García Mendoza 06 de agosto de 2014
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@ogarciamendoza
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De las funciones más importantes de
los ejecutivos está la de saber anticipar.
No es necesaria una bola de cristal,
ni mucho menos, es conociendo los detalles de las situaciones y las operaciones
que se realizan, que se puede tratar de predecir el camino.
Muchas veces no es fácil y a veces irá
a contracorriente, pero el éxito de la empresa va a depender de eso.
Por muchos años fui presidente de un
importante banco.
En mis inicios me tocó enfrentar una
situación desconocida y caótica: el viernes 18 de febrero de 1983.
El viernes negro.
La primera gran devaluación en muchos
años.
Una situación que dejó desconcertados
a todos.
Las devaluaciones no ocurren nunca de
golpe y porrazo.
Se vienen anunciando. No de manera
directa sino con esas “sutilezas” que tienen los gobiernos.
Bajan las reservas internacionales,
cae la producción petrolera, se reduce la liquidez del gasto público y por
allí, siempre, un ministro o un alto funcionario se ocupa de negar
vehementemente que la habrá, cuando es lo contrario.
En esa época venían dándose las
señales.
El vehículo de compra de dólares para
los bancos era el Banco Central.
Cuando una institución necesitaba
divisas las solicitaba del Central y éste de inmediato las vendía a Bs 4.2925
por $ para que el banco comercial las revendiera a Bs 4.30 (la diferencia de
.0075 hoy parece risible pero era suficiente para la banca y los clientes).
En los últimos meses del año 82 y
primeros del 83 se comenzó a notar una gran baja en la liquidez bancaria.
Había poco dinero en circulación y el
Central se comenzó a dilatar en el envío de las remesas a los bancos
corresponsales del exterior.
Esto fue una alarma. El Central estaba
atrasándose.
Y comencé a desconfiar.
Entonces di una instrucción a nuestro
departamento de cambio: solo se venderían las divisas disponibles en nuestro
banco corresponsal de NY.
Para saberlo nos enviaban un telex
durante la mañana, indicándonos el movimiento de la cuenta.
Con el pasar de los días la presión
sobre el dólar siguió acentuándose y en muchos momentos no teníamos divisas
para vender.
Los bancos, en general haciéndole confianza
al Gobierno, seguían vendiendo aunque no tenían la disponibilidad.
Me recuerdo de una llamada de un
colega muy amigo que me dijo: “Oscar, estás loco, estás haciendo un control de
cambio particular, la gente del gobierno está sorprendida, el Central nunca
dejará de pagar”.
Le contesté que habíamos tomado una
decisión que nos parecía correcta y que la mantendríamos.
Fueron muchas las presiones esos días
y, puedo decirlo, tuve una sensación de gran alivio, cuando el gobierno decretó
el feriado bancario para imponer el control de cambios.
La Superintendencia de Bancos solicitó
a las instituciones financieras una auditoría externa que indicara cuál era la
posición en $.
Tengo guardada la nuestra. Fuimos el
único banco que cerró positivo, aunque en un monto muy pequeño ese día.
Y con ello le ahorré al banco, sus
directivos y accionistas, las enormes dificultades y pérdidas que tuvieron los
bancos que enfrentar por la devaluación.
He hecho esta larga introducción para
situarme hoy día.
Sin duda la situación del 83 era
inmensamente menos mala que la que enfrenta el sistema financiero bajo la
dictadura castrochavista.
Es difícil imaginar porque no han
nacionalizado la banca, pero la han ido llevando a un camino que tiene una muy
difícil vuelta atrás.
Las carteras obligatorias por
sectores, como el agrícola, vivienda, pequeña industria, con porcentajes
elevadísimos que no solamente tienen rendimientos muy poco satisfactorios, sino
con claras posibilidades de no ser pagados nunca.
Además, utilizan la emisión de papeles
del Estado en volúmenes importantes y sin provisión de pago.
Para cubrir esto el gobierno ha
mantenido (y también por otras razones) niveles enormes de liquidez que les
permiten a los bancos cobrar alto y pagar poco o nada, lo que representa
ciertas ganancias. Pero han creado un monstruo que será irresoluble.
Grandes carteras de crédito
irregulares y de imposible recuperación pesarán fuertemente en una
recuperación.
Si se adoptase una medida de
restricción de la liquidez, o se dolarizase la economía -ambas medidas
especialmente correctas- el sistema financiero no tendría salida.
La situación no es bancaria. Es
política.
Solo un cambio de régimen podría
proteger la propiedad privada de los depositantes y de los bancos.
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