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jueves, 12 de marzo de 2020

Tienen que conocer a Patricia y a Abraham @luisaconpaz



Por Luisa Pernalete


Corría el año 1955, plena dictadura militar con Pérez Jiménez a la cabeza. El padre José María Vélaz, jesuita, entonces muy joven, recorría barrios de Caracas, entre ellos, lo que hoy se conoce como el 23 de Enero. Le acompañaban estudiantes de la entonces recién nacida Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Conversaba con los vecinos y estos les decían que tenían muchas necesidades, pero lo que más les preocupaba era que no había escuela para sus hijos. Y Vélaz, que ya soñaba con una red de centros educativos, le daba vueltas al asunto.

En una oportunidad, el padre participó en una primera comunión en la comunidad y luego se reunieron a tomar el desayuno en un local, el cual era parte de una casa a medio hacer todavía, obra de Abraham Reyes, un albañil, que junto con su esposa Patricia, llevaba 7 años construyendo. Para ese año, ya la pareja tenía 6 hijos. El padre comentó que no bastaba el catecismo, que había que darles escuelas a los niños, y dice que después de expresar ese deseo en voz alta, se le acercó un señor y le dijo que él le regalaba ese salón para la escuela. Ese señor era Abraham Reyes. Imagino la escena y me pregunto cuántos seríamos capaces de desprendimiento semejante.

Contaría después Abraham, que como no tenían suficiente dinero, Patricia, su esposa como ya mencionamos, era su ayudante en construcción, cargaba en su cabeza agua desde dos km de distancia… ¡Todo ese esfuerzo lo dieron generosamente para que los niños de otros tuvieran escuela! ¡Ese nacimiento hay que recordarlo siempre!

De manera que Fe y Alegría nació hace 65 años gracias al atrevimiento de José María, y a la generosidad del pueblo venezolano, representado en las primeras maestras, voluntarias, jóvenes de la UCAB, que también contribuyeron, y sin duda, el regalo desinteresado de Patricia y Abraham.


Una de sus hijas, en total tuvieron 13, me contó en una oportunidad, que su madre no sabía leer. Se había casado muy joven, y cuando ya compartía su casacón esa primera escuela de Fe y Alegría, ayudaba a las maestras con los pequeños y allí fue aprendiendo a leer ella también. A los hijos de la segunda camada -los que nacieron después de 1955- les enseñó a leer ella.

Pero ahí no quedó la generosidad de la pareja. El primer salón creado, atendía varones, ¿y las niñas? En aquél tiempo en las aulas no se mezclaban niños y niñas. Entonces el padre Vélaz, con sus colaboradores, comenzaron a buscar otro local para las niñas, y no conseguía, entonces Abraham le mandó a decir que le tuviera confianza, que había otro donde las espació para la niñas en su casa, y le cedió otro piso. Siempre de acuerdo con Patricia. ¿Creen posible tanta santidad en esta tierra?

Abraham después diría lo alegre que se sintió de poder participar de una obra tan buena como esa. “Cada quien traía su sillita y todos contentos (...) les cantaban canciones, se sentaban en cajones algunos”. Esa escuelita, diría, fue una gran esperanza. “Uno recibe más cuando que cuando recibe” decía. Comentaría, según refiere el propio Vélaz, en testimonio recogido por Joseba Lazcano, s.j. (*), que consideraba Abraham que el nombre estaba bien puesto: alegría, porque las familias del barrio estaban felices al saber que sus hijos estudiarían; alegría porque más alegría se tiene al dar que al recibir, “y cuando se hace el bien, uno se estimula, y yo creo que esa es la gran alegría”, diría.

Contará también que él aprendió catecismo escuchando la catequesis en Fe y Alegría. Llegó hasta diácono. Y Patricia lo secundaba. ¿Estuvo de acuerdo con aquel regalo? Sí, dice que nunca se arrepintieron. Ambos le enseñaron sus hijos e hijas a ser humildes y sencillos… Jamás los hijos de la pareja han pretendido aprovecharse de ser cofundadores de Fe y Alegría. Una de las menores, que no había terminado su bachillerato, se inscribió en el Instituto Radiofónico Fe y Alegría (IRFA) y no mencionó de quién era hija… se enteraron por otros… Heredaron de sus padres la humildad y la sencillez.

“Fe y Alegría -diría también Abraham- es obra de todos: yo lo que hice fue poner mi granito de arena, como otras muchas personas lo están haciendo”. Y con esa humildad que le caracterizaba a ambos, decía que el verdadero fundador había sido el padre Vélaz, que siempre andaba echando cabeza para ver cómo ayudaba a gente pobre de los barrios.

Fe y Alegría es obra de anónimos, dice Joseba Lazcano, s.j., y por eso hoy subrayamos el papel de Patricia de Reyes y de las Patricias en el movimiento educativo que hoy está en 22 países. Aquella Patricia le acompañó a hacer la casita y lo que vino luego. Después de ella vinieron muchas más: religiosas, maestras, ahora madres-maestras haciendo de docentes en esta emergencia educativa compleja que sufrimos en Venezuela.

No podemos sino sentirnos orgullosos de aquel origen y recordar que momentos fáciles no fueron los comienzos, como no son ahora los de mantener las escuelas abiertas en medio de la dura situación país. No podemos vivir de la herencia, del nombre, de la historia. La herencia de Vélaz, Patricia y Abraham, debe servir para reinventarnos para seguir defendiendo el derecho a la educación, para seguir haciendo el bien. Trabajando en equipo, como también decía Abraham. Hay que ser coherente con nuestro nombre: fe, mucha fe es necesaria hoy, y que esa fe alimente nuestra alegría de mantener la mano extendida para dar y no tener vergüenza de pedir para que perseveremos.

¿No creen que a los 65 años del nacimiento, recordar a Abraham y a Patricia es justo y necesario?

(*) Lazcano, Joseba, s.j. (2013) Fe y Alegría. Un movimiento con Espíritu. CFIP Maracaibo

07-03-20




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