Por Arnaldo Esté
El sábado pasado asistí a un
cineforo de la película venezolana El Amparo. Una minuciosa relación,
hecha con escaso dinero, de la muerte de doce pescadores y de dos
sobrevivientes.
Los asesinos, en una turbia y
chimba operación fue gente de la Fuerza Armada.
Se acusó a los pescadores de
ser guerrilleros venezolanos fronterizos. Tal vez la cosa, como muchas otras,
hubiera quedado allí, en la suma incógnita de los ajusticiamientos, si no fuera
por esos dos sobrevivientes. Sobre ellos cayó un variado acoso de chantajes,
sobornos, amenazas, promesas que invaden la población y las familias. Sobresale
en ello la entrevista de ellos con un coronel que, claramente, es la
encarnación directa del poder. La actuación muestra con calidad la
incertidumbre y el temor, la vida en pobreza de un pequeño pueblo ribereño de
los llanos.
Es el poder, con toda su
maraña de recursos la que se enfrenta y trata de aplastar la dignidad de dos
personas. Un drama clásico de los seres humanos que, a pesar de su antigüedad,
no pierde vigencia. Está en lo cotidiano del país. Bolsas de comida, carnets de
validez múltiple, represión, violaciones de la Constitución. Uso antiguo y
continuado de la petrofilia para negar y envilecer a la gente y, con ella, a
todo futuro que requiera trabajo y compromiso.
La dignidad es un valor ético
que atiende al respeto y reconocimiento de la persona, a su calidad y condición
de sujeto íntegro. Es el valor principal desde el que se desprende la
participación, la solidaridad, la diversidad y la posibilidad de construir
realidades a partir del propio acervo. Una buena porción de la gente ha sido
negada y las dudas y vacilaciones a la hora de votar lo ha reflejado.
El referéndum del 16 de julio
mostró, en nacimiento, una bella opción, pero no pudo continuar. El poder,
usado muy hábilmente y con descaro, logró impedir el ejercicio continuo de la
dignidad. Esas condiciones desnudan el carácter extraviado del gobierno, su
ausencia de referentes ideológicos, por anacrónicos que ellos puedan ser y unos
opositores que no logran comprender al país.
Es larga la tarea pendiente
porque es mucho más que un cambio de gobierno. La gente en esa condición de
dignidad extraviada continuará en su espera de que el gobierno de transición
les resuelva y continué con las cada vez más mermadas dádivas petroleras, del
que sabemos su inevitable caducidad como fuente de divisas y riquezas.
Aprendizajes y educación que
habrán de tenerse como acciones prioritarias en las que se conjuguen los
ejemplos y modelajes de los gobernantes y autoridades con cambio pedagógicos
sustanciales que transformen las aulas en ambientes donde se respete a la gente
y se practique y profundice la democracia.
Esto suena a sermón y lo es.
Es la captura en palabra de la complejidad de un destino que ahora parece
incierto.
arnaldoesté@gmail.com
04-11-17
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