Ysrrael Camero 11 de agosto de 2017
Tres
momentos previsibles encontraron a la sociedad venezolana con una dirigencia
que parecía carecer de una estrategia política clara, que superara la cadena de
acciones concretas que se habían tornado rutinarias, y, por ende, poco
efectivas, y que proyectara una dirección política que redujera la
incertidumbre y nos acercara a un efectivo cambio político pro-democracia.
El 16
de julio en la noche, Venezuela entera sabía el tamaño de la masiva
participación en la consulta popular promovida por las fuerzas democráticas.
Siete millones seiscientas mil voluntades eran un mensaje político contundente
dado por los venezolanos al mundo entero. La larga espera por el resultado esa
noche se vinculaba con las dificultades para generar una estrategia unitaria
para administrar esa victoria.
El 30
de julio en la tarde, Venezuela entera conocía el tamaño del fraude impulsado
por la nomenclatura chavista en su “elección” de una Asamblea Nacional
Constituyente rechazada por las grandes mayorías nacionales, lo que se
expresaba en centros electorales vacíos. El número anunciado por el CNE lo que
hacía era desnudar las dimensiones del fraude. No había sorpresa. Tampoco había
estrategia. Tanto radicales como moderados habían enfocado su acción política
en detener la Constituyente (La Constituyente NO VA), los unos a través de la
política de calle, los otros a través de las negociaciones. Ambas tácticas y
líneas de acción derivaron en un fracaso y no había una respuesta política
preparada.
La fecha
de inscripción de las elecciones regionales estaba fijada. Luego del 30 saltó
el momento del calendario como un resorte disonante pero estruendoso. Había que
tomar una decisión rápida para un momento que estaba previsto. Y no se había
construido una respuesta unificada.
Estamos
hablando de momentos clave de una dirección política inteligente, que ha tenido
la capacidad en otros momentos de construir estrategias unitarias efectivas, de
salvar peligrosos obstáculos impuestos por el régimen autoritario, presentando
un frente unido nacional e internacionalmente. La dirección política que
condujo a la sociedad democrática venezolana a una victoria contundente en las
elecciones parlamentarias de 2015.
¿Qué
ha pasado en la toma de decisiones de la Mesa de Unidad Democrática? No voy a
entretenerme, ni entretener al lector, en los detalles menudos de las
decisiones, ni en los dimes y diretes vinculados. Me niego a hacerme eco de las
acusaciones mutuas que siempre aparecen cuando las acciones fracasan. Prefiero adentrarme
en un tema de fondo: el quiebre en la confianza interna entre los elementos de
la coalición.
Hubo
decisiones que pretendieron vaciar a la MUD de cualquier atribución para
definir una estrategia política, limitándose a ser expresión de una estrategia
electoral unitaria. La dirección estratégica quedaría entonces en manos de las
direcciones nacionales de los partidos políticos miembros de la Mesa. Pero esto
solo sería posible si existiera la voluntad política de coordinarse. Esta
voluntad política de coordinarse se ha de sostener, primero, sobre la
convicción de que la estrategia de cada partido solo es efectiva si cuenta con
la colaboración de los otros; y segundo, si cada partido toma la decisión de
confiar en el otro para hacer explícitas las estrategias para coordinarlas. Es
posible que algunos de estos requisitos se hayan quebrantado, dejando a cada
partido con una estrategia y a la MUD sin ninguna. ¿Por qué ha pasado esto?
Busquemos comprender primero…
La corrosiva desconfianza
Hay
una dinámica macabra, una especie de
círculo vicioso, con profundas implicaciones políticas, que va desde la pérdida
de la confianza interpersonal, pasando por la incapacidad de articular y
desarrollar una acción colectiva, que desemboca en la consolidación de un artefacto
de control totalitario y autoritario sobre la sociedad.
Este
fenómeno, este proceso, puede rastrearse en la instauración de los artefactos
totalitarios en el siglo XX, y en diversas formas de consolidación de regímenes
autoritarios hasta entrada la segunda década de nuestro siglo XXI. Esta
licuación del tejido de redes sociales, del capital social, de las
organizaciones de la sociedad, de sus emprendimientos colectivos, de sus
iglesias, de sus partidos, sus movimientos, sus sindicatos, comunidades,
clubes, hasta aislar a cada individuo en su drama personal, contribuye a
instalar en cada uno la percepción de la propia impotencia, que es correlato
necesario del poder omnipotente que aprisiona, encuadra, marca y determina.
Sin
confianza no hay posibilidad de acción colectiva, el poder autoritario, y con
vocación totalitaria, teme a la acción colectiva, y trabaja para disolverla,
alimentando el miedo al otro, el aislamiento, la desconfianza, la cizaña, la
hiperindividualización infructuosa. Esto opera a todos los niveles, desde la
alta política hasta la vida comunitaria.
La
violencia cotidiana es parte de este proceso de licuación. La actividad de la
delincuencia, tolerada y aupada por el manto de impunidad selectiva del poder,
siembra el miedo en la comunidad, llevando a cada quien a proteger su vida y la
vida de sus afectos cercanos.
Sobre
esto quiero que prestemos atención para tener un acercamiento al caso
venezolano. Los autoritarismos se consolidan sobre una auto-percepción de
impotencia sembrada, como un virus, en la conciencia colectiva de la sociedad
sobre la que se impone el poder autoritario. El fenómeno totalitario durante el
siglo XX se montó sobre “individuos aislados en masa” que se percibían a sí
mismos como impotentes para torcer el rumbo de la realidad que los aplastaba.
Esta
desconfianza insertada en la sociedad venezolana por el proyecto autoritario,
que desprecia los acuerdos, que se burla de las palabras empeñadas, que apela
al insulto fácil y al gesto soez para despreciar al otro, que empleó desde el
inicio de su implantación el tono burlón para minimizar al diferente, para
deshumanizar al adversario, para negar la legitimidad a su posición e
intereses, ha desatado la desconfianza en la sociedad como signo de los tiempos
presentes. Aquí nadie confía en nadie.
Recuperar la confianza: recordemos el
futuro, el proyecto y el destino común
Una
coalición solo es sostenible sobre la confianza entre sus partes. Ésta se
construye a través del establecimiento de reglas claras, y del cumplimiento de
estas reglas a lo largo del tiempo. Dichas reglas deben diseñarse de mutuo
acuerdo de tal manera que todos tengan garantía de poder participar tanto en el
diseño de la estrategia como en la ejecución de las acciones derivadas.
La
Mesa de Unidad Democrática representó un avance importante sobre las prácticas
de la Coordinadora Democrática y sobre los períodos de dispersión política
previos. Se estructuró alrededor de reglas de juego claras, que implicaban la
existencia de una Secretaría Ejecutiva.
Hubo prácticas que fueron ajustando las reglas en el camino.
Evidentemente,
el archipiélago de la oposición venezolana es diverso. El grueso de los
sectores democráticos se fue aglutinando alrededor de la MUD porque estuvieron
sus organizaciones dispuestas a superar sus legítimas diferencias para
perseguir juntos un fin común, una salida democrática, pacífica, electoral y
constitucional al régimen autoritario venezolano. Cuando decimos superar no
quiere decir olvidar las diferencias –éstas siempre existen– sino dejar atrás,
y disponerse a trabajar en conjunto. A las diferencias ideológicas hemos de
incorporar diferencias en la lectura de la realidad venezolana –de diagnóstico,
digamos– y diferencias en materias de consideración estratégica.
La
reconstrucción de la confianza ha de pasar por discutir las diferencias de
diagnóstico y de estrategia, porque éstas tienen ya una larga historia. No se
ha reflexionado lo suficiente sobre los episodios del diálogo y revocatorio de
2003-2004, de la abstención de 2005, sobre las movilizaciones de 2014 y de 2016
y, ahora, sobre las movilizaciones de 2017. Estos procesos no conversados
alimentan la desconfianza interna.
Otro
elemento que ayuda a generar confianza es la capacidad para la autocrítica, así
como la capacidad para entender lo que podemos aprender del otro. Hace unos
años comentaba a un amigo que los radicales generalmente tienen una legítima
indignación, buenas razones y principios, pero carecían de una estrategia
efectiva, mientras que los moderados habían demostrado ser efectivos en su
estrategia de acumulación de fuerzas expresadas electoralmente, y tenían una
inmensa capacidad para sumar e integrar. De esta manera, los radicales debían
aprender que los principios, los valores y la indignación no sustituyen a una
estrategia, que los deseos no bastan y que la voluntad por sí sola no modifica
la realidad.
Es una
mentira monumental “que el bien siempre triunfa sobre el mal”, el voluntarismo
choca irremediablemente con la realidad. Pero los moderados mucho debían
aprender de épica, no todo en la política es pragmático, ni todo puede
resolverse en una mesa de negociación. Es necesario presionar con dureza cuando
te enfrentas a un régimen político liderado por criminales que están dispuestos
a todo, y que no cumplen ninguna palabra empeñada. Los moderados han sido
sorprendidos en su “buena fe” en demasiadas ocasiones en estos 18 años. Y con
cada sorpresa se pierde credibilidad. Radicales y moderados, movilizadores y
dialogantes, se necesitan mutuamente, porque la estrategia política de salida
necesita de ambos elementos.
Unos y
otros deben aprender que la lucha política contra la dictadura en Venezuela se
está dando, en simultáneo, en varios tableros: el de la calle, con sus olas de
movilización, con flujos y reflujos, en el terreno electoral, con sus hostiles
condiciones, pero con un compromiso reiterado de millones de demócratas, dentro
de las instituciones públicas –donde es más efectiva la expresión de la
disidencia y más riesgosa–, en la esfera pública internacional con una claridad
cada vez mayor sobre las dimensiones del autoritarismo venezolano, en la esfera
pública interna –cada vez más censurada– en los espacios de negociación e
interlocución política, y en la caja negra del tablero militar. Para jugar en
estos siete tableros se necesita una sola estrategia política, con tácticas
adecuadas para cada uno de los tableros. Y esa estrategia política unitaria
tiene que ser decidida por la coalición, y ésta solo podrá definirse basándose en
relaciones de confianza internas.
La
desconfianza es inducida desde el poder, le interesa, la inocula, la cultiva,
la diseña, incorpora cizaña en el ambiente, estimula los apetitosos microjuegos
para que los actores se entretengan despedazándose entre sí, mientras pierden
de vista el macrojuego.
Recordemos
las palabras de Benjamín Franklin durante la lucha por la independencia de
Estados Unidos: “Debemos mantenernos todos unidos, o lo más seguro, es que nos
cuelguen por separado”. En la dinámica de la dictadura venezolana nadie se
salvará solo, y quien se quiera salvar solo, se perderá. Estamos entrando en
una etapa particularmente oscura, si queremos superarla, debemos permanecer
juntos. Tienda su mano y confíe…
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