JUAN MANUEL SANTOS 16 de agosto de 2017
La
cuna del Libertador; el país con las mayores reservas petroleras del mundo; una
nación libre, rica, con gente maravillosa; el destino durante décadas de
millones de migrantes colombianos que huían de la violencia y buscaban una
mejor vida, hoy por desgracia se desmorona en lo económico, en lo social y en
lo político.
Colombia
es el país que más tiene que ganar o perder con lo que suceda en nuestra
hermana república. Nos unen todos los lazos que pueden unir a dos naciones: la
historia, la cultura, la geografía, la economía, más de 2.200 kilómetros de
frontera viva... Por eso siempre hemos deseado que a Venezuela le vaya bien. En
estos últimos tiempos hemos hecho hasta lo imposible, al igual que el propio Vaticano
y tantos otros Estados y líderes del mundo, para acercar al Gobierno y a la
oposición alrededor de una salida digna a la grave encrucijada en que se
encuentran.
Cuando
Hugo Chávez fue elegido, con el apoyo de buena parte del empresariado, pocos lo
confrontaron. Desde mi modesta tribuna periodística, fui uno de esos pocos. Me
convertí en uno de sus más duros críticos desde Colombia, hasta cuando fui
elegido presidente de los colombianos. Tomar las riendas de una nación produce
algo parecido a cuando se tiene el primer hijo: se afina el sentido de la
responsabilidad. Arreglar la situación con los vecinos (con Ecuador tampoco
teníamos relaciones diplomáticas ni comerciales) era lo que más le convenía al
interés nacional. Además, era una condición necesaria para lograr un gran sueño
de los colombianos: la paz después de medio siglo de guerra con las FARC, la
más antigua y numerosa guerrilla del continente.
Arreglar
la situación con Chávez no quería decir que tuviéramos que estar de acuerdo en
la forma como cada cual pensaba o manejaba su respectivo país. Eso era
imposible. Nuestras visiones eran como el agua y el aceite. Simplemente
teníamos que respetarnos las diferencias y trabajar sobre lo que les convenía a
los dos pueblos. Así fue.
¿Cómo
pasamos en lo personal de la agresividad a la cordialidad? Con el humor… y la
historia, tan útiles en las relaciones entre las personas y en la diplomacia.
Le propuse lo mismo que Reagan a Gorbachov cuando se reunieron por primera vez
para discutir la disminución del arsenal nuclear. Reagan le dijo a su colega
soviético que ni él se iba a volver un comunista ni esperaba que Gorbachov
abrazara el capitalismo, pero que podían trabajar juntos por un objetivo
superior como era salvar al mundo de un desastre nuclear. Tampoco yo me iba a
volver un revolucionario bolivariano, ni Chávez un demócrata liberal. En
nuestro caso el objetivo superior era la paz de Colombia con sus altos
beneficios para toda la región. En ambos casos funcionó.
Con
humor rompimos el hielo y con humor mantuvimos una relación cordial hasta su
último día, a pesar de nuestras profundas diferencias. Chávez tenía un gran
sentido del humor. Nos tomábamos permanentemente del pelo sobre nuestras
diferencias. Yo le repetía que su revolución bolivariana iba a dejar muy mal a
Bolívar porque iba a fracasar. Él me decía que Santander, el otro gran héroe de
nuestra independencia, era un oligarca neoliberal igual que yo. Pero, tal como
lo hicieron Reagan y Gorbachov, nos propusimos no criticar nuestros respectivos
modelos (el socialismo siglo XXI versus la tercera vía), para dejar que la
historia rindiera el veredicto final. Pues bien, los hechos son tozudos: la
historia se pronunció.
El
veredicto es contundente. Solo menciono algunos de sus apartes: mientras
Colombia en estos últimos años ha crecido muy por encima del promedio
latinoamericano, tiene una inflación por debajo del 4%, es campeona en la
región en reducción de la pobreza, en nivel de inversión y en generación de
empleo, obtuvo y mantuvo grado de inversión, ha modernizado su infraestructura
y ha fortalecido la educación como nunca antes, para solo citar algunos datos
relevantes, Venezuela se convirtió en el país más endeudado y con la inflación
más alta del mundo, la pobreza supera el 82%, la contracción de la economía es
cercana al 40%, la inseguridad se disparó, la muerte de pacientes en los
hospitales se multiplicó por 10 y de recién nacidos, por 100. Y, como si fuera
poco, hay escasez crónica de divisas, de medicinas y de alimentos. La gente se
está adelgazando por física hambre y emigrando en busca de una mejor vida.
Maduro
ha querido culpar a Colombia por su debacle económica. Se molestó mucho porque
mencioné que le había advertido hace siete años a Chávez de este fracaso. ¿Es
que acaso no ha sido un estrepitoso fracaso?
Lo más
grave, sin embargo, es que, a la par de la economía, a la democracia también la
han destruido. Infortunadamente, la corrupción se convirtió en la voz cantante
del régimen y el respeto por los derechos humanos dejó de existir.
Hasta
cuando murió Chávez las formas democráticas se mantuvieron. Incluso durante
Maduro, se reconoció a regañadientes la mayoría que obtuvo la oposición en las
últimas elecciones legislativas. Pero, a partir de ese momento, le han
propinado golpe tras golpe a la institucionalidad democrática hasta llegar al
tiro de gracia: una Asamblea Constituyente ilegítima. “El poder constituyente
está por encima de todos los demás poderes constituidos”, manifestó el régimen.
Nuestra
posición, como la de la mayoría del continente, ha sido la de ayudar a buscar
una salida negociada, democrática y pacífica a la encrucijada venezolana.
Últimamente las posiciones se han endurecido en la medida en que se iba
destruyendo la democracia. Y ahora, frente a la dictadura, hay que endurecerlas
más.
Maduro
me tilda de traidor porque Colombia ha protestado y se ha opuesto a las
crecientes violaciones de los derechos humanos y democráticos en su país. Tal
vez pensaba que, por habernos ayudado en el proceso de paz, nos íbamos a tapar
los ojos y a ser cómplices de sus arbitrariedades. El necesario pragmatismo en
las relaciones internacionales no da para tanto. A Chávez y al propio Maduro nunca
dejaré de agradecerles su aporte a la paz de mi país. Pero nunca podré estar de
acuerdo con la supresión de las libertades y la violación de los derechos
ciudadanos en Venezuela… o en cualquier lugar del mundo.
Los
países de la región y de la comunidad internacional que defienden los valores
de la paz y la libertad deben seguir presionando, cada vez con más fuerza y con
acciones efectivas, por un rápido restablecimiento, ojalá pacífico, de la
democracia en esa gran nación que llevamos en nuestros corazones. No puede
entronizarse y perpetuarse una dictadura en el centro de América Latina. Sería
nefasto para el continente recién declarado el continente de la paz. Mientras
tanto, lloramos por ti, Venezuela.
Juan
Manuel Santos
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