Marino J. González R.
Al día de hoy, la
característica más resaltante en la mayor parte de los países de América
Latina, es la ausencia de control de la pandemia por covid-19. En los últimos
siete días, nueve países de la región (Argentina, Bolivia, Colombia, Costa
Rica, República Dominicana, Guatemala, México, Panamá, y Venezuela) han
registrado el número máximo de casos diarios.
Esto significa que se
deben esperar tres semanas para saber si han alcanzado el control, esto es, en
el mes de agosto (sexto mes de pandemia). Si a este grupo agregamos los países
que han registrado el número máximo de casos en los últimos 21 días, tendríamos
tres adicionales: El Salvador, Honduras, y Paraguay. Los únicos países con
franco control en la región son Uruguay y Cuba.
Las dimensiones del
descontrol de la pandemia se pueden estimar si comparamos la evolución en otros
países. En Corea del Sur, por ejemplo, transcurrieron 73 días entre el primer
caso y el control, es decir, cuando se alcanzó el 10% de los casos del día con
la mayor cantidad. En España se requirieron 99 días.
Por el contrario, en
muchos países de América Latina el número de días desde el primer caso ya
supera los 150, y no se ha alcanzado el control. Brasil, país en el cual se
registró el primer caso en la región, tiene 169 días de pandemia sin control.
Si bien es cierto que
en los países que lograron el control en Asia y Europa, se han presentado
nuevos brotes, estos se han manifestado después de un período en el cual se
reportaron pocos casos. Esta situación permitió que se redujera la
sobre-demanda de los servicios de salud, y se pudieran realizar los ajustes
logísticos y de rutinas en preparación para la aparición de nuevos casos.
En la gran mayoría de
los países de la región, la presión sobre los servicios no solo no ha
disminuido, sino que en estos momentos se encuentra en la fase más crítica. El
personal de salud ha debido enfrentar exigencias extraordinarias para
garantizar la atención de los pacientes. Muchas veces en situaciones de alta
desprotección para evitar las infecciones, con lo cual se han producido
contagios y fallecimientos. Dada la especial gravedad de la pandemia en estas
semanas, es de suponer que la desprotección también se encuentra en un
punto muy alto.
La segunda implicación
del descontrol es el efecto en la atención del resto de los servicios de salud.
Esto afecta tanto a los pacientes con enfermedades transmisibles como aquellos
con enfermedades crónicas. El diferimiento de consultas para diagnóstico y
tratamiento es muy frecuente. Si a ello se suma que se han debido utilizar recursos
para enfrentar la pandemia, antes asignados a otras áreas, es lógico esperar
que este año disminuya la inversión neta, expresada en paralización de la
creación de nuevos cargos, diferimientos en la construcción y dotación de
servicios, entre otros aspectos. La asignación general de recursos,
especialmente los de inversión, debe estar muy afectada en los sistemas de
salud de la región.
Los impactos en la
economía conforman la tercera implicación de la ausencia de control. En la
práctica, las economías llevan seis meses de parálisis. De allí que la caída de
crecimiento adquiere niveles nunca experimentados en muchos países de América
Latina. El efecto de esta reducción de crecimiento se trasladará al próximo
año, y afectará a toda la inversión pública, y en particular la relacionada con
los servicios de salud.
Entonces se
experimentan dos situaciones de shock para la gestión de los servicios. El
primero, en curso, está asociado con los recursos previstos para este año. El
segundo shock es de mediano plazo, y se extenderá hasta que cese la pandemia.
Desde esta perspectiva, los efectos en la disminución de la protección
financiera y en la cobertura de servicios serán altamente significativos.
La cuarta implicación
se relaciona con las opciones de políticas disponibles. Todos los países de la
región que no han controlado la pandemia, tienen en vigor políticas más
rigurosas que las ejecutadas por Uruguay en la fase más crítica. Esto significa
que, en algunos casos, por ejemplo, Guatemala y Honduras, no es posible
aumentar la rigurosidad.
Si esos países no
tienen control, y ya han llegado al tope de la rigurosidad, significa
probablemente que las medidas no están funcionando desde hace varias semanas.
Parece entonces que se ha perdido la capacidad de relacionar intensidad de las
medidas con el impacto en el control de la pandemia.
En consecuencia, el
deterioro de la capacidad para diseñar políticas también aumentará. Esta
situación también afecta a los países que, sin tener altos niveles de
rigurosidad, también tienen restricciones para aumentarla (por ejemplo,
Colombia, Chile, y Perú),
Las implicaciones
anteriores tienen un denominador común: el desgaste de la institucionalidad de
las políticas públicas. Tal pareciera que la región está entrando en una etapa
en la cual la pandemia afecta todas las áreas de políticas, hasta el punto que
se ha convertido en el centro de la toma de decisiones.
Cada día son más
evidentes los signos de la debacle social, económica e institucional que se
están ocasionando. Lamentablemente, enfrentar ese deterioro requiere
capacidades institucionales que la región no tiene desarrolladas. La pandemia
ha puesto todas estas limitaciones en gran relieve.
15-07-20
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