Guy Verhofstadt 05 de abril de 2016
Por lo
menos seis crisis están poniendo a prueba la estabilidad de Europa: el caos
regional causado principalmente por la guerra en Siria, una potencial salida
británica de la Unión Europea, la llegada de refugiados en una escala nunca
vista desde la Segunda Guerra Mundial, desafíos financieros no resueltos, el
expansionismo ruso y el retorno del nacionalismo a la política tradicional.
El
presidente ruso, Vladimir Putin, ha exacerbado intencionalmente por lo menos
cuatro de estas crisis. Además de su aventurismo en Ucrania, ha inyectado
obstruccionismo en la política europea a través de su respaldo a partidos
populistas y euroescépticos, ha intensificado el conflicto en Oriente Medio con
su intervención militar en Siria y, como consecuencia de ello, ha agravado la
crisis de refugiados. La UE debe despertar a la amenaza que plantea Putin y
empezar a contrarrestar su agresión.
El
nacionalismo que se propaga por Europa estuvo alimentado, en parte, por el
financiamiento ruso de los partidos políticos de extrema derecha, cuyo ascenso
ha impedido que Europa elabore una respuesta colectiva a la crisis de
refugiados. En el Reino Unido, el Partido por la Independencia del Reino Unido,
pro-Putin, está mordiéndole los talones al primer ministro David Cameron, de
modo que el gobierno no se compromete a aceptar la cantidad justa de refugiados
que le tocaría a Gran Bretaña. De la misma manera, Suecia ha cerrado sus
fronteras, en respuesta al rápido ascenso en las encuestas del partido de
extrema derecha Demócratas de Suecia. Esta especulación lamentable se está
expandiendo por todo el continente.
Mientras
tanto, Putin ha destruido los esfuerzos de la comunidad internacional por
negociar una solución política para el conflicto en Siria, el origen de la
crisis de refugiados. El respaldo de Rusia al ataque del gobierno sirio en
Aleppo ha obstaculizado el proceso de paz, que depende de la cooperación de los
actores globales, las potencias regionales y las fuerzas moderadas de oposición
que Putin está bombardeando.
El 15
de febrero, por lo menos 50 personas, entre ellas mujeres y niños, murieron
como consecuencia de ataques con misiles en escuelas y hospitales en el norte
de Siria, según las Naciones Unidas. El gobierno francés calificó a los ataques
de “crímenes de guerra” -y con razón-. Rusia negó su participación, pero en la
escena se encontraron fragmentos de misiles construidos por los rusos. El grupo
de ayuda Médicos sin Fronteras ha dicho que sólo Rusia o el gobierno sirio
podían ser responsables de los ataques.
Es
más, la lucha en torno de Aleppo ha desplazado a unas 50.000 personas, según la
Comisión Internacional de la Cruz Roja. Muchos de estos sirios desesperados
-entre los que se encuentran, principalmente, aquellas personas que no lograron
huir antes- se dirigirán a Turquía y de ahí a Europa.
Rusia
está arrojando bombas inclusive en momentos en que Putin dice respaldar un alto
el fuego. Claramente no se lo puede tomar al pie de la letra, como también
demuestra lo que sucedió en Ucrania. Ahora que Estados Unidos está distraído
con su campaña electoral presidencial, los líderes de Europa se encuentran
conversando solos, mientras el oso ruso roe la puerta. Es hora de tomar medidas
inmediatas.
Primero,
los gobiernos europeos deben poner un freno rápido al financiamiento ruso de
partidos políticos al interior de Europa. Si fuera necesario, habría que
solicitarle a la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos que
colaborara en identificar cómo se transfieren esos fondos. El esfuerzo debe ser
sostenido hasta que se cierren definitivamente los canales por los que se envía
efectivo ruso a partidos europeos.
Segundo,
la UE debe prepararse para imponerle sanciones económicas más efectivas a
Rusia. La Resolución 2254 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que
ofrece una hoja de ruta para el proceso de paz sirio, obliga a todos los
actores, entre ellos Rusia, a detener los ataques indiscriminados contra
civiles. Si Rusia no cumple con sus compromisos, deberían dispararse esas
sanciones.
Tercero,
la UE debe trabajar junto con Turquía y otros actores regionales para
establecer lugares seguros en la frontera turco-siria, hacia donde se dirigen
los refugiados de Aleppo y otras partes. Si bien esto implicaría ciertos
riesgos, no existen otras alternativas creíbles.
Finalmente,
Europa debe dejar de facilitarle el trabajo a Putin e implementar una
estrategia colectiva para el arribo de refugiados. Como parte de una respuesta
de emergencia, deben crearse una fuerza fronteriza y una guardia costera
europeas, con la misión de ayudar a Grecia a controlar su frontera, así como
salvar vidas y procesar los nuevos arribos.
Al
mismo tiempo, se deben utilizar los fondos de la UE para mejorar las
condiciones en los campos de refugiados de Turquía, Jordania y otras partes, de
manera de ofrecerles a sus residentes al menos alguna esperanza de poder
satisfacer sus necesidades básicas. Y sí, los líderes europeos deben aceptar
recibir una cantidad justa de personas necesitadas, permitiéndoles a los
refugiados solicitar asilo en la UE directamente desde las fronteras en las que
residen actualmente.
George
Soros tenía razón cuando recientemente sostuvo que la mayor amenaza a largo
plazo para la estabilidad de la UE es Rusia. Pero se equivocó al sugerir que la
UE se va a desplomar y colapsar bajo el peso de las múltiples crisis que enfrenta.
Es hora de que Europa se ponga firme, acomode su poder económico y lo utilice
para poner a Putin en su lugar.
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