Francisco Fernández-Carvajal 23 de noviembre de
2019
@hablarcondios
— Un reinado de justicia y de amor.
— Que Cristo reine en primer lugar en nuestra
inteligencia, en nuestra voluntad, en todas las acciones...
— Extender el Reino de Cristo.
I. El
Señor se sienta como rey eterno, el Señor bendice a su pueblo con la paz1,
nos recuerda una de las Antífonas de la Misa.
La Solemnidad que celebramos «es como una síntesis de
todo el misterio salvífico»2.
Con ella se cierra el año litúrgico, después de haber celebrado todos los
misterios de la vida del Señor, y se presenta a nuestra consideración a Cristo
glorioso, Rey de toda la creación y de nuestras almas. Aunque las fiestas de
Epifanía, Pascua y Ascensión son también de Cristo Rey y Señor de todo lo
creado, la de hoy fue especialmente instituida para mostrar a Jesús como el
único soberano ante una sociedad que parece querer vivir de espaldas a Dios3.
En los textos de la Misa se pone de manifiesto el amor
de Cristo Rey, que vino a establecer su reinado, no con la fuerza de un
conquistador, sino con la bondad y mansedumbre del pastor: Yo mismo en
persona buscaré a mis ovejas siguiendo su rastro. Como un pastor sigue el
rastro de su rebaño cuando se encuentran las ovejas dispersas, así seguiré Yo
el rastro de mis ovejas; y las libraré, sacándolas de todos los lugares donde
se desperdigaron el día de los nubarrones y de la oscuridad4.
Con esta solicitud buscó el Señor a los hombres dispersos y alejados de Dios
por el pecado. Y como estaban heridos y enfermos, los curó y vendó sus heridas.
Tanto los amó que dio la vida por ellos. «Como Rey viene para revelar el amor
de Dios, para ser el Mediador de la Nueva Alianza, el Redentor del hombre. El
Reino instaurado por Jesucristo actúa como fermento y signo de salvación para
construir un mundo más justo, más fraterno, más solidario, inspirado en los
valores evangélicos de la esperanza y de la futura bienaventuranza, a la que
todos estamos llamados. Por esto en el Prefacio de la
celebración eucarística de hoy se habla de Jesús que ha ofrecido al Padre
un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de
amor y de paz»5.
Así es el Reino de Cristo, al que somos llamados para participar en él y para
extenderlo a nuestro alrededor con un apostolado fecundo. El Señor ha de estar
presente en familiares, amigos, vecinos, compañeros de trabajo... «Ante los que
reducen la religión a un cúmulo de negaciones, o se conforman con un
catolicismo de media tinta; ante los que quieren poner al Señor de cara a la
pared, o colocarle en un rincón del alma...: hemos de afirmar, con nuestras
palabras y con nuestras obras, que aspiramos a hacer de Cristo un auténtico Rey
de todos los corazones.... también de los suyos»6.
II. Oportet
autem illum regnare..., es necesario que Él reine...7.
San Pablo enseña que la soberanía de Cristo sobre toda
la creación se cumple ya en el tiempo, pero alcanzará su plenitud definitiva
tras el juicio universal. El Apóstol presenta este acontecimiento, misterioso
para nosotros, como un acto de solemne homenaje al Padre: Cristo ofrecerá como
un trofeo toda la creación, le brindará el Reino que hasta entonces le había
encomendado8. Su venida gloriosa al fin de los tiempos, cuando haya
establecido el cielo nuevo y la tierra nueva9,
llevará consigo el triunfo definitivo sobre el demonio, el pecado, el dolor y
la muerte10.
Mientras tanto, la actitud del cristiano no puede ser
pasiva ante el reinado de Cristo en el mundo. Nosotros deseamos ardientemente
ese reinado: ¡Oportet illum regnare...! Es necesario que reine en
primer lugar en nuestra inteligencia, mediante el conocimiento de su doctrina y
el acatamiento amoroso de esas verdades reveladas; es necesario que reine en
nuestra voluntad, para que obedezca y se identifique cada vez más plenamente
con la voluntad divina; es preciso que reine en nuestro corazón, para que ningún
amor se interponga al amor a Dios; es necesario que reine en nuestro cuerpo,
templo del Espíritu Santo11;
en nuestro trabajo, camino de santidad... «¡Qué grande eres Señor y Dios
nuestro! Tú eres el que pones en nuestra vida el sentido sobrenatural y la
eficacia divina. Tú eres la causa de que, por amor de tu Hijo, con todas las
fuerzas de nuestro ser, con el alma y con el cuerpo podamos repetir: oportet
illum regnare!, mientras resuena la copla de nuestra debilidad, porque
sabes que somos criaturas»12.
La fiesta de hoy es como un adelanto de la segunda
venida de Cristo en poder y majestad, la venida gloriosa que
llenará los corazones y secará toda lágrima de infelicidad. Pero es a la vez
una llamada y acicate para que a nuestro alrededor el espíritu amable de Cristo
impregne todas las realidades terrenas, pues «la esperanza de una tierra nueva
no debe atenuar, sino más bien estimular, el empeño por cultivar esta tierra,
en donde crece ese cuerpo de la nueva familia humana que ya nos puede ofrecer
un cierto esbozo del mundo nuevo. Por lo tanto, aunque haya que distinguir con
cuidado el progreso terreno del desarrollo del Reino de Cristo, sin embargo, el
progreso terreno, en cuanto que puede ayudar a organizar mejor la sociedad
humana, es de gran importancia para el Reino de Dios.
»Los bienes de la dignidad humana, de la comunión
fraterna y de la libertad –es decir, todos los bienes de la naturaleza y los
frutos de nuestro esfuerzo– los volveremos a encontrar, después de que los
hayamos propagado (...), y esta vez ya limpios de toda mancha, iluminados y
transfigurados, cuando Cristo devuelva al Padre el Reino eterno y universal
(...). El Reino está ya presente misteriosamente en esta tierra; y cuando el
Señor venga alcanzará su perfección»13.
Nosotros colaboramos en la extensión del reinado de Jesús cuando procuramos
hacer más humano y más cristiano el pequeño mundo que nos rodea, el que cada
día frecuentamos.
III. A la
pregunta de Pilato, contestó Jesús: Mi reino no es de este mundo... Y
ante la nueva interpelación del Procurador, respondió: Yo soy Rey. Para
esto he nacido...14.
No siendo de este mundo, el Reino de Cristo comienza ya aquí. Se extiende su
reinado en medio de los hombres cuando estos se sienten hijos de Dios, se
alimentan de Él y viven para Él. Cristo es un Rey a quien se le ha dado todo
poder en el Cielo y en la tierra, y gobierna siendo manso y humilde de
corazón15, sirviendo a todos, porque ha venido no a ser
servido, sino a servir, y dar su vida para la redención de muchos. Su trono
fue primero el pesebre de Belén, y luego la Cruz del Calvario. Siendo el
Príncipe de los reyes de la tierra16,
no exige más tributos que la fe y el amor.
Un ladrón fue el primero en reconocer su
realeza: Jesús -le decía con una fe sencilla y humilde-, acuérdate
de mí cuando estés en tu Reino17.
El título que para muchos fue motivo de escándalo y de injurias, será la
salvación de este hombre en el que ha ido arraigando la fe, cuando más oculta
parecía estar la divinidad del Salvador, que «concede siempre más de lo que se
le pide: el ladrón solo pedía que se acordase de él; pero el Señor le
dice: En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso. La vida
consiste en habitar con Jesucristo, y donde está Jesucristo allí está su Reino»18.
En la fiesta de hoy oímos al Señor que nos dice en la
intimidad de nuestro corazón: Yo tengo sobre ti pensamientos de paz y
no de aflicción19,
y hacemos el propósito de arreglar en nuestro corazón lo que no sea conforme
con el querer de Cristo. A la vez, le pedimos poder colaborar en esa tarea
grande de extender su reinado a nuestro alrededor y en tantos lugares donde aún
no le conocen. «A esto hemos sido llamados los cristianos, esa es nuestra tarea
apostólica y el afán que nos debe comer el alma: lograr que sea realidad el
reino de Cristo, que no haya más odios ni más crueldades, que extendamos en la
tierra el bálsamo fuerte y pacífico del amor»20.
Esto solo lo lograremos acercando a muchos a Jesús, mediante un apostolado
constante y eficaz entre las personas que diariamente pasan cerca de nuestra
vida.
Para hacer realidad nuestros deseos acudimos, una vez
más, a Nuestra Señora. «María, la Madre santa de nuestro Rey, la Reina de
nuestro corazón, cuida de nosotros como solo Ella sabe hacerlo. Madre
compasiva, trono de la gracia: te pedimos que sepamos componer en nuestra vida
y en la vida de los que nos rodean, verso a verso, el poema sencillo de la
caridad, quasi fluvium pacis (Is 66, 12), como un
río de paz. Porque Tú eres mar de inagotable misericordia»21.
1 Antífona
de comunión, Sal 28, 10-11. —
2 Juan
Pablo II,, Homilía 20-XI-1983. —
3 Cfr. Pío
XI, Enc. Quas primas, 11-XII-1925. —
4 Primera
lectura, Ciclo A. Ez 34, 11-12. —
5 Juan
Pablo II, Alocución 26-XI-1989. —
6 San
Josemaría Escrivá, Surco, 608. —
7 Segunda
lectura. Ciclo A. 1 Cor 15, 25. —
8 Cfr. Ibídem,
1 Cor 15, 23-28. —
9 Apoc 21,
1-2. —
10 Cfr. Sagrada
Biblia, Epístolas de San Pablo a los Corintios, EUNSA,
Pamplona 1984, nota a 1 Cor 15, 23-28. —
11 Cfr. Pío
XI, Enc. Quas primas, cit. —
12 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 181 —
13 Conc.
Vat. II, Const. Gaudium et spes, 39. —
14 Jn 18,
36-37. –
15 Cfr. Mt 11,
29. —
16 Segunda
lectura. Ciclo B. Apoc 1, 5. —
17 Lc 23,
42. —
18 San
Ambrosio, Comentario al Evangelio de San Lucas, in loc. —
19 Jer 29,
11. —
20 San
Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 183. —
21 Ibídem,
187.
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