Por Carlos Raúl
Hernández
Titulo con frase de
Dolores Ibárruri, “la Pasionaria”, porque entre 12 y 20 de julio de 1936, hace
84 años, arrancó la guerra civil española, modelo de atrocidades y mar de
sangre, por culpa de cabecillas políticos tan radicales como ineptos. La noche
del 12 la Guardia Civil irrumpe en el hogar y secuestra al diputado monárquico
José Calvo Sotelo. Encabezan los agentes Fernando Condés y Luis Cuenca, del
PSOE. El segundo era escolta de Indalecio Prieto, líder del partido.
Calvo amanece en la calle con dos tiros en la nuca. Salvador de Madariaga anota que, en una vibrante intervención de Calvo en el parlamento, la medusa, madre muerte, la “Pasionaria”, le gritó: “¡Este es tu último discurso!”. Un plan monstruoso pero imbécil, porque el crimen precipita el golpe de Estado que ramaleaban altos oficiales y disuelve la negativa a sumarse de Francisco Franco, el más temible de ellos. El general Mola da su golpe fracasado para tomar el país en tres días.
Y emergió el dragón de tres años de guerra civil, un millón de muertos, según J.M. Gironella, y Franco entrará a dominar España hasta su muerte. La historia narra la lucha entre republicanos y nacionales, pero ¿había nacido de verdad una república cinco años atrás, o en 1931 depara lo que Platón y Aristóteles juzgan degeneración republicana, la anarquía, la república popular o revolucionaria? A diferencia de Carlos I o Luis XVI, el colapso mismo de la monarquía borbona es patético.
En ese crucial 1931 hubo una simple elección municipal de concejales, no un referéndum constitucional ni nada parecido. Compiten las alianzas de socialistas, stalinistas, anarquistas, trotskistas, republicanos, contra partidos conservadores, y ganan aquellos, aunque quedan bastante parejos. Los primeros en las grandes ciudades, y los otros en el campo. Para aterrorizar, la izquierda lanza las masas a la calle, y el tembleque Alfonso XIII sale disparado de incógnito, renuncia al trono y pasa a la historia… de las aves de corral.
La revolución de 1934
Comienza la república popular con la expulsión del Primado, arzobispo de Toledo monseñor Segura y del eminente monseñor Múgica, en respuesta a que despiden afablemente al rey, aunque llaman a apoyar el naciente régimen. Este apunta la agitación social hacia sus odios y estimula oleadas de asaltos, quema de conventos, iglesias, fábricas, comercios, por todo el país. Las Cortes Constituyentes` paren una “constitución inviable” según Gregorio Marañón.
Para Ortega y Gasset, “lamentable, sin pies ni cabeza, ni el resto de materia orgánica”. Prohíbe a los curas las congregaciones y actividades pedagógicas, industriales o mercantiles. Pero dos años más tarde, las elecciones de 1933 marcan un viraje radical, obra de que por primera vez votan las mujeres. Triunfan los conservadores, que ceden el gobierno a un moderado, Alejandro Larroux, pero la izquierda responde el gesto con insurrección armada y huelga general. Proclaman el Estado catalán.
Huelga en Barcelona, Madrid, Vasconia, y en Asturias tragedia. Los trabajadores se organizan en soviets, arrasan cuarteles de la guardia civil, toman la cuenca minera, las fábricas de armas y en la capital Oviedo, destruyen casi mil edificios. Las tropas decomisan cientos de miles de fusiles y pistolas e intentan pactar con los mineros, pero estos vuelan la Catedral medieval. Saldo, dos mil muertos y 30.000 presos.
Manuel Azaña, bárbaro ilustrado y de corbata, mientras organiza el Frente Popular para las elecciones de febrero de 1936, declara que “todos los conventos de España no valen la vida de un republicano”. Y Largo Caballero que “si las derechas no se dejan vencer en las urnas… nos veremos obligados a ir a la guerra civil”. Violencia de calle contra los conservadores, Azaña gana por nariz las, 4.570.000 contra 4.356.000, y avanza la sovietización de un país partido por la mitad.
Julio 1936
Convierten conventos y monasterios en chekas, cárceles secretas de los revolucionarios. Anarquistas, socialistas, estalinistas, cada uno tiene las suyas. Asesinados los derechistas Calvo Sotelo y el virulento José Antonio Primo de Rivera, más tarde Santiago Carrillo fusilará 4000 presos madrileños. Y aparece la sublevación militar. En tres años los republicanos liquidan más de 7000 obispos, sacerdotes, seminaristas y monjas. Hay ciclos virtuosos en la vida de los países.
En ellos confluyen generaciones brillantes en la política, el pensamiento, el arte y la cultura, que dan rumbos creadores a sus naciones. Así ocurrió en la independencia de EEUU, la Ilustración francesa, el Renacimiento, el siglo de Pericles. Pero con menos suerte, en otros, en vez de liderazgos, surgen pandillas. Precedidos por Pablo Iglesias, un ideólogo nefasto (¡cuando no!) muerto antes, Largo Caballero, Manuel Azaña, J.A Primo de Rivera, Calvo Sotelo, la Pasionaria, crean el horror que traerá 40 años de dictadura.
Energúmenos, mediocres, fundamentalistas, su absoluta incapacidad para dirigir una vida política decente rompe sus naciones. No pueden convivir porque planean dominar la sociedad, y hacen surgir dragones reaccionarios que imponen orden y silencio. Roosevelt y Churchill después de la guerra mundial, decidieron sostener a Franco ante el peligro de que regresaran los “pasionarios”.
19-07-20
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