Américo Martin 14 de agosto de 2014
La gente en general –y no hablo sólo
del “hombre de la calle” sino de políticos e intelectuales experimentados- ha
internalizado una más bien rocosa idea del significado de la unidad política.
En el caso de la alternativa democrática venezolana esa óptica, que llamaré
simple o simplista, conduce a mirar mal lo que no lo es tanto, o incluso lo que
conserva buena salud.
Lo primero es la relatividad del
concepto. La unidad que se espera de un partido único, filosóficamente unívoco,
no puede ser sino monolítica o de acero. Está atada a una ideología o forma de
pensamiento exclusiva y excluyente, se mueve a la orden de un jefe absoluto
siempre acertado salvo cuando él mismo conceda haber errado (generalmente en
asuntos menores) Sacralizado a su muerte cual una divinidad y hasta momificado
si hubiera tiempo de embalsamarlo antes de la degradación definitiva de la
carne, un partido o un gobierno así estructurado identifica las diferencias con
herejías y las contradicciones naturales con cismas protagonizados por
traidores. La unidad en este caso no tolera disonancias. La falsa cohesión que
logran es al costo de una precaria representatividad.
La unidad que procura un movimiento
coaligado, pluralista, se reconoce como “acuerdo”. Organizaciones que responden
a filosofías diferentes, tienen sus propios líderes y ritos, no deberían ser
objeto de reproches por no abandonar sus opiniones para diluirse en un solo
partido. Porque si lo hicieran renunciarían a lo que son, dejando a sus
seguidores a la deriva. Sería como decir que en Venezuela hay dos partidos
monolíticos: el gobierno y la oposición encarnada en la MUD y en organizaciones
disidentes ajenas a ella.
En el fondo se expresa aquí la
diferencia entre democracia y autocracia. Aquella es por esencia plural,
diversa. Esta es única, granítica. Por ser plural la democracia no solo acepta
la diversidad de corrientes y de liderazgos, sino que la auspicia. Por eso la
falta de unidad en el actual bloque gubernamental se manifiesta en fracturas,
rompimientos y divisiones, en cambio en la alternativa democrática, en falta de
acuerdos o en acuerdos insuficientes. Porque, obviamente, no puede llamarse
“división” lo que no es único sino plural.
Sé que en este punto me asaltarán con
algún comentario risueño, del tipo de: “es una manera de edulcorar la división
de la oposición” “uno puede darle el nombre más complaciente que quiera pero
división es división” pues “aunque se vista de seda la mona, mona se queda”.
Pero el asunto no es tan sencillo como
para despacharlo con un buen chiste. Para que se produzca un veraz y amplio
acuerdo de la oposición democrática es imprescindible que haya surgido una
sólida área común que prevalezca sobre las naturales, lógicas y necesarias
diferencias ideológicas y políticas. Esa zona de coincidencias debe ser
reconocida por todos los interesados y efectivamente así ha ocurrido. Se trata
pura y simplemente de cambiar el gobierno presidido por Nicolás Maduro y
hacerlo en los términos autorizados por la Constitución, es decir: con la ley y
la paz por delante. Es el acuerdo suscrito por los integrantes de la MUD, pero
como ésta es una estructura de partidos, si quiere ser eficaz ha de extenderse
a la sociedad civil en su abigarrada variedad.
¿Cuáles son las consecuencias que se
derivan de semejante premisa?
- Los
integrantes de la MUD (o como se decida denominarla) están en libertad de
ejecutar sus propias iniciativas políticas. Pueden proponerlas o no a la
MUD, pero si no fueran aprobadas por todos, no importa. Las desarrollarán
con sus propias fuerzas o con la contribución de quienes las compartan. He
oído decir, por ejemplo, que la realización del Congreso de Ciudadanos
supone la “persistencia” de la división opositora. No es así. Vente
Venezuela propuso, algunos aceptaron y la reunión fue convocada sin
afectar ni en un pelo a la MUD, cuyo papel se reduce a respetar y no
descalificar esa decisión. Esta es la fuerza de la democracia, en caso
contrario sería inviable, imposible.
- Proliferan
los candidatos, lo que supuestamente hace inaplicable el acuerdo en
eventuales elecciones. ¿Acaso el modelo autocrático es válido para la
democracia? Chávez era candidato por origen divino y después lo fue su
designado digital. Que surjan rivales de Maduro es signo de división en el
chavismo, pero es signo de fortaleza en la oposición. Las distintas
corrientes despliegan legítimamente sus líderes y luchan por representar a
la alternativa democrática, y al hacerlo expanden las fronteras de su
influencia. El todo es que –como ya ocurrió y es parte del acervo
opositor- las presidenciales pasen por primarias, respecto de las cuales
hay una valiosísima experiencia acumulada.
- La
ventaja de la democracia es su genuina representatividad. Si cada rincón
del pensamiento es libre de expresarse, no cabe duda que por esencia
podría aspirarse a representar toda la sociedad que, como saben hasta las
piedras, es muy plural.
En cambio quienes imponen una sola
voluntad están por naturaleza limitados a lo que puedan lograr por imposición
de una ideología única, represión de quienes piensen diferente o atentados
sistemáticos contra la Constitución. Y eso no será demasiado y sobre todo
sincero, salvo que la alternativa democrática se ciegue, se despedace a sí
misma, o actúe en términos similares al adversario que dice combatir.
“Autosuicidio”, lo llaman.
El chavismo tiene todo el derecho de
vivir y luchar en una sociedad democrática. Lo que no puede permitirse es el
dominio arbitrario de una única y pretendidamente iluminada tendencia.
Así son las reglas, amigos; las reglas
de la democracia.
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