociedad o no. Incluso, es posible formular un juicio sobre su eficiencia o no.
Pero desde el seguimiento a Jesús estamos llamados a preguntarnos por la verdad
de dichas prácticas y la validez de los medios que se adoptan.
Una práctica política no es moralmente
verdadera cuando promueve discursos y actitudes de desintegración social,
exclusión de grupos y manipulación de conciencias, generando cultos idolátricos
a sus líderes. Es aquí donde una sociedad mide su verdadero talante humano, así
como su fe. Como enseñó Jesús: "uno es vuestro Maestro y todos vosotros
sois hermanos" (Mt 23,8). No hay dos Señores.
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