Thays Peñalver 24 de noviembre de 2019
@thayspenalver
El
problema de las primaveras latinas parte de una visión política incorrecta. En
Venezuela no hay manera de convencer a muchos políticos de que el Caracazo, el
famoso estallido social de 1989 que abrió la puerta a los cambios políticos fue
planificado durante muchos años por la izquierda anticapitalista.
Como
lo es también el caso chileno hoy. Fundamentalmente es muy difícil, porque la
mayoría vio cómo su propio vecindario saltó de manera espontánea a patear las
puertas de los comercios de alimentos, para posteriormente abrir las de
electrodomésticos y terminaron cargando con reses enteras o con televisores
pantalla plana.
En
esas acciones, la vasta mayoría de los venezolanos –y hoy los chilenos- lo que
vieron fue a sus propios vecinos furiosos, bastante descreídos en política
saqueándolo todo y jamás vieron a un comunista instigando a abrir los locales y
por eso para muchos políticos y analistas, el Caracazo pasó a la Historia como
un fenómeno espontáneo.
De
la misma manera, los analistas de cuerpos de seguridad, lo que vieron fue a los
miles de detenidos y muertos que nada tenían que ver con un movimiento
subversivo. Así que el “yo lo viví, a mi nadie me puede echar el cuento”, junto
a la ausencia de un supuesto objetivo político como asaltar el centro de poder,
son pues las críticas que más se me hacen a la hora de explicar lo que, en mi
opinión, por supuesto que fue planificado.
Para
entender mi opinión, debemos releer algunos titulares que nos pueden ayudar a
comprender nuestras primaveras: “La explosión social fue la voz de los jóvenes
por sus frustraciones”, reza uno. “Son los grandes protagonistas” o “Más de un
millón de ellos está desempleado”, explican otros.
“Nadie
me ha dado una oportunidad; estoy enojado por cómo funciona todo el sistema”,
explica un muchacho en las calles a un periodista, mientras que un investigador
declara que “muchos (jóvenes) sienten que sus sueños han sido aplastados” y
otro más formula que se trata de: “Los jóvenes y desposeídos (..) ignorados por
los hacedores de políticas”.
De
hecho, en buena parte de las notas, el propio redactor o el investigador
aparecen adjetivando las noticias y plasmando sus propias frustraciones
mientras que los medios de comunicación dejan de ser intermediarios de noticias
para convertirse en justificadores inconscientes de la protesta, endilgándoles
el sonoro titulo de “revoluciones”.
Solo
que estos titulares y explicaciones, no son de Chile aunque parezcan, son de
Londres en 2011.
Veamos.
Toda sociedad por evolucionada y justa que parezca se encuentra en una
ebullición permanentemente controlada. Las frustraciones personales del
desempleado, del que tiene un mal trabajo o el sueldo no le alcanza, al que no
pudo ascender, al que no puede acceder a las oportunidades de estudio, las
aspiraciones insatisfechas, las malas decisiones y los fracasos personales, en
fin los infortunios de cada quien, se van haciendo manifiestos en todo cuerpo
social y en especial en los jóvenes.
Hay
que añadir a esto la irresponsabilidad política y mediática del populismo de
ambos extremos, un ejercicio constante de quienes explotan el resentimiento
como modelo electoral y de los que dividen permanentemente al cuerpo social,
sembrando la idea de que unos tienen más que otros, infiriendo que a unos los
han robado, así como la explotación electoral de fenómenos basados en la
discriminación dentro de ese cuerpo social, es decir el impacto en cada quien
de los problemas laborales, raciales o étnicos, sexuales o incluso el odio al
inmigrante, que termina incorporándose al criterio común de que hay un
responsable de los problemas.
Y
esa irresponsabilidad política, continua, metódica durante años, principalmente
de sectores que no cuentan con el voto mayoritario, termina simplificando al
responsable de que dichas aspiraciones fueron aplastadas, haciendo por ejemplo
que la Unión Europea tenga en parte la culpa del verano londinense y el Brexit
sea una solución, que España tenga la culpa de que el joven barcelonés no
encuentre buen trabajo y la solución sea la independencia o en casos aun más
personalistas contra la educación privada, los empresarios, o los inmigrantes
como responsables de las desdichas laborales.
Son
estas razones y algunas otras, por la que una explosión social puede ocurrir en
Nueva York o en Los Ángeles en 1992, tanto como hoy en Barcelona, Hong Kong o
Chile, y que después de arrasar con todo, ese mismo joven que saltó a las
calles continúe con sus sueños y aspiraciones arrasadas, o quizás y más
probable, empeorará su situación. Pero las explosiones descontroladas con
características de “revolución”, es decir, las que llevaron a los cambios
políticos en cada momento son otra cosa.
Si
se investigan en el preciso momento, se pueden descartar absolutamente todas
las actividades y paranoias conspirativas de un Fidel Castro dirigiendo el
Caracazo, o al chavismo dirigiendo hoy los sucesos de Chile.
Pero
si se investigan como la consecuencia, como parte de un proceso más largo, se
encontrará en muchos casos la mano de una planificación y organización previa,
como lo fue el caso de todos los “azos” latinoamericanos de los 80 y comienzos
de los 90, esto es, las primaveras latinoamericanas, que hicieron ingobernables
a los países y trajeron a los populistas y neocomunistas al poder. Y eso es lo
que ocurre hoy en Santiago.
Es
aquí precisamente donde los analistas solo toman las fotos del día y
simplifican el asunto con el fenómeno de la “desigualdad” como lo que ocurre en
Chile. Es decir, solo explican el momento en el que todo está descontrolado y
evidentemente ven a los jóvenes quemándolo todo a su paso en actividades
verdaderamente “espontáneas”.
Pero
si lo que ocurre en Chile se ve como parte de un proceso, como una semilla que
lleva mucho tiempo germinando, el análisis termina siendo completamente
distinto.
Es
imposible analizar los destrozos de hoy, sin los conatos que comenzaron a
organizarse en 2006 y explotaron entre 2011 y 2013, con la ayuda y asistencia
económica de Hugo Chávez, no sólo con los petrodólares sino sustentando
teóricos y teorías políticas, organizando estructuras parapolíticas y
desarrollando un modelo hemisférico del que incluso hoy se conoce muy poco.
Es
imposible desconectar la quema del Metro, sin tomar en cuenta las acciones de
los comunistas procastristas y chavistas en 2011 y 2016. Sin tomar en cuenta
cómo fueron formados y patrocinadas las figuras actuales de organizaciones
juveniles quienes nacieron en democracia y no vivieron el pasado dictatorial.
En la infiltración progresiva de los cuerpos del orden publico, en los
“movimientos sociales” y de estudiantes por parte de la ortodoxia comunista y
sí, literalmente sus hijos.
Es
imposible entender lo que ocurre hoy en Chile, sin saber que las cabezas y
figuras relevantes del liderazgo estudiantil son socialistas, del partido
comunista, e incluso casados con comunistas cubanos y que las formas de
organización desde la revolución de los pingüinos es prácticamente la misma que
la empleada en muchos de los procesos emprendidos por los comunistas
latinoamericanos desde los 80 y no pocas de sus organizaciones han sido
financiados por los petrodólares y englobados en los foros comunistas
latinoamericanos para integrar movimientos comunes, que no en pocos casos
involucraron a los extremos de derecha.
Tampoco
es posible separar tales sucesos sin leer el “manual” empleado en Caracas en
1989 o en Chile 2019 pues es el mismo que reconoció Cristina Kirchner: un
“manual de instrucciones políticas para saqueos, violencia y desestabilización
de gobiernos que tiene su historia y yo quiero ser absolutamente sincera”. Y lo
fue porque ellos lo utilizaron en América Latina para demoler al statu quo y
con el que destruyeron a las democracias imperfectas y llevaron al poder a los
“progresistas” y “populistas.
Porque
ese “manual de operaciones políticas” (Kirchner dixit) de quienes “al no poder
conciliar con los votos, tienen este tipo de actitudes” apelando a la
“articulación de sectores de extrema pobreza con sectores políticos y
sindicales” para atacar objetivos específicos como el transporte o los
supermercados en 2001, ayudó a causar el sisma que hizo a Argentina
ingobernable.
Ese
era y es el objetivo político principal del manual, pues no busca incendiar el
Palacio de la Moneda, sino erosionar las bases que sostienen a los gobernantes
en el Palacio, que es distinto y más dañino.
En
Caracas el detonante fue una señora en un transporte, que terminó con todos los
autobuses quemados, pero como Kirchner y su manual, 30 años más tarde
confesarían que fue un movimiento planificado al detalle, exagerado por
programas de radio que también confesaron que colaboraron y fueron altas
figuras del chavismo, en el medio de una huelga de los agentes de orden
publico, cuyos propiciadores estaban en el movimiento conspirativo.
Pasan
a la Historia como “revoluciones espontáneas” porque a lo que llaman en el
manual “la vanguardia revolucionaria” y la “dirección táctica” siempre se les
sale de las manos a sus planificadores, cuando las calles ardieron sin la
policía -en huelga-, con el sector militar de orden público acuartelado e infiltrado
porque sus líderes estaban implicados en un golpe de estado y los medios de
comunicación ampliando los saqueos que ahora eran dirigidos y organizados por
sectores de la policía.
El
mismo manual que el aplicado en Argentina, con una policía que hizo 30 huelgas
el año en el que todo ardió y que obligó a usar al ejército.
Por
eso el Caracazo y hoy el Chilenazo o Santiagazo son todo menos espontáneos. Y
así todo luce que Chile es la nueva nación a la que lograron quebrarle la
espina dorsal.
Primero
redujeron a Michelle Bachelet a su mínima expresión, porque ella creía –como
Carlos Andrés Pérez en Venezuela- que encarnaba los ideales de la vieja
izquierda y se equivocó dramáticamente porque ella era la disidente fácil de
vencer. Bachelet dejó entrar a los enemigos ancestrales pensando que
cortejándolos podría controlarlos y la aniquilaron.
El
resto fue fácil porque quedaban los demócratas liberales de varios partidos
desnudos que hoy se suicidan, como lo hicieran los de Venezuela y Piñera coloca
el epitafio de un modelo cuando exclama: “No supimos entender el clamor por una
sociedad más justa”, siendo quizás Chile la muestra de una de las sociedades
más justas –dentro de su imperfección- en el hemisferio.
Lo
que nos lleva a Venezuela, ¿por qué después de que saltaran millones a las
calles en 2017, con más de 150 muertos y 3.000 heridos durante más de cuatro
meses, no se logró lo de Bolivia? Básicamente porque la oposición en toda su
corta existencia, basó sus estrategias en la ilusión de que la “espontaneidad”
por si sola lograba sus fines.
En
otras palabras, fueron formados en la creencia de que el Caracazo fue
espontáneo y sus ideales creen más firmes aún que los estudiantes serbios, con
una mínima planificación realmente acabaron con la dictadura de Milosevic, como
lo vieron en los documentales.
Por
lo tanto, no solo su visión de confrontación es errada porque únicamente
contempla uno de los cuatro elementos necesarios, sino que han permanecido de
espaldas a los fundamentos generales de la ciudadanía y en especial, de los
cuerpos armados que han terminado cohesionados en contra de la propia
oposición.
A
esto habría que añadir que los partidos políticos están destruidos y
debilitados estructuralmente, pues carecen de militancia que les permita
siquiera establecer una guía programática de movilización mientras que el
escaso liderazgo que no está en el exterior, detenido o en embajadas, apenas
depende de twitter para generar algunas políticas.
Las
acciones y coordinaciones son básicamente muy pobres, no han podido romper el
cerco mediático que impide que el mensaje llegue. Pero adicionalmente hay poco
contenido programático, ni una línea de propuestas que permita trascender al
simple cambio.
De
esa manera, mientras la poca población acude y se manifiesta en las calles, el
resto ve en todos los canales de televisión un mundo irreal, lleno de programas
de comedia, concursos y las noticias que pasan son, como si Venezuela fuera
otro país.
A
esto se le unen dos enemigos más poderosos que el régimen. El primero fue haber
apostado insensatamente por una quimera, una invasión como una solución mágica
que no existía y que debilitó durante seis meses la posible estructuración de
un verdadero programa político y fijó en el venezolano la teoría de que otros
arreglarían sus problemas.
El
otro enemigo es que tras años de éxodo masivo, ahora contemplan su futuro fuera
de Venezuela y lógicamente toman menos riesgos, por no decir ninguno.
Lógicamente
la oposición, que desapareció durante los últimos seis meses quiere ahora
retomar algunas acciones, aprovechando las nuevas primaveras y esperando que no
termine todo en el invierno, que parece avecinarse.
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