Por Luis Pedro España
Ayer, fin del montaje de
diálogo planteado por el gobierno, fue un día de caretas caídas. De su propia
boca quedó en evidencia quién no quiere saber nada de diálogo, de transición o
de salidas para Venezuela. El radicalismo del gobierno dejó a la luz pública
qué tan lejos quisieran estar dispuestos a ir con tal de no enfrentar las
consecuencias de sus acciones, basta saber si podrán lograrlo.
Por su parte, la oposición
logró unirse nuevamente. Eso de unos sentados recibiendo todo el castigo de
asumir compromisos con unos personajes que mientras puedan no cumplir y mentir
lo seguirán haciendo, y, por otro lado, los que no se sientan en la mesa pero
reclaman y exigen el cumplimiento de acuerdos en los que no participaron, por
lo visto se acabó.
Ya todos del mismo lado de
la mesa y sin el gobierno enfrente dividiéndolos, podrán reagrupar fuerzas y
organizar una nueva estrategia. Una que incorpore la mesura que proviene de las
expectativas frustradas tras el triunfo electoral del año pasado e incorpore el
realismo manifiesto sobre cuál es la verdadera cara del contendor disfrazado de
gobierno y de demócrata.
Resumido de esta forma el
tiempo que medió entre el secuestro del revocatorio y el entreacto del diálogo,
el próximo año se nos presenta como un nuevo viacrucis de crisis y recesión,
que profundizará el descontento del venezolano y seguirá socavando las bases de
sustentación del gobierno. Multiplicación de las protestas, conatos de saqueos,
escenas de hambre y desconsuelo será parte de la crisis que aún nos falta por
recorrer y que la oposición debe aprovechar para alcanzar su verdadera única
meta mientras este gobierno lo siga siendo: ¡Elecciones ya!
Las encuestas indican que
dos de cada tres venezolanos o no saben o creen que en Venezuela no habrá
elecciones presidenciales en el ya no tan lejano 2018. No solo por el
“sincericidio” de Maduro confesando lo que todos sabemos (que totalitarismo no
va a elecciones sino para ganarlas), sino por la evidencia del secuestro de ese
derecho elemental del pueblo de votar, el cual contó con la complicidad
manifiesta de unas instituciones de Estado convertidas en dependencias del
partido de gobierno.
Ante semejante evidencia la agenda de la Unidad debe ser una sola:
recuperar el derecho al voto. Los otros puntos, la crisis humanitaria, los
presos políticos, la superación de la pobreza y muchos más, deben seguir siendo
planos de una lucha que ahora ha de ser múltiple, pero liderada y comandada por
todos actores especializados. Nadie dice que la Unidad se va a desentender de
los puntos distintos a la reconquista del voto, pero creo que ha llegado el
momento de diversificar a los actores dentro de la Unidad por tipo de objetivo
y contenido de lucha. Todos participan en la ejecución de las acciones, pero
uno especializado por cada frente de batalla. Ha llegado la hora de compartir
la responsabilidad de la lucha.
El protagonista de todas las
peleas que hay que dar, para volver a ser dignos como personas y pueblo, debe
segmentarse para que las responsabilidades y las fuerzas no se diluyan o se
deleguen en un solo actor, llámese MUD, su secretario ejecutivo, o el líder que
encabece las encuestas. Necesitamos constituir frentes, unidades responsables
de las peleas diarias por la libertad de los presos de conciencia, la atención
a las víctimas de la crisis humanitaria y la formulación de políticas públicas
para alcanzar el desarrollo.
Sin descartar ninguna
agenda, más bien segmentándolas y diversificando a nuestros líderes, al
organismo que hoy concentra todas las miradas y se le achacan todas las culpas
(la Unidad) se le debe asignar una sola y explícita tarea, que no es otra que
la de recuperar la forma como en verdad podemos alcanzar las otras metas. En
una palabra, recuperar el voto para
poder botar del poder a quienes nos mantienen en esta tragedia llamada
Venezuela.
08-12-16
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