ÁNGEL ARELLANO 01 de diciembre de 2016
En lo
que va de 2016 aumentó un 60% el número de venezolanos que huyeron del país con
respecto a la cifra de 2015. Investigadores de la Universidad Central de
Venezuela han informado que en los últimos 18 meses unos 200 mil compatriotas
se han marchado del país. Meses atrás, cuando se reabrió la frontera con
Colombia para permitir que ciudadanos del estado Táchira pudieran ir a comprar
comida a la vecina República, en un par de días por lo menos 120 mil personas
cruzaron a pie. De ellas, una buena parte no regresó a Venezuela.
Las
estimaciones de la crisis nacional reseñan que se multiplicará el incremento de
los precios, la escasez, el desabastecimiento y la inseguridad a medida que
pasen los días. Algunos analistas afirman que la inflación puede cerrar el año
en 500%, otros hablan de más de 700%. El Fondo Monetario Internacional para
2017 un 1600% de inflación.
En
todo el mundo la llegada de venezolanos ha subido vertiginosamente, al punto de
representar hoy una situación extraordinaria que deben abordar las autoridades
migratorias. El silencio de los gobiernos de los países receptores se ha hecho
notar.
A la
Argentina llegan semanalmente dos vuelos desde Caracas. Cada uno con un
promedio de 300 pasajeros de los cuales, según la Dirección Nacional de
Migraciones, 70% se queda en el país, 10% viaja a Chile y el restante retorna.
Durante los primeros cinco meses de 2016 Argentina entregó 3768 radicaciones
temporarias a venezolanos, el equivalente a la cifra total de 2015. El
consultor Carlos Pagni, dice que en la sede de la Dirección de Migraciones “se
forman colas que superan a las de la embajada norteamericana para la conseguir
la visa”.
La
Oficina Nacional de Estadística de República Dominicana expresó en comunicado
del 23 de noviembre de 2016 que “Venezuela ha tenido un crecimiento interanual
de 35% en cuanto a flujo de pasajeros hacia la República Dominicana, muy por
encima del 20% de crecimiento regional (…) Esto se refleja en que los
visitantes venezolanos han triplicado su cantidad de acuerdo al ratio
2011-2015, pasando de 53,079 a 163,870 personas en el último año”.
Este
par de ejemplos contextualizan el aumento de la diáspora. Se ha hablado mucho
de la migración de jóvenes y profesionales universitarios, pero la diáspora no
conoce de estratos económicos ni de nivel educativo. La crisis ha permitido la
apertura de dos tipos de migración irregulares nunca vistas en nuestro país. La
primera: balseros huyendo a las islas caribeñas. La segunda: ingreso a Brasil y
Colombia por tierra con la ayuda de contrabandistas.
Poco
se ha escrito sobre las huidas emprendidas desde la costa del estado Falcón
hasta Curazao y Aruba. Tampoco se ha puesto la lupa en el contrabando de
venezolanos que ocurre en la frontera con Colombia y Brasil. Incluso hay
testimonios sobre migración ilegal hacia Guyana o Trinidad y Tobago. Los
venezolanos en su desesperación por conseguir alimentos y medicamentos están
protagonizando el éxodo más dramático (y numeroso) de América Latina en lo que
va de siglo.
En la
orilla de las playas falconianas parten en embarcaciones en las que caben unas
30 personas. Llevan lo indispensable: un morral con los documentos, teléfono,
una muda de ropa y el cepillo de dientes. Son 100 kilómetros aproximadamente de
mar bravo hasta Curazao. Viajan de noche para evitar la guardia costera. Al
llegar nadan hasta la isla. El riesgo de perder la vida está latente, pero el hambre
y la desesperación los ha empujado a hacerlo.
El
periodista Nicholas Casey en un reportaje para The New York Times (28/11/16)
describe cómo los polizontes venezolanos cruzan la frontera a Brasil en los
mismos camiones de los contrabandistas de drogas y otras mercancías ilegales.
También, Casey se ha detenido a registrar historias sobre los balseros que
huyen al Caribe. Son muchos los deportados y otro tanto los que se encuentran
encarcelados por transitar con drogas. Desconocemos cifras exactas. El gobierno
de Venezuela no ha difundido los números de esta actividad migratoria solo
conocida en la Cuba de los Castro y en Haití.
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