Francisco Fernández-Carvajal 28 de julio de
2020
@hablarcondios
— Confianza
y amor al Maestro.
— La
Humanidad Santísima de Jesús.
— La
amistad con el Señor nos hace fácil el camino.
I. La
festividad de Santa Marta nos permite entrar una vez más en el hogar de
Betania, bendecido tantas veces por la presencia de Jesús. Allí, en la familia
formada por aquellos hermanos, Marta, María y Lázaro, el Señor encontraba
cariño, y también descanso para su cuerpo fatigado por recorridos interminables
por aldeas y ciudades. Jesús buscaba refugio entre sus amigos, especialmente
cuando en los últimos días tropezaba más frecuentemente con la incomprensión y
el desprecio, por parte principalmente de los fariseos. Los sentimientos del
Maestro hacia los hermanos de Betania vienen expresados por San Juan en su
Evangelio: Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro1. ¡Eran amigos!
El Evangelio de la Misa2 nos relata la llegada de Jesús al hogar de esta
familia, cuando hacía cuatro días que Lázaro había muerto. Poco tiempo antes,
cuando ya Lázaro estaba muy grave, las hermanas enviaron al Maestro este recado
lleno de confianza: Señor, mira, aquel a quien amas está enfermo3. Y Jesús, que se encontraba en Galilea, a varias
jornadas de camino, cuando oyó que estaba enfermo, se quedó aún dos
días en el mismo lugar. Después, pasados estos, dijo a sus discípulos: Vamos
otra vez a Judea4. Cuando llegó a Betania, Lázaro llevaba ya cuatro días
sepultado.
Marta, siempre atenta y activa, probablemente antes de
que Jesús llegara a la casa se enteró de que se aproximaba, y salió enseguida a
recibirlo. Y a pesar de que, aparentemente, el Señor no había acudido a la
llamada, su confianza y su amor no han disminuido. Señor le
dice Marta, si hubieses estado aquí, no habría muerto mi hermano...5. Le reprocha con suma delicadeza no haber llegado antes.
Marta esperaba la curación de su hermano cuando estaba todavía enfermo. Y
Jesús, con un gesto amable, quizá con una sonrisa en los labios, la
sorprende: Tu hermano resucitará6. Marta acoge estas palabras como un consuelo y piensa en
la resurrección definitiva, y contesta: Ya sé que resucitará en la
resurrección, en el último día7. Estas palabras provocan una portentosa declaración de
Jesús acerca de su divinidad: Yo soy la Resurrección y la Vida, el que
cree en Mí, aunque hubiera muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí no
morirá para siempre8. Y le pregunta: ¿Crees tú esto? ¿Quién
podría sustraerse a la autoridad soberana de esta declaración? ¡Yo soy
la Resurrección y la Vida! ¡Yo...! ¡Yo soy la razón de ser de todo
cuanto existe! Jesús es la Vida, no solo la que empieza en el más allá, sino
también la vida sobrenatural que la gracia opera en el alma del hombre que
todavía se encuentra en camino. Son palabras extraordinarias que nos llenan de
seguridad, que nos acercan cada vez más a Cristo, y que nos llevan a hacer
nuestra la respuesta de Marta: Yo he creído que Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios, que has venido a este mundo9. El Señor, momentos después, resucitará a Lázaro.
Admiramos en Marta su fe, y querríamos imitarla en su
amistad confiada con el Maestro. «¿Has visto con qué cariño, con qué confianza
trataban sus amigos a Cristo? Con toda naturalidad le echan en cara las
hermanas de Lázaro su ausencia: ¡te hemos avisado! ¡Si Tú hubieras estado
aquí!...
»-Confíale despacio: enséñame a tratarte con aquel amor
de amistad de Marta, de María y de Lázaro; como te trataban también los
primeros Doce, aunque al principio te seguían quizá por motivos no muy sobrenaturales»10.
II. Un
tiempo después, estando ya cercana la Pascua, Jesús visitó de nuevo a estos
amigos: fue a Betania donde vivía Lázaro, al que Jesús resucitó de
entre los muertos. Allí le prepararon una cena. Marta servía y Lázaro era uno
de los que estaban a la mesa con Él11.
Marta servía... ¡Con
qué amor agradecido lo haría! Allí, en su casa, estaba el Mesías, allí estaba
Dios necesitado de sus atenciones. Y ella podía servirle. Dios se ha hecho
Hombre para estar muy cerca de nuestras necesidades, para que aprendamos a
amarle a través de su Humanidad Santísima, para que podamos ser sus amigos
entrañables. No podemos dejar de considerar una y otra vez que el mismo Jesús
de Nazareth, de Cafarnaún, de Betania, es el mismo que nos espera en el
Sagrario más próximo, «necesitado» de nuestras atenciones. «Es verdad que a
nuestro Sagrario le llamo siempre Betania... Hazte amigo de los amigos del
Maestro: Lázaro, Marta, María. Y después ya no me preguntarás por qué llamo
Betania a nuestro Sagrario»12. Allí está Él. No podemos pasar indiferentes, no debemos
dejar de visitarle cada día..., y permanecer en su compañía esos minutos de
acción de gracias, después de la Comunión, sin prisas, sin inquietud. Nada hay
más importante.
Enseña Santo Tomás que no hubo otro modo más conveniente
para redimir a los hombres que el de su Encarnación13. Y aduce estas razones: en cuanto a la fe, porque se
hacía más fácil creer, ya que Dios mismo era el que hablaba; en cuanto a la
esperanza, por la prueba tan grande de su voluntad salvífica que esto
representaba; en cuanto a la caridad, porque nadie tiene amor más
grande que aquel que da la vida por sus amigos14; en cuanto a las obras, porque el mismo Dios nos iba a
servir de modelo: asumiendo nuestra carne nos mostraba la importancia de la
criatura humana, con su humillación curaba nuestra soberbia...
En la Humanidad Santísima de Jesús toma forma humana el
amor que Dios nos tiene, abriéndose así un plano inclinado que nos lleva
suavemente a Dios Padre. Por eso, la vida cristiana consiste en querer a
Cristo, en imitarle, en seguirle de cerca, atraídos por su vida. La
santificación no tiene su centro en la lucha contra el pecado, no es algo
negativo; está centrada en Jesucristo, objeto de nuestro amor: no se trata solo
de evitar el mal, sino de amar al Maestro y de imitarle a Él, que pasó
haciendo el bien...15. La vida cristiana es profundamente humana: el corazón
tiene un importante lugar en la obra de nuestra santidad porque Dios se ha
puesto a su alcance. Y cuando se descuida la vida de piedad, la amistad
personal con el Maestro, dejando que el corazón ande desparramado en las
criaturas, la fuerza de la voluntad no basta para ir hacia adelante en el
camino de la santidad. Por eso, hemos de esforzarnos en verle siempre cercano a
nuestra vida, y servirnos de la imaginación para representarnos a Cristo vivo:
el que nació en Belén, trabajó en Nazareth, tuvo amigos durante su vida mortal
a los que apreciaba de verdad y a quienes acudió muchas veces porque su
compañía lo confortaba.
Aprendamos de los amigos de Jesús a tratarle con inmenso
respeto, porque es Dios, y con gran confianza, por ser el Amigo de siempre, que
busca continuamente nuestro trato.
III. En otra
ocasión, Jesús y sus discípulos se detuvieron en casa de estos amigos de
Betania, antes de llegar a Jerusalén. Las dos hermanas se dispusieron a
preparar todo lo necesario para dar hospitalidad al Maestro y al grupo de los
que le acompañaban. Pero María, quizá al poco tiempo de llegar Jesús, se sentó
a sus pies, y escuchaba su palabra16, y Marta quedó sola en el trabajo de la casa. María se
despreocupa de lo mucho que aún falta por disponer y se entrega por completo a
escuchar al Maestro. «La familiaridad con que se instala a sus pies, el hábito
que tiene de escucharle, el hambre de oír sus palabras, demuestran que no es
este un primer encuentro, sino que hay una verdadera intimidad»17. Marta no es ciertamente indiferente a las palabras de
Jesús; ella también atiende, pero está más ocupada en las tareas domésticas.
Sin darse cuenta, Jesús ha pasado a un segundo plano: la absorbe aquello mismo
que ha de disponer para atenderle bien. Y se inquieta al sentirse sola, con más
trabajo quizá del que puede realizar. Mientras, contempla a su hermana a los
pies de Jesús. Quizá un tanto desasosegada, y con gran confianza, se puso
delante de Jesús, precisa San Lucas, y le dijo: Señor, ¿no te importa
nada que mi hermana me deje sola en el trabajo de la casa? Dile, pues, que me
ayude18. ¡Qué confianza tan grande tiene con el Maestro!: Dile
que me ayude...
Jesús le responde en el mismo tono familiar, como parece
indicar la misma repetición del nombre: Marta, Marta le
dice, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. En verdad una
sola cosa es necesaria19. María, que con toda seguridad tendría que haber estado
ayudando a su hermana, no ha olvidado con todo lo esencial, lo verdaderamente
necesario: tener a Cristo como centro de su atención y de su vida. No alaba el
Señor toda su actitud, sino lo principal: su amor.
Ni siquiera las cosas que se refieren al Señor nos
deben hacer olvidar al Señor de las cosas. Nunca olvidaría Marta
esta amable reconvención de Jesús. A pesar de lo indispensable que era su
trabajo, mayor aún era el esmero que debía tener por no dejar a Jesús en
segundo plano.
Ni siquiera en las tareas que se refieren directamente al
Señor debemos olvidar nosotros que lo principal, lo necesario, es
su Persona. También en nuestra vida ordinaria debemos tener presente que
asuntos que parecen primordiales, como es el trabajo, tampoco se han de
anteponer a la familia misma; de poco servirían otras ayudas mejoras
económicas, relaciones sociales... si la misma vida familiar se fuera
deteriorando por quedar en segundo plano, excepto en casos excepcionales que
pueden llevar a que, por ejemplo, sea necesario que el cabeza de familia
trabaje en un lugar distante de donde reside el resto de la familia
(emigrantes, marinos...). Si un padre o una madre de familia gana más dinero,
pero descuida el trato con los hijos, ¿de qué servirá?
Santa Marta, que goza en el Cielo para siempre de la
presencia inefable de Cristo, nos alcanzará la gracia de apreciar más la
amistad con el Maestro; nos enseñará a cuidar con diligencia de las cosas del
Señor, sin olvidar al Señor de las cosas; ella intercederá ante Jesús para que
nosotros aprendamos a no posponer tampoco la familia a esos logros buenos que
queremos alcanzar en favor de la familia misma.
1 Jn 11, 5. —
2 Jn 11, 17-27. —
3 Jn 11, 3. —
4 Jn 11, 67. —
5 Jn 11, 21. —
6 Jn 11, 23. —
7 Jn 11, 24. —
8 Jn 11, 25. —
9 Jn 11, 27. —
10 San Josemaría Escrivá, Forja,
n. 495. —
11 Jn 12, 1-2. —
12 San Josemaría Escrivá. Camino,
n. 322. —
13 Cfr. Santo Tomás, Suma
Teológica. 3, q. I. a. 2. —
14 Jn 15, 13. —
15 Hech 10, 38. —
16 Lc 10, 39. —
17 M. J. Indart, Jesús en su
mundo, p. 36. —
18 Lc 10, 40. —
19 Lc 10, 41-42.
*Santa Marta vivía en Betania, cerca de Jerusalén, con
sus hermanos María y Lázaro. En la última etapa de la vida pública, Jesús se
hospedó con frecuencia en su casa. Fuertes lazos de amistad unían a aquellos
hermanos con Jesús.
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