Trino Márquez (sociólogo) 16 de agosto de 2014
@trinomarquezc
Damián Prat, periodista del Correo del
Caroní, se convirtió en un investigador implacable de los desmanes cometidos
por los rojos en las empresas de la Corporación Venezolana de Guayana (CVG). En
sus denuncias abundan datos acerca del saqueo que han perpetrado, las
volteretas que han dado para destruir la gerencia y la meritocracia que ese
emporio industrial formó durante más de cuatro décadas, la improvisación que
domina y la forma como el PSUV, ni siquiera el Gobierno o el Estado, se adueñó
de las quince empresas que conforman el conglomerado. Sus estudios son
rigurosos. Ampliamente documentados. Al régimen no le ha quedado más camino que
rumiar su indignación y amenazar al periodista. No puede rebatirlo. Las cifras
son elocuentes e irrefutables.
Cuando el Comandante asumió el poder,
la mayoría de esas empresas producían ganancias, algunas muy modestas, pero, al
menos, no generaban pérdidas al Fisco. Sus balances estaban impresos en tinta
negra. Tres lustros más tarde, los números son rojos. En la CVG el régimen ha
realizado los experimentos más lunáticos.
El primer Presidente que tuvo fue
Carlos Lanz, un señor que no sabía distinguir entre una barra de aluminio y un
balón de futbol; además, estaba intoxicado por las tesis comunistas de Marx,
Mao Zedong y Ernesto Guevara. Su propósito inicial se dirigió a acabar con la
“división capitalista del trabajo” –basada en las jerarquías y la
especialización de la fuerza laboral- para sustituirla por la “división
socialista del trabajo” –fundada en la horizontalidad y movilidad de los
trabajadores-, de acuerdo con el esquema que trataron de imponer Mao y Guevara
en China y Cuba, respectivamente.
El resultado fue desastroso. Se
rompieron las líneas de mando, indispensables para mantener la producción y las
altas tasas de productividad que esas industrias requieren. El maoísmo de Lanz
fue tan nocivo que Chávez se vio obligado a destituirlo, antes de que terminara
de acabar con lo poco que quedaba.De allí en adelante ha predominado el caos y
la bancarrota. Las empresas nunca han podido recuperarse. Del maoguevarismo se
pasó a la sovietización del holdingindustrial. El PSUV se adueñó de la CVG. La
convirtió, al igual que PDVSA, en una prolongación del partido.
Trato de recomponer la gerencia, pero
bajo la tutela del partido rojo. El presupuesto de la agrupación y el de la CVG
son la misma cosa. La “segunda independencia” nacional, proclamada por el
régimen, que tenía en Guayana a uno de sus ejes, se evaporó producto de la
corrupción, el sectarismo y la incompetencia. Los trabajadores de SIDOR
conforman la línea de resistencia y oposición a ese modelo de destrucción.
Lo que ha ocurrido en Guayana no puede
ser calificado de capitalismo de Estado o mercantilismo. Para que exista
capitalismo de Estado no basta con que el sector público sea el dueño de las
empresas. Esta es una condición, pero no es la única. También es necesario que
esas industrias o empresas, por “básicas” que sean, respeten las leyes del
mercado y trabajen de acuerdo con patrones de calidad, productividad y
eficiencia comunes a cualquier negocio. En Taiwán y en Corea del Sur hubo
capitalismo de Estado muy fuerte, que progresivamente fue desmantelándose. El
Estado le transfirió la inmensa mayoría de sus activos al sector privado.
Taiwán, por ejemplo, por razones de seguridad nacional, ha conservado los
astilleros. Es su “empresa básica”, solo que trabaja con tales niveles de
eficiencia y calidad, que países vecinos y empresas privadas de navegación
marítima, mandan a construir grandes barcos en esos astilleros estatales.
En la CVG no se ha impuesto el
capitalismo de Estado, sino el sovietismo, forma perversa de estatización que
arruina las empresas porque las politiza, las partidiza y las convierte en caja
chica del Gobierno y del partido oficial. Las empresas no trabajan para generar
beneficios y autofinanciarse, sino que operan como un mecanismo de distribución
de la renta estatal. Los sindicatos oficialistas han formado parte de la
destrucción. Por fortuna, existen sindicatos opositores que se han dado cuenta
de que este camino conduce a la parálisis y ruina total. Ven los ejemplos de la
Mitsubishi y Helados Efe, donde los sindicatos actuaron como factores
destructivos contra la clase obrera. Las lecciones en Guayana han venido
acompañadas de plomo, gas del bueno y represión, única fórmula pedagógica que
conocen los comunistas.
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