Ismael Pérez Vigil 24 de noviembre de 2019
La
discusión acerca de la mayor o menor asistencia a las concentraciones o marchas
de la oposición el 16N es interminable y probablemente estéril; cada quien
parte de una posición tomada, con base en su opción política; algunos verán el
vaso medio lleno y otro lo verán medio vacío. Yo soy de los que lo ve medio
lleno, por eso me pareció que la actividad fue un éxito y son varias las
razones que avalan mi optimismo:
En
primer término, que tras seis meses de inactividad de calle, de diatribas,
descalificaciones e insultos entre opositores, que miles de personas en las
ciudades más grandes del país –incluida Caracas y 92 ciudades por todo el
mundo–, hayan salido a protestar contra la dictadura, es un verdadero logro.
Segundo,
otro hecho significativo es que –sin contar la campaña en contra de los propios
opositores– la gente salió a pesar de las intimidaciones y amenazas proferidas
por el gobierno, a través de su poderosa red de medios y el manejo de redes
sociales y todos los obstáculos que interpusieron; por cierto, se notó al
gobierno inusitada y especialmente nervioso por la actividad del 16N, más de lo
usual.
Tercero,
el régimen no fue capaz de responder con una movilización ni siquiera parecida,
en la capital, como ya es su costumbre; apenas unos cientos de seguidores, llevados
en autobuses, a los alrededores de Miraflores, en donde el presidente usurpador
ni siquiera les hablo de manera directa. Es obvio que ya no pueden congregar ni
trasladar multitudes, o ya no les interesa y se conforman con desplegar sus
hordas más agresivas.
Por
último, no por ello menos importante, la jornada transcurrió sin mayores
incidentes, disturbios, ni detenciones significativas, salvo algunos –siempre
lamentables– casos aislados. De paso, fue un hecho importante y que merece ser
analizado por los especialistas en esta materia, la falta de actuación de los
cuerpos represivos.
Por
estas razones, y sin magnificarlo, considero importante lo ocurrido el 16N.
Pero lo más importante, es lo que vaya a ocurrir de ahora en adelante.
Juan
Guaidó, en su mensaje el 16N esbozó algunas ideas y en particular se refirió a
su propia interpretación de la consigna: “calle sin retorno”, al señalar: “… lo
que significa esto es que tenemos una agenda de conflicto permanente,
sostenida, en la calle… hasta lograrlo…”; y la consigna que se desprende de
estas palabras de Guaidó es: “calle permanente… calle sostenida”; también hizo
un nuevo llamado a la fuerza armada: “…no les pido que se pongan del lado de
Juan Guaidó…(si no)… que se pongan del lado de la Constitución, del lado del
pueblo…” y fue enfático en señalar que la fuerza armada: “…es el factor que nos
falta, que debe tomar una decisión…”.
Sin
embargo, en el discurso de Guaidó aprecio todavía un elemento que me preocupa,
cuando señala que: “la lucha es hasta que cese la usurpación, hasta lograr la
transición, hasta lograr las elecciones libres…”. Qué duda cabe que este es el
desiderátum del pueblo venezolano y no solo del 85% que señalan las encuestas
como opuestos al régimen; pero es obvio que se impone una revisión de esa
estrategia, definida por la Asamblea Nacional a principios de enero y voceada
consistentemente por Juan Guaidó –cese a la usurpación, gobierno de transición
y elecciones libres– que no ha podido
concretarse al carecer la oposición de la fuerza necesaria para lograr el
primero de esos objetivos, como quedó patentemente demostrado tras casi un año
de actividad bajo esa consigna y tras lo ocurrido en febrero, con la fallida
entrada de la ayuda humanitaria y el fallido llamado a la fuerza armada, en el
mes de marzo.
Hoy
también sabemos que está descartada una intervención militar externa –como es
el deseo de algunos– ni de parte de los Estados Unidos, ni de parte de nuestros
vecinos, Brasil o Colombia, ni la posibilidad de conformación de una fuerza
trasnacional del TIAR. Nos queda por tanto la movilización interna y el apoyo
de la comunidad internacional, para mantener la presión sobre el régimen y
forzarlo a negociar una salida democrática, mutuamente conveniente. En lo
internacional se debe insistir en la aplicación y ampliación de las sanciones
personales, a los integrantes del régimen; pero en lo nacional, se impone, una
discusión sobre la estrategia en el seno de la oposición, discusión que debe
reunir algunas características.
Debe
ser una discusión amplia y plural; vertical (que abarque a todos los sectores:
partidos políticos, organizaciones de la sociedad civil, trabajadores
–sindicalizados o no–, movimiento estudiantil, asociaciones vecinales, grupos
religiosos o confesionales, etc.), sin excluir a ningún grupo opositor
dispuesto a participar; y horizontal, porque se debe dar en todos los estados y
ciudades del país, aprovechando –quizás– la estructura que se desarrolló para
discutir el Plan País.
Debe
ser una discusión libre, desprejuiciada y abierta a todas las posiciones de esa
variopinta amalgama que es la oposición venezolana; en donde se expongan todas
las alternativas y posiciones, sin ambages, sin excluir ninguna idea, sin
asumir que hay posiciones válidas o rechazadas de antemano.
Debe
ser una discusión práctica, en el sentido de proponer, promover y propiciar
acciones en la que todos puedan participar, de acuerdo a sus posibilidades, y
de acuerdo al sector donde trabajen, estudien o vivan, sin sacar a nadie de su
medio o llevarlo a algún escenario que le resulte extraño o artificial.
Igualmente deben ser acciones imaginativas, pues no necesariamente las
movilizaciones masivas son la única o la mejor de las alternativas.
Pero
lo más importante, es que debe ser una discusión regida bajo el principio de la
unidad, como elemento fundamental, en el entendido de que lograda una posición,
debe ser mantenida e implementada por toda la oposición, como factor clave de
éxito; ya sabemos que quien no acata esa disposición, es el propio pueblo el
que le pase “factura”.
Personalmente,
creo –y así lo planteo, como un elemento más para la discusión–, que el
objetivo de esa estrategia debe centrarse en uno que pueda lograr la
movilización masiva de todos los venezolanos, en el país y en el exterior, que
permita organizar a todos y proponga una meta alcanzable, esto es: lograr unas
elecciones libres. Lo qué significa “elecciones libres”, será motivo de un
próximo artículo.
Ismael
Pérez Vigil
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