DANIEL LOZANO 28 de julio de 2020
"Aquí sólo sobrevivimos
venezolanos desesperados por volver", se defiende un repatriado aludido por
la acusación.
"¿Por
qué no podemos ir a nuestro país? Esa es la gran pregunta, la pregunta del
millón. Y desde el otro lado no nos responden y además nos acusan de estar
contaminados. Yo mismo escuché a Maduro en el ocho (VTV) llamarnos
bioterroristas. ¿Qué es eso? Aquí sólo sobrevivimos venezolanos desesperados
por volver a nuestra Venezuela".
Así
se expresó la voz cantante, que prefirió no dar su nombre, de una pequeña
comitiva acompañó al reportero del diario español El Mundo por un campamento de
"bioterroristas" en la frontera colombo-venezolana.
A
José Reyes, de 38 años, en cambio, no le importó dar la cara y acusó al régimen
de Maduro por la espera, y a los colombianos que se benefician de la espera.
Reyes es uno más entre el pequeño mar de tiendas, improvisadas con plásticos y
palos, que crecen todos los días. Los niños buscan troncos de árbol para
cocinar en los alrededores. A machetazos, lo convierten en leña. Como Luis
Mesa, de 12 años, y su hermano, que acortan los días sin dejar de trabajar para
regresar a su barrio del Cementerio, uno de los más duros de Caracas.
Mientras
otras jóvenes lavan la ropa en una acequia inmunda, la misma en la que se bañan
quienes no pueden pagar los 1.000 pesos colombianos que cobran en las
inmediaciones por una ducha corta. "Aquí nos cuidamos entre todos, no se
pierde nada. Tampoco hay jefes, estamos todos a una", confirma Reyes con
el consentimiento de los presentes "bioterroristas"..
Estamos
en Villa del Rosario, muy cerca del Puente Internacional Simón Bolívar, el
mismo que separa los dos países. Varios cientos de personas, casi 2.000 según
sus habitantes, en torno a 1.200 según las autoridades, se han desplegado en
los alrededores de un antiguo cuartel derruido. No parece el siglo XXI, mucho
menos los hijos del país con las mayores reservas de petróleo del planeta y con
las principales riquezas en oro, diamantes, gas y coltán del subcontinente. Los
elegidos que han dejado de serlo por obra y gracia de la revolución de la
"suprema felicidad".
Ante
el desbordamiento que se vive en la frontera, las autoridades regionales del
Norte de Santander han reclamado a los emigrantes que dejen de sumarse a los
que ya están en este campamento improvisado, una petición imposible: sin
horizonte visible, la pandemia fuerza a los que se quedaron sin empleo o
arriendo a regresar a su país. Ya son en torno a 100.000 los que han logrado
pasar al otro lado; 30.000 permanecen varados en la frontera y 20.000, en
Bogotá.
En
el campamento anónimo esperan pequeños milagros todos los días: que los
trasladen al refugio oficial levantado en el Puente de Tienditas, a pocos
kilómetros; que llegue el agua; que den comida a todos y no sólo a los niños…
Y, sobre todo, saltar a Venezuela. Y todo ello pese a que los emigrantes se
sienten señalados por su propio régimen.
"Su
obligación es recibirnos. Hemos llegado huyendo de la pandemia desde Chile,
Perú, Ecuador y de otras ciudades de Colombia para seguir camino a casa. Pero
el Gobierno no nos deja pasar. No queremos ayuda, lo que queremos es irnos y la
obligación allá es recibirnos", resume R. P., de 27 años, policía en algún
momento de su otra vida.
El
"presidente pueblo" no piensa lo mismo, ni mucho menos. El Gobierno
bolivariano sólo permite el paso a pequeños grupos, de 300, tres veces a la
semana. Todos ellos serán confinados al menos dos semanas antes de seguir el
viaje, pero el tiempo se prolonga en condiciones muy precarias. En San Antonio,
primer municipio en territorio venezolano, los emigrantes se atrevieron a
protestar el pasado jueves en la noche, pese a que saben que no sólo militares
y policías chavistas les vigilan, también sus amigos de la guerrilla
colombiana.
Uno
de los manifestantes acusado de ser de los bioterroristas denunció a El Mundo
que ya ha superado un mes en las instalaciones improvisadas por el régimen
venezolano. "No nos dan respuestas, nos tienen engañados", se queja.
La comida llega por cuentagotas y no siempre en buen estado.
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