Por Lidis Méndez
Somos protagonistas de un
momento único en la historia democrática de Venezuela,? donde a pesar de
la catástrofe económica, el conflicto político-social, la corrupción, el
monopolio, los crímenes de lesa patria y lesa humanidad gestados desde el
gobierno contra la población, se observa el empoderamiento creciente de la
sociedad civil a través de las demandas de orden, justicia, libertad y
desarrollo económico, entre otras. Mientras el ciudadano común participa y
defiende los espacios democráticos porque los considera una garantía de
supervivencia, el Estado se empeña en mantener instituciones plagadas de
corrupción e injusticia, y amordaza a los empleados públicos con la miseria que
contiene una bolsa de Clap.
¿Cómo entendernos con el
Estado si tenemos dos Asambleas Nacionales, dos Tribunales Supremos de Justicia
y posiblemente dos Consejos Nacionales Electorales? ¿Cómo entendernos con el
Estado cuando nos obliga a vivir en medio del hambre, la desidia y la miseria?
Sabemos que tenemos el poder de elegir gobernantes justos, capaces e
incluyentes, que podemos trascender los atropellos y abusos emanados desde los
poderes públicos deslegitimados y adeptos al gobierno, porque así lo dice
nuestra Constitución. La realidad indica que a pesar del daño que le han hecho
al país, la sociedad civil no cesa en reclamar que se apliquen las medidas necesarias
para atenuar la crisis: apertura del canal humanitario, la liberación de los
presos políticos y que se celebren elecciones justas, transparentes.
Las dos primeras medidas
requieren sólo una dosis de buena voluntad del gobernante, la tercera requiere
del carácter ético y moral de los funcionarios del ente electoral. El gobierno
no distingue entre sociedad civil y sociedad política, y se niega a cumplir las
demandas de la ciudadanía. A la mayoría de los políticos de oposición les falta
aplomo, ética, claridad, coherencia y elocuencia para traducirle al gobierno
las necesidades y demandas del pueblo. El colapso del país indica que el
interlocutor falla constantemente, bien sea porque los poderes públicos
responden únicamente a favor de los intereses del gobierno, porque su respuesta
es atropellar, amenazar, perseguir, humillar y ridiculizar al mensajero, o
porque no tienen la capacidad de consultar y escuchar a sus pares
oportunamente. Cuando las cosas van mal, por lo general terminan peor y el
enrarecido clima post-electoral así lo demuestra.
Podemos entendernos sí y
solo sí aprendemos a trascender la impotencia, la decepción, el rencor, la
vergüenza y la injusticia. Cuando no hay acuerdo político, no hay responsables;
y en tal sentido, la sociedad civil debe saber elevarse por encima del interés
personal y grupal de la clase política tanto opositora como oficialista. El
progreso del país no debe dejarse exclusivamente en manos de los más
carismáticos, “astutos” violentos o egoístas; aun cuando entendamos perfectamente
que en política compite para alcanzar el poder, es importante que el ciudadano
entienda que su deber no es luchar contra el poder coercitivo del Estado y el
mal gobierno (porque está en clara desventaja), su deber es organizarse para
ejercer la hegemonía necesaria a fin de lograr el consenso esperado. Cuando las
instituciones fallan sistemáticamente podemos comenzar entendernos mejor si
recordamos colectivamente que la característica fundamental para conservar la
República no es el enfrentamiento, es la cooperación.
04-11-17
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