Por Nelson Chitty La
Roche
“Contar con una
estrategia significa tener la capacidad para observar el mundo y analizarlo a
corto plazo y la habilidad para prever las consecuencias a largo plazo y, lo
más importante, para identificar las causas más que los síntomas, para ver el
bosque en su totalidad y no solo los árboles”. Lawrence Freedman
Hay un reproche y una
demanda que se presenta en cada sentir que adelantamos unos y otros. La
desunión, como constatación, y la indispensable construcción de la unidad son
concluyentes que van acotados como una denuncia y un desiderátum impajaritable
al discurso de los pocos que, osados, se atreven a enunciar pareceres, y al
hacerlo yo, nuevamente, comenzaré precisamente por ese comienzo.
Hablar de unidad no es
de unanimidad y tal aserto no es precisamente una perogrullada; al contrario,
da pie a otra afirmación básica y de utilidad para comprender el “holos”
unitario; es la unidad una forma de consenso que a su vez contiene otra
aserción capital, el acuerdo explícito, supera al desacuerdo implícito y
eventualmente al expresado también.
Actuar unidos en un
determinado frente de acción social no significa que seamos o nos demos por
equivalentes, ni que pensemos de la misma manera, ni que seamos coincidentes en
otros espacios de natural y deferida empatía. Traduce una decisión de compartir
y sostener, como una y de todos, la voluntad orgánica y funcional societaria,
una disposición del colectivo que asumimos los que lo integramos.
No dejamos pues, al
estar unidos, de ser lo que somos individualmente y pensar cada uno como lo
hace, sino que, en un área de nuestra coincidencia vital y existencial, nos
permitimos una articulación comunitaria que, desde luego, nos trasciende y
dimensiona en otra categoría.
Por otra parte, es sano
recordar que en el Estado, que por cierto Esmein definió como “la
representación jurídica de la nación soberana”, jugamos un rol impretermitible
que nos reúne como titulares de la soberanía nacional, integrándonos así en una
entidad política en la que deliberamos y decidimos sobre la gestión de la cosa
pública y la elección de nuestros representantes, que a la postre son una
manera de nosotros mismos, una forma, un instrumento de nuestro desempeño a
través de la figura del mandatario que escogemos para la tarea.
Claro que estoy describiendo
el modelo democrático y representativo, pero, en líneas generales, es el
arquetipo en el cual vivimos, en esta parte del mundo desde hace décadas y que
pensamos es el que más nos ofrece libertades y derechos de doble naturaleza,
como seres humanos y como ciudadanos.
Es oportuno, no
obstante, asentar que las formas de gobierno se piensan de una manera y
frecuentemente se desnaturalizan y Aristóteles y Polibio, entre otros más, nos
enseñaron de esa frecuente y perniciosa dinámica en la que irrumpen las tiranías
desde las monarquías, las oligarquías comenzando en la aristocracia y la
oclocracia a partir de la democracias, por solo referirme al número de los
gobernantes y las conductas que desarrollaran como actores en el teatro del
mando.
En nuestra Venezuela
contemporánea, conocemos un proceso abyecto que lo trajo en sus mochilas, la
antipolítica, la demagogia y el populismo militarizado, impregnado además de
una propuesta ideológica redentora que sedujo y luego se demonizó alienando al
otrora noble y bravo pueblo.
Una sistemática
destrucción de valores, principios, creencias, e instituciones siguió a la
llegada al poder del difunto que luego de morir dejó a sus espalderos
continuando la faena, entre resentimientos, bajo psiquismo, adulteración,
empobrecimiento, ruindad y corrupción, desconstitucionalización,
desinstitucionalización, desrepublicanización, enajenación, pudrición del
mandatario y en alguna medida también, de su mandante.
Pero basta de historia,
nos dijo Oppenheimer para referirse a ese culto a lo que fue y exitoso con
Bolívar y las proezas de los próceres, tan propio de los latinoamericanos y
detengámonos en una perspicaz evaluación sobre dónde estamos ahora, que me temo
también es historia y lo que nos toca a nosotros hacer para nosotros mismos.
Los que gobiernan son
los mismos que destruyeron y que permanecen por la fuerza de un lado y del
otro, porque no supimos ni pudimos apartarlos de allí de ningún modo. Degeneró
la experiencia de un cambio revolucionario que como un obsequio se le presentó
al país que tenía un sistema político, económico, social, institucional,
constitucional y legal paradigmático en el continente, aunque no perfecto
porque, recordando a Rousseau, no somos dioses sino hombres y desde luego
imperfectos.
Acá estamos entonces,
siguiendo el curso de una hecatombe y lo peor, sin criterio consciente para
encararla y menos aún, superarla como pueblo. Padeciéndolos e interrogándonos
sobre el movimiento que, como nación debemos decidir y proponernos realizar.
Pasar definitivamente ese
bache histórico que se ha entronizado es entonces el objetivo al que conduce el
reconocimiento racional del asunto y hacerlo tan pronto podamos nos sugiere el
análisis de la situación, visto el deterioro social, la anemia económica y la
hipoxia de nuestras libertades. “Si Maduro y lo que él representa sigue,
Venezuela muere”.
Para cumplir con la
tarea, hay que llegar a una estrategia que nos permita, realmente, reunir la
potencia y en la coyuntura disponer los recursos indispensables para
desenclavar al régimen que se sostiene por las armas y la represión, además de
maniobrar desde la legalidad formal para simular legitimidad.
Vale decir, es un
usurpador que pretende convencer de que no lo es y para ello invoca
eventualmente mecanismos constitucionales de consulta al cuerpo político. Se
coloca entonces en ocasiones la máscara democrática, pero deja al aire su
talante falaz y fariseo.
Elegir la Asamblea
Nacional se corresponde con la letra escrita de una carta magna, regularmente
desconocida y sistemáticamente desviada, retorcida, tergiversada. Sin pudicia
alguna se fraguan unos comicios a la medida del interés arriba mencionado.
¡Para parecer que no para ser!
Pero también hay que
ponderar que la abstención no es una respuesta efectiva sino para el momento y
si bien supone un rechazo con impronta moral, falla una oportunidad de
contrastar y al hacerlo, de restañar el concepto mismo de oposición, diluido en
las luchas laterales internas, en la solución de la inconforme, pero material
resignación y en la espera de un aleas que altere repentino el presente.
¿Qué hacer? Sería
demasiado sencillo pensar que participar o no hacerlo despeja las incógnitas
contenidas en la inevitable colisión de intereses, entre la propuesta de
continuidad y la necesidad de cambio. No obstante, sin mucho espacio para más,
propongo una perspectiva de análisis que creo será una contribución a la
consideración de la problemática y hasta una base para la asunción de una
estrategia. Paso a explicarme.
Iniciaré, sin novedad,
evocando que perdieron los continuistas, el chavismo, madurismo, militarismo,
castrismo, a pesar de tenerlo todo a su favor, aparato y normativa al menos en
dos ocasiones. El 2 de diciembre de 2007 y el 6 de diciembre de 2015. Debieron
reconocer que fueron derrotados, aunque también sabemos que no se ciñeron al
significado de esas consultas populares sino que conspiraron y falsearon la
soberanía que los derrotó. Chávez y Maduro, cual bolcheviques, irrespetaron el
dictamen de la mayoría, pero perdieron el aura de invencibles y de legítimos
ante el país y ante el mundo.
La incuestionable
debilidad que tienen en el escenario internacional y que les pesa
inobjetablemente se consiguió con esos frutos, recogidos ambos en la
recolección de una unidad que los venció y si bien no los separó del poder,
ello se debió a errores de la clase dirigente opositora por una parte y por la
otra, al carácter antidemocrático de los actores continuistas.
22 años después de la
llegada al poder del difunto y su pandilla, confirmamos que no pudo el país que
no los respalda –por el contrario, los rechaza– hacer valer su mayoría
evidenciada en cada sondeo de opinión, con los venezolanos que quedan adentro y
ni hablar de los que salieron por culpa del desastre que constituyen
gravosamente.
La próxima elección
parlamentaria está tan cuestionada como la de 2015 si se quiere, pero no puede
obviársela. Tendrá lugar y debe ponderársele en consecuencia. Algunos piensan y
ya lo dijimos que no ir es lo conveniente y se les comprende pero no es justo
llamar colaboracionistas a los que piensan diferente.
La unidad fue capaz de
ganar cuando se logró y sin embargo, el instrumento electoral fue demolido,
desde sus entrañas y desde sus alrededores inexplicablemente. La MUD, que
sirvió para aquel esfuerzo esperanzador, yace como un recuerdo de lo que puede
hacerse. Se oye decir en el cuchicheo popular y como una sabia sentencia
aquello de, “Nadie sabe lo que vale lo que tiene hasta que lo pierde.”
Pero la unidad puede
reconstituirse. Puede y debe, digo yo. En torno al menos a tres presupuestos.
“Ab initio”, admitiendo que lo bueno que tenemos para enfrentar el continuismo
lo trajo siempre esa unidad. Seguidamente, porque no hay razones serias para
esperar nada distinto a nosotros para resolver y domeñar la coyuntura que nosotros
mismos y, con la vía electoral como mecanismo para paulatinamente sobreponernos
y persuadir.
Urge ciudadanizar el
asunto y sacarlo de una suerte de trampa que se trama entre oligarquías de
distinto signo y origen, en las que se convierten y se han convertido los
actores políticos de los últimas dos décadas.
Una Plataforma Nacional
Unitaria Democrática, PNUD, a su vez articulada al menos en tres fundamentos.
“In limine”, disponer que la sociedad civil, hoy venida a menos y enervada,
inicie su depuración y reaccionando sea la base de la postulación. Igualmente,
estructurando complementariamente una propuesta de alianza perfecta con
aquellas organizaciones dispuestas a concurrir, con auténtico compromiso
patriótico y reuniendo en el proceso de integración de las candidaturas a
probados ciudadanos para, junto con la sociedad civil, componer una atractiva
opción a ofrecérsele al país.
No reclamo como nuevo
el argumento ni remotamente, pero agrego que podemos pensar seriamente con la
PNUD, aunque nos disguste la distancia temporal, que si empezamos desde ahora
podemos revocar a Maduro en la oportunidad constitucional pendiente. Tan ético
es pensar y participar que no hacerlo para un ciudadano que sabe que de él
depende lo que está pasando y lo que puede pasar después.
Ni la unidad es un acto
de magia ni las victorias suelen serlo. Humildes, resistentes, perseverantes y
consistentes podemos hacerlo, pero… ¡hay que empezar ya!
24-07-20
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