Joaquín Villalobos 24 de julio de 2020
El libro 'La invasión
consentida' detalla con objetividad y abundante evidencia cómo ocurrió la
ocupación cubana del país sudamericano
Al
leer libros, ensayos o artículos escritos por venezolanos sobre la situación de
su país durante el régimen chavista, se percibe la frustración o la rabia de
quienes escriben. Con el libro La invasión consentida, la experiencia es a la
inversa. Usa pocos adjetivos y detalla con objetividad y abundante evidencia
cómo ocurrió la ocupación cubana de Venezuela. Son los lectores quienes, al
avanzar en el texto, pasan de la indignación a la rabia y son estos quienes
terminan poniendo los adjetivos que ameritan la tremenda perversidad del
régimen cubano y la extrema estupidez del régimen chavista.
El
libro, firmado con el seudónimo de Diego G. Maldonado para proteger a los
autores, arranca como novela con la confesión de amor de Hugo Chávez cuando
afirmó que estaba feliz porque Fidel lo había hecho su hijo y declaró: “por Cuba
estamos dispuestos a morir”. El texto prueba cómo con el paso del tiempo está
frase se convirtió en una premonición, porque ahora efectivamente Venezuela
está muriendo por Cuba.
Son
muchos los hechos irónicos, paradójicos, trágicos e increíbles que el libro
detalla. El 15 de diciembre de 2000, Vladimir Putin visitó la Habana y Fidel
Castro no lo recibió en el aeropuerto porque estaba en un almuerzo con
Guaicaipuro Lameda, presidente de la empresa de Petróleos de Venezuela (PDVSA).
Este detalle habla por sí mismo para quienes piensan que en Venezuela
predominan intereses de Rusia, Irán, China o Turquía. Estos países quieren
fastidiar a Estados Unidos, pero solamente el régimen cubano se juega la vida
en Venezuela.
El
libro cuenta del puente aéreo nocturno y secreto, ingeniado por Fidel y
celebrado por Chávez, mediante el cual se inició la llegada masiva a Caracas de
decenas de miles de médicos, enfermeros, entrenadores deportivos, profesores,
académicos universitarios, instructores políticos, ingenieros, constructores,
informáticos, militares, policías, oficiales de inteligencia, asesores
culturales, choferes, arquitectos, conductores de tractores, alfabetizadores,
técnicos en agricultura, petróleo y energía eléctrica y hasta expertos en
cultura venezolana graduados en cursos de dos semanas. En 2018, Julio César
García Rodríguez, jefe de las misiones cubanas, dijo que 219.321 de sus
compatriotas habían llegado a Venezuela.
El
libro deja claro que la primera tarea de los cubanos fue la ocupación para
establecer el control sobre el partido, el Gobierno, las Fuerzas Armadas y la
economía. Una vez la dominación fue un hecho, la extracción fue la tarea
fundamental. La investigación permite visualizar que lo que se presentó al
inicio como “solidaridad” terminó destapándose como un cínico y brutal saqueo.
El plan se compuso de 49 misiones, todas inventadas por Fidel de acuerdo con el
propio Chávez. Estas comenzaron con objetivos sociales para mejorar
electoralmente a Chávez, pero terminaron abarcando todo lo que necesitaba Cuba
para controlar y extraer. La misión “Identidad” comenzó entregando cédulas a
nuevos electores, pero continuó creciendo y ahora el régimen cubano tiene
“pleno acceso a los datos de todos los venezolanos y los extranjeros residentes
en el país, de todas las industrias, empresas y comercios…el Gobierno cubano
sabe dónde vive cada uno de los 30 millones de venezolanos, si cambian de
residencia, qué propiedades tienen, si se casan o se divorcian, qué transacciones
hacen y cuándo entran o salen del país”.
Cuba
envió a Venezuela, que posee la tercera represa más grande del mundo,
ingenieros asesores que nunca habían visto una represa en su vida. Venezuela
recibía expertos en agricultura de Cuba que importa el 70% de lo que consume.
Un profesor de música cubano cuenta que aprendió a tocar el cuatro para dar
clases a los venezolanos sobre el instrumento más popular del folklore
venezolano. El control sobre las Fuerzas Armadas comenzó con una promoción de
oficiales que se denominó “Fidel Castro”. Estos fueron invitados junto a sus
familias a la isla, sus diplomas fueron firmados por Castro y en Cuba fueron
seducidos por Fidel, Raúl y las capacidades de los militares cubanos. Desde
allí Fidel avanzó a reorganizar el despliegue territorial, organizar milicias,
entrenar oficiales, incorporar adoctrinamiento ideológico, cambiar la matriz
logística, introducir la preparación para guerra asimétrica, establecer redes
de inteligencia y contrainteligencia y asegurarse de purgar a quienes se
opusieran al control cubano sobre las Fuerzas Armadas. Por ello hay ahora más
de 200 oficiales venezolanos en prisión.
Nada
de esto fue gratis, los cubanos mantenían el discurso de solidaridad
socialista, pero cobraban como capitalistas. Además del subsidio petrolero que
llegó hasta los 100.000 barriles diarios, cada médico, cada supuesto experto
era pagado a Cuba en cifras que superaban los salarios de los profesionales
venezolanos; el trabajo de los ingenieros informáticos era cobrado por hora.
Cuba se asumió como una empresa de exportación de servicios profesionales que
obtenía decenas de miles de millones de dólares anuales. A esto se sumó algo
inaudito, en vez de realizar compras directas Venezuela usaba a Cuba como
intermediaria para que esta ganara comisiones o sobreprecios en la adquisición
de los equipos técnicos de los programas de “cooperación”.
Los
abusos fueron de tal magnitud que el Gobierno cubano vendió a Venezuela
centrales azucareras, que eran chatarra, en 95 millones de dólares, cuando
nuevas cuestan 50 millones. Este saqueo continuó sin ninguna compasión incluso
cuando los venezolanos empezaron a sufrir la más grave emergencia humanitaria
que haya existido en Latinoamérica, bastante más grave que el “periodo
especial” cubano. A finales de 2018 las reservas internacionales de Cuba eran
superiores a las Venezuela. Sin embargo, la isla le cobró deudas tomando como
pago el control total de la refinería de Cienfuegos. Pero a estas alturas, el
destino de ambos regímenes estaba amarrado, el 6 de junio de 2019 La Habana
declaró que “la Revolución bolivariana y chavista no era negociable”.
Este
nivel de ofrenda religiosa a Fidel y Cuba no tiene precedentes en
Latinoamérica. Chávez dijo en una ocasión: “Padre nuestro que estás en la
tierra, en el agua y en el aire, Fidel en esta inmensa latitud que te quiere”.
Delcy Rodríguez llamó a los cubanos “invasores del amor”. No recuerdo semejante
subordinación y pérdida de dignidad en la izquierda. Al contrario, recuerdo
algunas irreverencias. Una vez un miembro de la dirección del Frente
Sandinista, aburrido por lo mucho que hablaba Fidel, se acostó a dormir en el
piso, Castro no dijo nada y, para mí, contener la risa fue una hazaña. La
relación de los chavistas con Cuba es como la que tiene Kenneth Copeland, un
pastor evangélico norteamericano, que en medio de la pandemia exige a sus
feligreses seguir dando dinero a su Iglesia, aunque hayan perdido el empleo.
La
invasión consentida es una extraordinaria investigación periodística que cuenta
cómo un país rico se sometió voluntariamente a un país que el propio Castro
definía como “pobrecito”. Este texto sería de gran utilidad para las
cancillerías y presidencias de Latinoamérica y Europa que suelen sostener
posiciones ingenuas sobre Cuba. Hace 25 años, un profesor de la Universidad de
Oxford me dijo que la opción de Fidel Castro por la violencia tenía orígenes en
la cultura mafiosa que existía en Cuba en los cincuenta. En aquel momento me
pareció una afirmación exagerada, después de leer La invasión consentida
concluyo que el profesor tenía razón y que quizás se quedó corto.
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