Fernando Mires 16 de noviembre de 2017
Las
culturas son formas colectivas de ser en el tiempo y en el espacio. En el
tiempo porque no hay cultura sin su historia. En el espacio, porque, aún
emigrando, sus portadores llevan consigo los signos (costumbres, códigos,
idiomas, vestimentas, comidas y sobre todo, religiones) de las zonas de donde
vienen.
En los
tiempos post-modernos, llamados también de la globalización, la gran mayoría de
los ordenes sociales son multiculturales. La sociedad multicultural ya no es
una posibilidad, ni una utopía, ni una distopía, es simplemente una realidad,
nos guste o no. La sociedad multicultural es, por lo mismo, multireligiosa.
Solo hay una excepción: la llamada cultura occidental la que, aún impregnada
por el judaísmo y el cristianismo, se define en primera línea como cultura
política.
¿Cultura
política? Exactamente. El sello del Occidente es su secularización, no la
eliminación de lo sacro, sino su aceptación dentro de un marco constitucional
destinado a regir por sobre las diferencias, sean estas sociales, culturales,
religiosas o políticas.
En tal
sentido el problema de la cohabitación intercultural no se presenta en la
realidad occidental como un choque de culturas, sino entre diferentes culturas
con respecto a un orden político que define su cultura en virtud de la
aceptación de las diferencias. Ese es el gran invento y a la vez la gran
paradoja del Occidente político. Para los ciudadanos occidentales, un bien
entendido. Para no pocos miembros de culturas religiosas, un hecho difícil de
soportar. Incluso, una afrenta.
Quien
fuera uno de los teólogos más admirados del Islam, el egipcio Sayyid Qutb,
caracterizaba a la separación entre el mundo religioso y el político como una
“horrible escisión”, una herida abierta hundida en las almas de los fieles
islámicos. Así, Qutb, definió ya en los años cincuenta del pasado siglo, el
programa del islamismo militante de nuestro tiempo.
La
tarea de cada musulmán no puede ser otra -afirmaba Qutb en su obra máxima
escrita en prisión (Bajo la Sombra del Corán) - sin suturar la herida, primero
en el alma de cada creyente y después entre los habitantes de otras regiones.
El
cristianismo, heredero al fin de la cultura greco-romana, la del Logos de San
Juan, terminaría por aceptar, después de odiosas guerras, a esa “horrible
escisión” ya contenida en el “dar al César lo que es del César” de Jesús, el
Cristo.
La
coexistencia entre religiones y/o culturas en el marco de un orden civil ha
dejado de ser un problema para la cristiandad y el judaísmo. Al contrario: esa
coexistencia incluyendo en ella a los ateos y agnósticos es, o ha llegado a
ser, una marca del Occidente político. Pero –ahí yace el problema- esa no es la
cultura de gran parte de los fieles del Islam. Para ellos, la separación entre
el orden de Dios y el político es, y seguirá siendo, una “horrible escisión”.
Entre
el Islam y Occidente no existe confrontación religiosa o cultural. Los miembros
de la comunidad islámica –así lo ordena el Corán- deben ser respetuosos con
otras religiones. Por supuesto, ellos consideran que su religión es superior,
pero ¿no es ese un atributo propio a los miembros de todas las religiones?
Todos
los creyentes practican un culto narcisista. Todos creen que su Dios es el
verdadero o por lo menos, que la interpretación de Dios es la más justa y
exacta. Un quantum de intolerancia es común a toda práctica religiosa. Pero eso
no impide que entre los sectores más cultos de una y otra religión aparezcan,
además de diferencias, afinidades.
Más
difícil es la relación de las religiones con ateos y agnósticos. Sobre todo con
los segundos. Pues los ateos niegan con fe la existencia de Dios: es su
creencia. No así los agnósticos. Los agnósticos, al introducir la duda, son
enemigos declarados de los fundamentalistas. Recordemos que Kant fue suspendido
durante un tiempo de su profesuría solo por haber escrito: “Dios es, para la
filosofía, una hipótesis”. No obstante, Kant, a pesar de la presión ejercida,
nunca se sometió al primado de la religión. Siempre siguió pensando que, por
sobre las leyes religiosas debe existir una ley civil. La idea del Occidente
Político es profundamente kantiana. Qutb es en ese sentido el anti-Kant. La
suya es una doctrina de sumisión –y no de diálogo- del ser ante Dios.
A
propósito de sumisión: con inteligencia narrativa, la novela de
política-ficción escrita por Michel Houellebecq titulada precisamente
“Sumisión” explica las razones por las cuales los “libres pensadores” son
vistos por el Islam, aún en sus versiones moderadas, como agentes disolventes a
los cuales hay que aislar. Por el contrario, los cristianos, sobre todo los
católicos, son considerados como potenciales aliados en la empresa común
orientada a re-espiritualizar el mundo, cuando “la horrible escisión” sea
cerrada.
Houellebecq
dio en el clavo. Su “herejía” fue haber proclamado que no existe ningún choque
de culturas (a la Hungtinton) La contradicción que separa al Islam de Occidente
es política. Política, entre dos nociones de la política: una que supone que la
ley religiosa debe ser hegemónica por sobre la constitucional y otra que supone
lo mismo, pero a la inversa.
En
“Sumisión” –quizás su punto más
interesante- los islamistas no llegan al poder mediante la violencia, sino
respetando las normas de la política. No obstante, su objetivo es imponer su
cultura, o lo que es igual, su religión, en un marco ideológico y religioso
plural. En otras palabras, la tesis de Houellebecq – si es que se puede hablar
de tesis en una novela- es que, si se dan las condiciones, el Islam podría
convertirse en una cultura que, sin suprimir o prohibir a las demás, incluyendo
a la occidental, sea una especie de cultura hegemónica, o si se prefiere,
orientadora. Una Leitkultur (cultura directriz) como se dice en Alemania.
En
efecto, las diferentes culturas no son compartimentos estancos. Entre ellas no
solo existen influencias sino, además, una fuerte competencia, y ella se
expresa en todos los ámbitos de la vida. Esa competencia, es, antes que nada,
una lucha por la hegemonía y puede asumir formas políticas. Visto así, el
dilema occidental es el siguiente: o politizamos la lucha cultural o
culturizamos la lucha política. En “Sumisión” el dilema se resuelve a favor de
la segunda alternativa,
La
culturización de la política por medio de la religión no es por cierto una
propiedad del Islam. Pues como respuesta al proyecto político del Islam, ha
surgido en Europa su contrapartida: la culturización de la política mediante la
re-cristianización. La iglesia ortodoxa, Putin, y el cristianismo eslavo son
partes del mismo discurso. El integrismo húngaro y el catolicismo medieval
polaco, son respuestas anti-modernas al desafío islámico. El Frente Nacional
–así lo vio Houellebecq- levanta los valores clásicos del catolicismo
decimonónico: patria, orden, familia, y a la vez, la más rabiosa islamofobia.
Por
los dos lados, desde el mundo islámico y desde el Occidente no secular, ha
comenzado la revuelta en contra de la democracia política. ¿Quiénes podrán
frenarla? Los socialistas y el vacío que deja su ruina son más bien parte del
problema. Los liberales, miran para otro lado. Y los conservadores, como suele
ocurrir, se dejan seducir por cantos de sirenas nacional-populistas.
Lo
cierto es que los demócratas, si quieren salvar al menos un resto de lo que
Europa prometía, deben cerrar filas en torno a la Constitución de sus naciones,
no solo por sus leyes, sino por el lugar simbólico que ocupa: Un poder situado
sobre toda creencia, un pacto que sella la relación de los ciudadanos, no con
Dios, sino con el Estado de todos.
A
fines del siglo pasado Dolf Sternberg escribió un libro titulado, “Patriotismo
Constitucional” (Verfassungspatriotismus) Jürgen Habermas lo citó y con ello popularizó a Sternberg. Quizás
Sternberg, como suele suceder, escribió para otro tiempo: hoy. Pues la idea de
que una nación no se sujeta en libros sagrados sino en un cuerpo legal aprobado
por ciudadanos, puede que sea la última barricada de la democracia política.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico