Por José Domingo Blanco, 15/04/2016
La primera entrevista política que hice, recién graduado como
Comunicador Social, fue al doctor Rafael Caldera. Eran los años de mis inicios
en el oficio. Trabajaba en Radio Capital como disc jockey, haciendo el resumen
musical, alejado de la política y las noticias. Un día, previo a las elecciones
presidenciales, el Jefe del Departamento de Prensa de la emisora, Luis Armando
Rueda, convoca a su equipo de periodistas para asignar las pautas y cubrir el
evento electoral. Sin haber sido invitado, me colé en esa reunión y pregunté
qué pauta me asignarían. No sé si fue por mi insistencia -o para deshacerse de
mí- pero, Rueda me pidió que cubriera el momento cuando el doctor Caldera
estuviera sufragando.
Entusiasmado con mi primera oportunidad periodística me presenté,
grabadorcito en mano, en el colegio donde votaba Rafael Caldera. Por supuesto,
por más que intenté aproximarme, era tanta la gente que lo rodeaba que no logré
acercarle el grabador para obtener su declaración. Confieso que salí de allí
desencantado; pero, no me di por vencido. Decidido, me fui hasta la casa del
doctor Caldera, me identifiqué ante el personal que lo asistía y dije que
quería entrevistarlo. Si bien, de entrada, no se mostraron muy receptivos,
hicieron la gestión de ir a notificarle mi intención. Regresaron con su
repuesta: “el Doctor Caldera apenas está comenzando a desayunar; pero dice que,
si estás dispuesto a esperarlo, con todo gusto te recibe”. Y me senté
–consumido por la impaciencia y el nerviosismo- a contemplar el tinajero que le
daba nombre a su casa, con mis “veintipocos” años a cuestas, y mi batería de
preguntas previamente elaboradas.
No sé si fueron cuarenta y cinco minutos o más los que aguardé. Pero,
Rafael Caldera apareció y contestó cada uno de los cuestionamientos sin filtro
que un muchacho, recién graduado de Periodista, tenía que hacerle… Y el
recuerdo vino hoy a mi memoria porque, en el programa del jueves 14 de abril,
mi entrevistado fue el menor de sus hijos, Andrés. Lo invitamos para hablar de
los cien años del natalicio de su papá. Conversamos sobre el libro “Rafael
Caldera, con orgullo de ser venezolano” -que editaron para la ocasión, y que
resume en estampas se prolífera vida política. Hablamos de anécdotas, de las
actividades que tienen programadas para celebrar el centenario de su nacimiento
y de su amor por Venezuela. Pero, aunque tenía la intención de solo centrarme
en este tema, no pude resistirme y le pregunté acerca de lo que muchos
consideran el peor error de Caldera durante su segundo mandato.
“Dicen que un error tapa mil aciertos” fue lo primero que le comenté a
Andrés antes de lanzarle la inevitable pregunta: “hoy estamos sumidos en el
debate de la Ley de Amnistía para los presos políticos, dígale a quienes nos
escuchan ¿qué fue lo que hizo Caldera con el sobreseimiento a Chávez?” Supongo
que Andrés está acostumbrado a que le hagan siempre la misma pregunta porque
respondió con la seguridad de quien sabe que, para aquel momento, la decisión
de otorgarle el sobreseimiento a Chávez, era un clamor popular. Era lo que
pedían a gritos –según menciona- actores políticos y sociales, muy reconocidos,
de esa época. Define al sobreseimiento como la terminación de un juicio por
razones de interés nacional. Era, según rememora, la petición unánime del país
que rogaba para que liberaran a los que aún permanecían presos por los hechos
del 4F y 27N.
Como a veces, los venezolanos somos de memoria corta, nos recordó que
sólo quedaban unos veinte golpistas encarcelados, porque CAP y Ramón J.
Velásquez ya habían sobreseído unas cuantas causas. Y es verdad, sólo que a
veces se nos olvida. Inmediatamente, me vienen a la memoria las caras y los
nombres de esos golpistas de 1992 que recibieron el perdón de la pena, de manos
de Carlos Andrés Pérez o en el corto mandato de Velásquez. Esos militares que
intentaron un golpe de Estado y que son tan culpables como Chávez de lo que
ocurre actualmente en el país. Incluso, el presidente de la Conferencia
Episcopal de ese momento, Monseñor Mario Moronta, imploraba por la liberación
de los asesinos del 4F. Y podríamos estar horas enumerando personeros
importantes de aquel entonces, que se sumaron a la petición de soltar a los
protagonistas de la asonada.
El menor de los Caldera hace énfasis en que, su padre, era un hombre
apegado y muy respetuoso de las leyes; por tanto, era lo que, por ley,
correspondía hacer. Alega que, ciertamente, su papá le concedió el
sobreseimiento al responsable de toda esta miseria que hoy vivimos; pero, nunca
fue quien hizo a Hugo Chávez presidente. Menciona cómo los sondeos de la época,
cuando lo sobreseyó, apenas le otorgaban a Hugo Rafael el 3% de la preferencia
electoral y cómo Irene Sáez –su exnovia y aspirante a la presidencia- era quien
“reinaba” en las encuestas.
Pero, Hugo Rafael remontó en las preferencias de los electores quizá
por la cantidad de errores que cometieron los principales actores de las clases
políticas dominantes. Y el pueblo fue embelesándose con el discurso del
golpista y lo “empoderó” y lo eligió como Presidente en el 98. Y todos fuimos
testigos de cómo ese Hugo, frente a su tocayo Rafael, juró colocando su mano
sobre “la moribunda Constitución”, que conduciría los destinos del país. Quizá
el desatino estuvo en que, para su infortunio, al doctor Caldera el destino le
reservó para otorgarle el perdón a -nada más y nada menos- que al causante de
las desgracias más horrendas que ha padecido la nación que tanto amó.
mingo.blanco@gmail.com
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