Tulio Hernández 21 de julio de 2020
Para
los venezolanos de la resistencia democrática, el dilema hamletiano de “ser o
no ser” no se resume en votar –o no hacerlo– en las elecciones legislativas
ofrecidas por el régimen para el cercano diciembre. Porque participar o no en
el acto electoral convocado por el CNE de Maduro es, para decirlo con otro lugar
común, solo la punta del iceberg. Lo urgente, no lo decisivo. Lo evidente, no
lo esencial.
Ahora,
en el año 2020, vigésimo primero del continuismo chavista y sexto de la
dictadura Maduro, sabemos que los rojos –como Enver Hoxha en Albania en su
momento, o como el castrismo en Cuba, todavía hoy–, están dispuestos a todo,
incluso a la represión más feroz, al aislamiento mundial y el empobrecimiento
colectivo acelerado, con tal de preservar por las armas el poder que por los
votos ya perdieron. Hay que ser ingenuos, u onanistas, para no verlo.
Ya
no hay engaño posible. Las cartas de los rojos fueron puestas sobre la mesa sin
pudor alguno: la Asamblea Nacional legítimamente electa fue allanada en sus
competencias; los setecientos presos políticos inventariados por el Foro Penal
están allí, arrumados, en infames calabozos, condenados al olvido; los miles de
exiliados que huyeron de la persecución política aguardan en el extranjero por
una amnistía que nunca llega; los partidos políticos más importante han sido
intervenidos vía terrorismo judicial de Estado; el 17 por ciento de los
venezolanos han quedado convertidos en parias que se dispersan como hormigas
desconcertadas por los cinco continentes; los medios de comunicación
independientes están casi extinguidos: una sola voz, monocorde, se escucha en
todo el territorio nacional; los informes Bachelet sobre violación de derechos
humanos señalan a Maduro, El Carnicero, con un dedo acusador del tamaño del
Everest; y, como corolario, el no reconocimiento al régimen por parte de la
comunidad democrática internacional unifica en un solo bloque a ya sesenta
países a los que se le han unido recientemente Bolivia y República Dominicana.
Ante
ese panorama sombrío, ahora que todas las puertas se han cerrado; que ya agotamos
todos los recursos pacíficos y democráticos imaginables para liberarnos de la
tiranía; que disciplinada y constitucionalmente fuimos a elecciones y
referendos, y cuando los ganamos nos los arrebataron; que protestamos por
millones pacíficamente en las calles por años y décadas sin otra respuestas que
las bombas lacrimógenas y los balazos; que lo hicimos también de manera
violenta intentando una rebelión popular que solo dejó muertos y heridos de
nuestro lado, porque nosotros teníamos piedras y ellos tanques de guerra; que
decenas de uniformados disidentes hoy están en el cementerio o en la cárcel
luego de haber intentado varias asonadas militares que fueron infiltradas por
delatores entrenados por el G2 cubano; que los marines que algunos ilusos esperaron
con ansia nunca llegaron a llevarse a los narcos locales como años atrás se
llevaron a Manuel Antonio Noriega de Panamá; entonces, ahora que Venezuela es
una nación posapocalíptica porque ya nada peor puede venir, nos queda un solo y
único dilema: ¿seguimos resistiendo o aceptamos resignados el fin de la
democracia, el reino del estatismo junto al secuestro militar, y entramos en un
régimen de colaboración como la Francia de Vichy, el nombre con el que
informalmente se conoce el instaurado por el mariscal Philippe Pétain en apoyo
al ejército de ocupación nazifascista en medio de la Segunda Guerra Mundial?
Si
optamos por el segundo camino, si la mayoría de la población opositora, que es
la mayoría del país, quiere el régimen de colaboración, no hay nada que
debatir. Vamos a elecciones, no importan las condiciones en las que hayan sido
convocadas; se negocia un mínimo de arreglo entre los bandos; se hacen los
ajustes de poder necesarios para la nueva convivencia; se logran algunos cargos
gubernamentales para los dirigentes opositores que creen que eso es una
transición, también la libertad de algunos presos políticos y se le pide al
Grupo de Lima, a los Estados Unidos y Canadá, y a la Unión Europea que
reconozcan el gobierno de Maduro y a la nueva Asamblea Nacional que resulte
electa en diciembre. Y ya.
Pero
si la mayoría de la población sigue creyendo que es indispensable recuperar la
democracia y el país; que sin la salida de los militares narcos y los civiles
de ultraizquierda del poder –y si no sacamos la mano en el pastel de los
cubanos, los rusos, los chinos, los iraníes, Hezbolá, el ELN y las disidencias
de las FARC–, no hay posibilidad de salir de la situación de Emergencia
Humanitaria Compleja en la que nos encontramos sumidos, entonces la opción es
mantener la resistencia, ¡no podemos ir a ciegas a las elecciones!.
Si
la opción es resistir e insistir en un cambio de régimen –no en cualquier
transición, no solo en un maquillaje–, entonces tendríamos que debatir entre
“opositores electoralistas” –los que votarán no importa como se convoquen las
lecciones– y “constitucionalistas” –los que solo aceptan elecciones libres–
alrededor de una sola pregunta: ¿A quién beneficia más ir a elecciones en la
condiciones actuales?
¿A
las filas del gobierno que–independientemente de los resultados– con una
Asamblea en teoría legítimamente electa encontrarían una justificación para
intentar recuperar el reconocimiento internacional y, en consecuencia, el oro
depositado en Londres, los activos de Citgo, Monómeros y otras empresas, así
como la apertura de embajadas y consulados en todos los países donde los
perdió, sin poner en riesgo su continuidad en el poder?
¿O,
en caso de que ganara la mayoría de la AN, y su funcionamiento fuese
efectivamente reconocido por el general Padrino y las Fuerzas Armadas
Nacionales, a las filas de la oposición que con la legalidad de su lado podrían
convocar a elecciones presidenciales libres y así salir del gobierno de facto?
O,
en cambio, tendría razón la oposición reunida en el G4, reconocida como
gobierno legítimo por el Grupo de Lima, la Unión Europea y la OEA, al
considerar que en las condiciones en que han sido convocadas la elecciones no
hay ninguna garantía para iniciar la transición y es preferible resistir e
insistir por la vía de la asfixia internacional hasta que el régimen
militarista pierda todo el oxígeno.
Sobre
este acertijo y la alternativa más realista para resolverlo hablaré el próximo
domingo.
Tulio
Hernández
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