Por Alberto Lovera
A la memoria de mi amigo
Bernardo Álvarez
Es muy difícil en nuestro
país polarizado, con tantas fracturas sociales y personales, y que tantas
heridas está dejando con afectos rotos o fracturados, rescatar los pequeños
espacios que la amistad ha permitido sobrevivir por un empeño agónico de
impedir que nos convirtamos en hermanos enemigos.
Muchos han intentado
restañar las lesiones poniéndole sordina a los temas políticos de manera de
ensayar un nuevo clima de convivencia, tratando de empezar a conjurar la
intolerancia que se ha hecho moneda corriente.
Pero la prueba más ambiciosa
es lograr un clima en el cual no haya temas censurados, en particular el debate
de lo que nos sucede como sociedad. Para que ello sea posible hace falta una
actitud que permita escuchar y reconocer al otro. Algo tan complicado en la
atmósfera de tensión que sufrimos y de las ópticas diferentes como
interpretamos lo que nos sucede.
Se nos murió de manera
inesperada un gran amigo con quien durante tres décadas compartimos sueños y
afectos, y en la convulsa situación nacional también tuvimos puntos de vista
enfrentados, sólo que logramos la magia de siempre cuidar que nuestras razones
y pasiones no quebraran la amistad, aún en momentos en los cuales no nos
gustaba lo que hacía o decía cada uno de nosotros. Cuando la discusión llegaba
a un punto muerto, la posponíamos para retomarla en un nuevo encuentro, dándole
un paréntesis musical para el cual estaba bien dotado, como mi mujer, su comadre,
no yo, que lo hago es gozar de ese elixir que nos alimenta el alma.
Más allá del contraste de
sus convicciones políticas y las mías, Bernardo siempre tenía el canal abierto
para la búsqueda de una zona de negociación. Lo reconoce con quien tanto
polemizó, el secretario general de la OEA, que supo interpretar bien su
talante. Aunque desempeñó importantes cargos públicos, lo hizo con un bajo
perfil para lograr combinar la afirmación de las convicciones en las que creía
y la mano tendida a gente muy diversa que estimulaba a que conversaran.
En el velorio de Bernardo
Álvarez nos encontramos muchos que nos hemos confrontado durante todos estos
años, pero gracias a él no rompimos los canales de comunicación. Fue capaz de
inventarse maneras para que gente diversa nos encontráramos y conversáramos,
sabiendo que en algún momento eso iba a ser útil para acordarse sin arriar las
banderas de cada quien, pero si para la convivencia democrática.
Con su muerte nos duele
hasta el aliento, como cantó el poeta Miguel Hernández. Nos regaló su amistad
sin pedir condiciones (con los amigos, ni sí, ni no, decía), ahora que ya no
está entre nosotros el mejor homenaje es poder construir un país donde nos
reconozcamos mutuamente, respetando nuestras diferencias, donde se puede apostar
a construir una sociedad donde impere la justicia y la libertad, y sobre todo
donde podamos ser amigos, aunque no pensemos de la misma manera.
02-12-16
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