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lunes, 25 de agosto de 2014

ÁNGELA EN UCRANIA, por Fernando Mires

Fernando Mires 24 de agosto de 2014

500 millones de euros es mucho dinero, pero para activar a una economía arruinada como la de Ucrania, es poquísimo. De tal modo, cuando un pretencioso periodista declaró en la TV: “Ángela Merkel fue de compras a Ucrania”, no solo demostró no saber nada de economía, sino tampoco de política. No, Ángela Mérkel no fue el 23.08.2014 de shopping a Kiev. Su viaje fue fundamentalmente político.

Podría haberse entrevistado con el presidente Petró Porochensko, con el ministro Arseni Yatseniuk y hasta con el alcalde-boxeador Vitali Klichkov, por Skype. Pero el efecto no habría sido igual. Merkel intentó demostrar que la presencia política-corporal –no por casualidad en el “día de la independencia ucraniana”- sigue siendo un factor decisivo. A través de su cuerpo Ángela dijo simbólicamente, “yo estoy aquí junto con ustedes”. Por eso fue aclamada, algo que nunca podría ocurrir a Putin si alguna vez tuviera la mala idea de asomar su cabeza por Ucrania.

Ángela Merkel hizo acto de presencia en una Ucrania acosada por separatistas, que no son tales pues casi todos son enviados desde Rusia. Hubo de ser derribado un avión con más de 200 pasajeros para que el mundo se hubiera dado cuenta de que en Ucrania tiene lugar una guerra de invasión. Los habitantes de Lugansk y Donetsk, los mismos que hoy sufren escasez de alimentos y padecen de frío en medio de casas arruinadas por bombardeos, ya lo saben desde hace tiempo. A las guerras no hay que declararlas para que sean guerras. Por lo común basta comenzarlas. Y en Ucrania ya comenzó.

No obstante, Merkel no viajó en son de guerra. En el marco de la constelación europea ella –es un secreto a voces- representa una posición intermedia. Por una parte, está decidida a apoyar (a defender), como declaró en Kiev, “la integridad territorial” de Ucrania. Pero por otra, no quiere provocar a Putin con quien conversa telefónicamente todas las semanas. Ambos mandatarios caminan sobre una pista de hielo muy resbaloso y perder ese mínimo contacto podría ser muy peligroso para ambos.

La posición de Merkel no es cómoda. A pesar de que Europa ha dado, por primera vez desde el fin de la Guerra Fría, muestras de unidad política frente al adversario común (adversario, enemigo todavía no) no existe claro acuerdo acerca de una estrategia militar conjunta. Polonia, República Checa, los países bálticos, en alguna medida Francia e Inglaterra, estarían dispuestos a tender una línea militar frente a Rusia, y EE UU los apoyaría. Hay, sin embargo, otros gobiernos, el holandés y los escandinavos por ejemplo, que más bien estarían de acuerdo en entregar Ucrania a Rusia, aunque bajo determinadas condiciones. Para Merkel no se trata ni de lo uno ni de lo otro.

Tender una línea militar frente a Rusia devolvería a Europa a una Guerra Fría cada día más caliente. Entregar a Ucrania es imposible, porque Ucrania no es propiedad de nadie. Por lo demás, la decisión de que Ucrania abandonara el protectorado semi-colonial del Kremlin no provino de Europa sino de una Ucrania políticamente soberana. Al contrario, la mayoría de los gobiernos europeos se habría alegrado mucho de que Ucrania hubiera seguido perteneciendo al “espacio vital” ruso. Apoyar a Ucrania es un negocio carísimo (no solo en términos económicos). Pero Europa no puede sino apoyar, aunque no quiera, a Ucrania.

Si Europa no apoya a Ucrania, no solo traicionaría a los principios políticos que dice defender; además, abriría las puertas a Putin para que continúe alegremente su política de anexiones. No sin razón, Merkel, que no da una puntada sin hilo, horas antes de viajar a Ucrania, aseguró al gobierno de Lituania su “total apoyo en caso de amenaza externa”.

La tarea más difícil para Merkel será convencer a Putin de que en el espacio de una globalización de la cual Rusia profita más que padece, las anexiones territoriales pertenecen al pasado, es decir, hoy los límites geográficos coinciden mucho menos con los límites políticos y con los económicos que durante la era bi-polar. Rusia, desde puntos de vista políticos y económicos, está más cerca de Cuba o Siria que de Polonia, Cuba más cerca de Rusia que de América Latina, Venezuela más cerca de China que de Colombia, Alemania más cerca de Australia que de Rusia, y Ucrania más cerca de Europa que de Rusia. Del mismo modo, Rusia podría estar mucho más cerca de Alemania si deja a Ucrania vivir política, económica, aunque no geográficamente, algo más lejos de Rusia.

En fin, se trata de convencer a Putin de que la geo-política es una ciencia pre-histórica. Hoy solo existe una política (sin geo) internacional, a la que Merkel parece conocer tan bien como a la nacional. Siempre y cuando, por supuesto, sea posible separar a la una de la otra..


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