Miguel Méndez Rodulfo 29 de agosto de 2014
Acorralado por los hechos, el
Presidente de Francia se apresta a implantar la consabida receta de la troika.
Luego de dos años en el poder, al que llegó con los votos de la mayoría del
pueblo francés que de esta manera le dio el mandato de cambiar las políticas de
austeridad de Sarkozy, y después de iniciarse con un encendido discurso contra
las políticas de la Merkel, el FMI y la Unión Europea, hoy el peso de los
indicadores económicos lo obliga a retroceder, a cambiar el discurso que le
permitió ganar las elecciones. Así diríamos que envuelto en un dilema, que es
clásico de la socialdemocracia, Hollande con el mayor desparpajo, pero con un
sentido pragmático de la política, da media vuelta y reinicia el camino
económico en la dirección opuesta. Lo obligan la condición de potencia en
declive de Francia que ve como desde hace una década viene cayendo su
producción automotriz, la cual es 40% menor que hace 10 años; una tasa de
desempleo mayor de 10% que crece sistemáticamente desde hace 9 meses; una caída
generalizada de la producción industrial que llega a una tasa negativa de -4%;
un crecimiento económico igual a cero (0%), y la necesidad de disminuir el
gasto púbico de los próximos dos años en 50.000 MM de euros, para poder reducir
su déficit fiscal y sanear sus cuentas. Francia, además, debe someterse a un
proceso de desregulación que va a durar tres años, al término del cual el país
debe reiniciar la senda del crecimiento.
Antes que él, Olof Palme, Felipe
González, Carlos Andrés Pérez, Gerhard Schröder, Allan García, etc., hicieron
algo semejante y el tiempo les dio la razón. Sin embargo, han sido dos años
perdidos de políticas económicas erráticas y de gran desgaste político. De
hecho el margen de maniobra que le queda es pequeño ya que si su partido le
quitara el apoyo, el programa de cambio económico no se podría aplicar.
Mientras España que bajo el gobierno de Rajoy asumió la austeridad desde el
principio y pasó por un periodo muy duro, ya comienza a crecer en forma
consecutiva desde hace 4 trimestres, al país galo le esperan por lo menos dos
años más de decrecimiento y penurias. Los críticos de la austeridad entre ellos
Stiglitz, dicen que las crisis económicas se combaten con medidas contra
cíclicas, no con políticas pro cíclicas, que es lo que estaría haciendo
Hollande, lo que al entendimiento de ellos causaría perjuicios al país, tales
como desempleo y deflación, algo que ocurre hoy en la UE. La diferencia es que
la crisis francesa no sucede porque haya severos problemas en los fundamentos
de la economía, tal como si ocurría en Grecia. No se trata de que los problemas
económicos de la segunda potencia de la UE tengan que ver con asuntos de
déficit fiscal, inflación o desempleo, inmanejables, sino con temas que tienen
que ver con la productividad y competitividad; con el estado paternalista y
otras políticas sociales no sostenibles. Alemania aplicó su política de
austeridad mucho antes de que la crisis apareciera, pero cuando era evidente
que se avecinaba. Schröder y el SPD, tuvieron el coraje y la valentía de
asumirla, eso tuvo un enorme costo político para ese partido, pero luego de
seis largos años de crisis económica mundial, la Germania ha escapado inmune a
este cataclismo.
Otra vez se sale por la tangente el
líder galo, no ya como el infiel que deja a su pareja e hijos en la estacada,
en una hora política decisiva para el propio partido socialista, ni como el
motorizado sigiloso que va a medianoche en pos de una amante clandestina, sino
como un político audaz que se juega el destino de millones de franceses en una
apuesta que espera que le salga bien. La inconstancia siempre le ha resultado al
mandatario francés, eso espera el pueblo galo.
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