Benigno Alarcón Deza 24 de julio de 2020
@benalarcon
El
titular de esta semana lo he querido dedicar a tratar de responder algunas de
las preguntas que con mayor frecuencia se repiten en nuestros foros y
conferencias, e incluso cuando nos encontramos con gente que nos conoce y sabe
a lo que nos dedicamos. No pretendo con ello dar respuestas definitivas, sino
las que con la mayor honestidad puedo dar desde la información que tenemos y la
interpretación que de ella hacemos en nuestro seguimiento diario, gracias a la
ayuda de un extraordinario equipo multidisciplinario que forma parte del Centro
de Estudios Políticos y de Gobierno y de su Mesa de Análisis Coyuntural (MAC).
Y
aunque las respuestas de este editorial son responsabilidad exclusiva de quien
escribe y no necesariamente las del equipo del que orgullosamente me acompaño
en la extraordinaria responsabilidad que he asumido durante los últimos años,
el criterio desde el que abordo mis respuestas tiene mucho que agradecer a las
innumerables horas de debate y discusión que hemos invertido en tratar de comprender
nuestra realidad y en hacer los aportes que nos han hecho merecedores de la
consideración y el respeto de muchos comunicadores y líderes políticos y
sociales, así como de instancias académicas y otras organizaciones tanto
nacionales como foráneas, aunque, lamentablemente, no siempre han encontrado
suelo fértil en el que germinar y crecer entre nuestro liderazgo político, lo
que en muchas ocasiones nos ha convertido en analistas críticos e incómodos
para muchos, al advertir sobre errores, casi siempre evidentes, por la
experiencia propia o por la comparación del caso venezolano con otros
países.
Pese
a ello, continuaremos trabajando con el propósito de contribuir en la
construcción y consolidación de una transición democrática, condición sine que
non para alcanzar la paz y el balance necesario entre la libertad y el
desarrollo de un sistema social, económico y político, sin lo cual,
sencillamente, el país continuará viviendo en conflicto, sin presente ni
futuro.
Hoy,
nuevamente, a modo de contribución, trato de dar respuesta a diez de esas
preguntas que con mayor frecuencia escucho cada día.
¿En qué terminará la crisis
originada por el coronavirus en Venezuela?
Comenzando
por lo que no es mi área, por lo que me limitaré a lo que esencialmente puedo
decir, el coronavirus hoy no representa la principal preocupación del
venezolano por dos razones, a la mayoría aún no les ha amenazado de cerca y
porque hay otros asuntos que sí le tocan de manera directa y amenazan su
subsistencia inmediata, como es el hambre para un tercio de la población y, en
relación directa con ella, la destrucción de la economía, que se agudiza por
medidas como la cuarentena, lo que hace mucho más difícil su sostenibilidad.
Tal
situación seguramente implicará una dificultad creciente para mantener las
medidas, como es fácil constatar en los sectores populares aún cuando se
mantengan en el discurso, y el aumento inevitable de los contagios a niveles
que no serán muy distintos a los que sufren países vecinos como Brasil y
Colombia, pero cuya realidad no conoceremos porque habrá, como de hecho hay,
una gran opacidad en la información y una enorme brecha entre la realidad y el
número de casos diagnosticados.
Los
costos finales del coronavirus en el mundo, cuando aún no hay una vacuna finalmente
aprobada, y cuando la haya pasarán muchos meses hasta que esté disponible para
la mayoría de la población mundial, aún son difíciles de predecir, y en países
con regímenes cerrados como el de Venezuela, sus consecuencias finales quizás
nunca las tengamos del todo claras, pero como toda pandemia pasará y lo único
que pareciera que podemos hacer por ahora es asumir la responsabilidad de tomar
la medidas para cuidarnos y cuidar a los demás, asumiendo siempre que aún
sintiéndonos bien podemos ser transmisores asintomáticos del virus.
Asimismo,
para quienes irresponsablemente apuestan al caos como solución, es importante
recordarles que la enfermedad y las tragedias humanas acaban con gobiernos
electos, que son sustituidos por otros cuando hay elecciones democráticas, pero
nunca con regímenes autoritarios que, por el contrario, se fortalecen en la
medida que tienen excusas para ejercer un control más férreo sobre la población
y cuando la gente no tiene más alternativa que centrar sus energías en la
supervivencia diaria, tal como hemos aprendido de casos como el de Zimbabue,
Cuba, Nicaragua y nuestra misma Venezuela, entre muchos otros. En sentido
contrario, el coronavirus, lejos de acabar con Maduro, terminó bloqueando las
iniciativas de movilización que la oposición trataba de implementar a
principios de año, y la colocó en clara desventaja de cara a un escenario
electoral como el que se plantea para finales de este año.
A
todo evento, el coronavirus pasará y la lucha por la democracia continuará,
como ha sucedido durante los últimos 20 años, porque no hay derrota definitiva
mientras no nos rindamos.
¿Trump logrará sacar a Maduro
del poder?
Me
temo que no. En este momento Venezuela no es una prioridad para Trump, quien
divide su atención entre dos temas que sí son vitales para su propia
supervivencia política y que están íntimamente relacionados, el coronavirus y
la reelección presidencial. El coronavirus y sus consecuencias sociales y
económicas si pueden sacar a Trump del poder en las próximas elecciones norteamericanas,
como indican la casi totalidad de los estudios y proyecciones en la actualidad.
A
todo evento, no hay que subestimar a Trump en lo electoral, quien es un
candidato formidable como ya lo ha demostrado, pero, aunque le quedan aún cinco
meses de campaña por delante, su reelección hoy luce cuesta arriba.
Una
intervención en Venezuela sería para Trump una jugada de alto riesgo, con
muchas probabilidades de complicarse por tratarse necesariamente de una
intervención de largo plazo que no implica simplemente sacar a Maduro del
poder, que con toda seguridad sería inmediatamente reemplazado por alguien más,
como sucedió tras la desaparición física de Chávez.
No
se trata entonces de retirar a un gobernante, sino de lograr la implementación
de un cambio de modelo y su tutelaje hasta consolidarlo y hacerlo
autosustentable, lo cual en la mayoría de los países no se ha logrado tras
invertir cantidades exorbitantes de recursos durante años después de su
intervención.
Estados Unidos, La Unión
Europea, el Grupo de Lima, entre otros, ya han dicho que no reconocerán una
elección parlamentaria que no sea democrática ¿Será entonces la comunidad
internacional la que saque a Maduro del poder?
No
reconocer una elección y sacar a un gobierno del poder son dos cosas muy
distintas. Tan distintas que, aunque la mayoría de la comunidad internacional
democrática no reconoció la reelección de Maduro en el 2018, no ha intentado
por ello removerlo del poder.
Lo
que sí es muy probable es que todos, o al menos una parte muy importante de los
países que no reconocieron la reelección de Maduro en 2018, tampoco reconozcan
la elección parlamentaria de este año si ella se celebra bajo las actuales
condiciones.
Las
transiciones democráticas impulsadas por una intervención militar internacional
son muy poco frecuentes y aún menos frecuentes las que resultan exitosas.
Apostar a que la geopolítica hace el trabajo que corresponde a los nacionales
es por lo general una muy mala apuesta que deja casi siempre como resultado
mayor desesperanza y decepción. Lograr los consensos a lo interno de cada país,
y entre países, para emprender una iniciativa multilateral que arriesga la vida
de los nacionales que participan como soldados en estos procesos tiene no solo
costos económicos exorbitantes sino también políticos para quienes se suman a
tales misiones.
Adicionalmente,
hay un efecto paradójico en estos procesos y es el de desmovilizar y
desempoderar a la población civil nacional, que se siente inútil ante el
potencial escenario de una confrontación militar y asume un rol pasivo para
garantizar su sobrevivencia y a la espera de que sean otros quienes decidan su
futuro por la fuerza, tal como sucedió en el caso de Cuba en donde la gente
vive bajo la convicción de que no hay nada que se pueda hacer más que irse o
adaptarse para sobrevivir.
Entonces, ¿si la comunidad
internacional no reconoce la elección de la nueva Asamblea Nacional,
continuaría la actual Asamblea electa en 2015 en funciones?
Nuevamente,
no reconocer a la nueva Asamblea como consecuencia de los vicios de la elección
es algo distinto a continuar reconociendo la vigencia de la actual Asamblea
Nacional. La continuidad de la Asamblea elegida en el 2015 pasaría, primero,
por mantener la integridad de los diputados electos en sus funciones, lo que
implicaría la presencia de la totalidad, o al menos la gran mayoría, de los 167
diputados electos en el 2015, lo cual al día de hoy luce poco probable considerando
que los actuales 55 diputados del Polo Patriótico no continuarían, al igual que
la mayor parte de los diputados electos por partidos minoritarios y una
proporción aún desconocida, pero seguramente considerable, de quienes fueron
electos como candidatos de la MUD y no estarían dispuestos a continuar en sus
cargos después del 5 de enero de 2021.
¿Continuará la comunidad
internacional reconociendo a Guaidó como Presidente Interino después del 5 de
enero de 2021?
Si
la comunidad internacional no reconoce la continuidad de la actual Asamblea
Nacional, lo más probable es que tampoco reconozca la continuidad de Guaidó
como Presidente Interino, cualidad que se deriva de su ejercicio como
Presidente de la Asamblea Nacional. Hasta ahora no hemos visto ninguna tesis
política o jurídica que permita a la comunidad internacional justificar tal
posición, por lo cual pareciera que, mientras el desconocimiento de la nueva
elección parlamentaria tanto por la comunidad democrática nacional como
internacional sería un hecho de no modificarse de manera sustancial las
condiciones, el reconocimiento de la continuidad de la Asamblea electa en 2015
y del gobierno interino lucen muy poco probables.
¿Participará la oposición en
la elección parlamentaria de este año?
Hasta
ahora todo parece indicar que no. En este sentido es importante aclarar que a
los fines de esta respuesta estamos considerando como oposición a los partidos
mayoritarios liderados por las autoridades reconocidas previamente a su
remoción por el Tribunal Supremo de Justicia, así como a aquellos partidos que
han venido acompañando las decisiones del G4, además del partido de María
Corina Machado, Vente Venezuela, que a pesar de no seguir los lineamientos de
la Unidad o del G4, no hay duda en considerarlo como de oposición. No
consideramos oposición, al menos hasta que se demuestre lo contario, a los partidos cooptados por el gobierno en
la Mesa Nacional de Diálogo, o a través de la expropiación de las tarjetas y
símbolos de Acción Democrática, Primero Justicia y Voluntad Popular.
Aun
cuando hay varios movimientos que tratan de incidir en la oposición para que se
participe en la elección utilizando alguna de las tarjetas aún habilitadas,
como la de los partidos de Ecarri (Lápiz), Henrique Capriles (la Fuerza del
Cambio), o Hiram Gaviria (Puente), la predisposición a abstenerse de una
proporción muy importante de los electores de oposición, la necesidad de
contradecir la propia narrativa opositora, el tiempo disponible para organizar
la participación de la oposición en la elección bajo las condiciones impuestas
por el manejo de la pandemia y por los nuevos rectores del Consejo Nacional
Electoral, harán prácticamente imposible un cambio de dirección si la elección
se mantiene para este año, como todo parece indicar.
¿Habrá elecciones
parlamentarias este año?
Pese
al coronavirus, la destrucción de los equipos electorales, los reclamos de la
oposición y de la comunidad internacional, entre otras dificultades, todo
parece indicar que habrá elecciones parlamentarias en diciembre de este año.
Solo
una situación imprevista, como un golpe de Estado, o una de conflictividad
social que se complica a niveles inmanejables para el gobierno, que por ahora
no la vemos venir, podría imponer la cancelación de las elecciones parlamentarias
de diciembre próximo.
Tal
como sucedió en la oportunidad de la aprobación de la Constitución en 1999,
cuando Chávez llamó a votar en medio de la tragedia de los deslaves afirmando
que si la naturaleza se oponía lucharíamos contra ella, esta elección tiene
para el régimen liderado por Maduro, e incluso para la cúpula militar, una
importancia que va más allá de la elección per se y que radica en la necesidad
de acabar con esta oposición que les ha venido desafiando desde el 2016 y que
les ha generado innumerables inconvenientes, sobre todo durante los dos últimos
años, para sustituirla por una nueva “oposición” cooptada y mucho más dócil,
como se deduce de lo sentenciado por Timoteo Zambrano, quien en una entrevista
con el periodista Vladimir Villegas afirmó que “la mayoría de la oposición fue
la que provocó que el gobierno inhabilitara a la Asamblea Nacional porque
cuando le dices al gobierno que lo vas a eliminar dejas la puerta abierta para
que se desaten los demonios.”
¿Se debe votar en las próximas
elecciones parlamentarias?
Depende
de sus convicciones. Si ustedes como yo, es demócrata, la respuesta preliminar
sería afirmativa, el problema se presenta cuando no tenemos candidatos que nos
representen legítimamente y pretenden obligarnos a elegir entre partidos y
personas, que han sido previamente seleccionadas por el mismo gobierno para
“representar” el papel de la oposición, pero no tienen la legitimidad para
hacernos sentir representados.
Si
este es su caso, usted tiene dos opciones, votar por los candidatos de
oposición preseleccionados por el gobierno o no votar, lo cual es, otra forma
de expresión que, aunque no nos da diputados sí deja evidencia de quien no nos
representa.
En
mi caso particular, no votaré mientras no haya en el tarjetón electoral
candidatos y partidos por los cuales me sienta representado, aún estando
consciente de que los boicots electorales no son suficientes para sacar a un
gobierno autoritario del poder. No contribuiré a la sustitución de la oposición
por aquella “oposición” que el gobierno quiere imponerme como su alternativa
más conveniente.
¿Si no votamos la llamada
“Mesita” se convertirá en la nueva oposición?
Muy
difícil. Desde un punto de vista formal, los partidos que han participado con
el gobierno en la Mesa Nacional de Diálogo, llamada comúnmente como “Mesita”,
junto a quienes sean elegidos desde las tarjetas de Acción Democrática, Primero
Justicia y Voluntad Popular, entre varias decenas de otros partidos,
conformarán la nueva oposición en el teatro en el que se convertirá a la
Asamblea Nacional, pero difícilmente la gente en las calles del país, después
de veinte años, confunda la ficción con la realidad, y es mucho más probable
que el efecto termine siendo paradójico, o sea el de la descalificación y deslegitimación de quienes
resulten beneficiados en esta elección para usurpar el rol de la oposición.
Aunque
es posible que la situación planteada genere un vacío temporal de liderazgo,
sobre todo en el caso de que una parte importante del actual liderazgo de
oposición decidiera salir del país para instalar un gobierno y/o una asamblea
en el exilio o para preservar su propia integridad.
¿Es posible una salida
electoral en Venezuela?
No
solo es posible, en realidad es la que tiene mayores posibilidades, pero para
ello es esencial que la oposición democrática se prepare concienzudamente.
Prepararse
para una salida electoral bajo un régimen autoritario, no es lo mismo que ir a
elecciones en democracia. Bajo estas circunstancias los demócratas suelen ser
exitosos bajos dos escenarios alternativos. El primero, implica que el sector
democrático logre generar las condiciones que obligarían al gobierno a una
negociación previa, lo que hasta ahora nunca ha ocurrido en nuestro caso, en la
que la sustancia estaría en lo que sucedería el día después de una transición
electoral, a cambio de las condiciones para que una elección con garantías sea
posible, como ha sucedido en casos como el de Chile, Brasil, España o
Sudáfrica, lo que al menos por ahora luce como una alternativa con muy baja
probabilidad de ocurrencia.
La
otra alternativa, es la de preparase seriamente para entablar un desafío
electoral aún en condiciones desfavorables, que es el escenario bajo el cual se
han producido una parte importante de las transiciones electorales, lo que
implica que ante la falta de condiciones equitativas para competir, se impone
una maquinaria organizativa democrática que deja poco o nada al azar; que ante
la carencia de árbitros electorales imparciales, se impone la necesidad de una
victoria amplia que no deja dudas; que ante un posible fraude electoral, se
impone un conteo paralelo confiable que sea capaz de detectar y probar la
realidad de los resultados; y que ante el desconocimiento de resultados, se
impone la movilización de los ciudadanos para hacer respetar su decisión
soberana.
El
futuro de la democracia en Venezuela no depende de la próxima elección
parlamentaria. La mayor amenaza al futuro del país hoy es que los venezolanos
nos rindamos bajo la falsa percepción de que no hay nada que hacer, de que ya lo intentamos todo y nada funcionó
y de que el régimen es invencible. La realidad es que ningún régimen ha
resultado invencible. Todos los regímenes, por más poderosos y monolíticos que
parezcan, suelen tener pies de barro por la destrucción de su propia
legitimidad, a partir de lo cual, la velocidad de los cambios es proporcional a
la capacidad del liderazgo democrático para construir su propia legitimidad, no
solo entre una mayoría que se opone al régimen, sino también entre quienes lo
han sustentado y aprovechar con inteligencia el apoyo de esa mayoría para
construir y ejecutar, de manera decidida, una estrategia inteligente.
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