Por Fernando Pereira
Los tiempos de
confinamiento obligatorio y prolongado que vivimos suponen retos importantes en
la formación de nuestros niños. Tendemos a pensar que los deberes relacionados
con lo escolar son el único aprendizaje que atañe a la infancia; pero ¿qué pasa
con su formación para la ciudadanía? ¿Se aprende a participar en casa?
El sacerdote y educador
peruano Alejandro Cussiánovich establece: “En general, la participación
cotidiana de los niños se presenta bajo la fórmula de la ayuda y la obediencia.
La verticalidad y el autoritarismo de los adultos no permiten una participación
activa y reconocida como un derecho. La cultura del grito y del palo no
deja prácticamente espacio para la participación. Quizá el ámbito familiar
sigue siendo el espacio más difícil para la participación activa de los menores
de edad, pues allí es “natural” que sean los adultos quienes mandan”.
Pensar que la situación
mejoraría planteando que los niños desconozcan la autoridad de sus padres o
sustituyan sus roles dentro de la familia, está originando un seria
descompensación que afecta a muchos grupos familiares generando múltiples
conflictos.
La participación de los
niños puede generar conflictos en las familias, especialmente cuando expresan
sus desacuerdos con la forma de actuar del padre, madre, abuela o el cómo se
toman las decisiones. Los conflictos entre familiares siempre estarán
presentes; porque somos, pensamos y sentimos de forma diferente. La edad,
situación emocional o creencias hacen que tengamos distintos puntos de vista
sobre una misma realidad.
Sabemos que los
involucrados en el conflicto se perciben a sí mismos como si tuvieran la razón.
Su punto de vista es el correcto, justo, y sienten que la otra parte es la que
está equivocada. El problema no es el conflicto, es cómo lo abordamos para
llegar a acuerdos.
Los conflictos en la
familia por la participación de niños, niñas y adolescentes se pueden generar
por puntos de vista diferentes sobre un mismo tema; por ejemplo: la disciplina.
Cómo asumir las normas de convivencia; uso del poder y la autoridad, y cómo se
ejerce la autoridad; inflexibilidad de las partes, con poca capacidad de
escucha y respeto por las diferencias. Pudiéramos decir que la familia es
el nido en el cual se aprende: quién ejerce la autoridad, qué tareas
corresponden a cada sexo, a los jóvenes, a los ancianos; qué códigos de
comunicación están permitidos ya sean verbales o gestuales, la expresión o no
de emociones y sentimientos.
Cada una de estas
formas básicas de interacción se aprenden y se incorporan dentro de la familia.
Así, la participación también encuentra en ella la posibilidad de promoverse o
reprimirse.
En la familia aprenden
a hablar, vestirse, obedecer o confrontar a los mayores, proteger a los más
pequeños, cooperar, participar de juegos individuales o colectivos respetando
los acuerdos, distinguir lo que está bien o está mal. En la familia
aprenden a participar, opinar, expresarse. Mientras mayores y mejores sean las
oportunidades y posibilidades, su participación estará más apegada a lo que
piensa siente, desea, necesita o sueña.
La participación en la
familia se realiza entre un conjunto de acuerdos de interacción que
son implícitos. Cada acuerdo crea un sistema de derechos y obligaciones. Son
pautas necesarias para proveer un contexto relativamente estable, predecible.
El niño o la niña sabe y siente que su grupo familiar tiene su sello propio,
marcado por sus creencias, estilos de vida, representaciones y se reconocen
como, por ejemplo, “nosotros los Pérez”.
El mejor regalo que
podemos hacer este Día del Niño es darles voz, devolverles la palabra
para que puedan contar su historia, reconocerse y sentirse parte importante de
su familia y comunidad. Proveer un ambiente familiar donde niños y
niñas vivan la experiencia de ser respetados, valorados y de poder participar
democráticamente será el mejor obsequio para inmunizarlos contra el atropello,
imposición de ideas o injusticia.
16-07-20
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