Trino Márquez 23 de julio de 2020
@trinomarquezc
La
Encuesta de Condiciones de Vida (Encovi), adelantada por la UCV, la UCAB y la
USB, posee muchos méritos. Destaco dos excepcionales. En el cuadro que pinta,
se encuentra una fotografía descarnada de la miseria nacional y también un libelo
contra el régimen de Nicolás Maduro. Los dirigentes del gobierno llaman al
régimen, socialismo del siglo XXI. Identificarlo con ese pomposo nombre solo
contribuye a elevarle la dignidad a un mecanismo de destrucción y saqueo que
carece de antecedentes en América Latina y el resto del planeta.
Conozco
bastante bien cómo operó el comunismo en diversas naciones de Europa del Este y
en la antigua Unión Soviética. Lo ocurrido en Venezuela durante más de veinte
años, resulta mucho peor que los errores y desmesuras perpetradas en los países
satélites del Kremlin, y en la URSS, el centro imperial. Aquí lo que se instaló
fue una casta que combina, como ninguna otra, la ineptitud, la voracidad y la
corrupción en el ejercicio del poder. Según lo ha demostrado con cifras
inapelables el equipo de investigadores dirigido por Ricardo Hausmann, jamás en
la historia universal se había llevado a cabo, en un período de paz, un proceso
tan implacable de pillaje y demolición de un aparato económico, como el
adelantado por la claque que tomó el poder en 1999 y que, en su línea
evolutiva, dio un salto cuántico a partir de abril de 2013, cuando Maduro se
convirtió en el Presidente titular.
Ese
país destruido –sin servicios públicos básicos, con salarios de hambre, con una
hiperinflación que derrite el ingreso y camino a la disolución por el tamaño de
la diáspora, solo atenuada por el impacto del corona virus en los países
vecinos- fue radiografiado por los investigadores de la Encovi. Los números que
muestran revelan el daño tan hondo causado por el actual estilo de gobernar.
Que 96% de las familias no puedan cubrir sus necesidades esenciales; es decir,
que sean pobres de acuerdo con el método de las Necesidades Básica
Insatisfechas (NBI); y que 79% de los pobladores sean infrapobres debido a que
no pueden consumir las 2.200 calorías diarias que recomienda la Organización
Mundial de la Salud (OMS), muestran una sociedad que languidece todos los días.
A estos dígitos hay que agregar las deplorables condiciones de la electricidad,
de las aguas servidas, de la salud pública, del transporte colectivo, el
ausentismo y la deserción escolar, la precariedad de las viviendas, el déficit
habitacional y el hacinamiento. El deterioro es global e indetenible. No ha
alcanzado el pico, ni la curva se ha aplanado, como sucede en varios países
atacados por la Covid-19. Ahora es cuando falta camino por recorrer en esa
larga pendiente en la que entró la nación.
Mostrar
las dimensiones de la barbarie es una de las bondades del estudio de Encovi.
Sus redactores no apelan a adjetivos o insultos. Solo muestran las cifras para
que la gente constate el producto salido de la combinación entre el
colectivismo, la incompetencia, el autoritarismo y la corrupción. Las
conclusiones que las extraiga cada quien.
Otro
de los méritos de Encovi reside en mostrar la mística y dedicación de los
investigadores de nuestras universidades más importantes y el espíritu de
colaboración existente entre los centros de enseñanza públicos y privados. En
el período democrático, las grandes investigaciones sociales las llevaba
adelante, fundamentalmente, la Oficina Central de Estadística e Informática
(OCEI). Este organismo –dotado de una amplia cobertura nacional- diseñaba y
aplicaba la Encuesta de Hogares por Muestreo (EHM) y la Encuesta Social (ES),
extraordinarios instrumentos de exploración que complementaban y actualizaban
la información censal. El volumen de datos suministrado por esas herramientas,
más lo proporcionados por el Banco Central, permitía recrear una imagen
fidedigna de la situación del país. Cualquier investigador de la academia, o de
fuera de ella, estaba obligado a partir de las cifras recogidas por esos
organismos, si aspiraba a realizar una investigación seria. Podía complementarlas
o ampliarlas, según fuese el caso, pero no podía ignorarlas. El rigor con el
cual eran levantadas les concedía plena confianza. La EHM se convirtió en un
modelo en América Latina sobre cómo monitorear la situación familiar en los
períodos intercensales. Durante más de treinta años constituyó una fuente de
gran utilidad para diagnosticar la realidad de los hogares venezolanos. Ningún
otro centro de investigación público o privado podía alcanzar la escala lograda
por la OCEI. Este esquema comenzó a cambiar con Hugo Chávez quien, primero,
desestimó el trabajo de la OCEI, y luego lo pervirtió por completo. En la
actualidad, el Instituto Nacional de Estadísticas, INE, es una caricatura de lo
que fue la OCEI. La EHM desapareció. Las escasas y desactualizadas cifras
proporcionadas por ese instituto, son maquilladas para hacerlas potables a los
jerarcas del régimen. No sirven para un diagnóstico objetivo de la realidad
nacional.
La
labor de levantar el mapa social y económico del país, les ha correspondido a
los investigadores de nuestras universidades, entre ellos los que trabajan en
la Encovi, y a los de instituciones privadas -entre ellas, Consultores 21,
Datanalisis y la Fundación Bengoa- quienes, a partir de un gigantesco esfuerzo,
logran recrear en cifras fidedignas el drama que vive la inmensa mayoría de los
venezolanos desde hace más de dos décadas.
Trino
Márquez
@trinomarquezc
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