Por Simón García
El régimen tiene clara su
prioridad: hacer elecciones e impedir que las gane la oposición. Lo obsesiona
sacarse el clavo ardiente del 2015. Cinco años después viene por la revancha y
es útil partir de que intentará imponerle a la oposición, las condiciones
desventajosas que pueda.
Los dirigentes opositores, que
no quisieron pagar durante el 2019 ningún costo para hacer factible una ruta de
cambio, están en el brete de pagarlos ahora o extender las verrugas de la
estrategia cuyo fracaso se niegan a reconocer.
Ese retraso los conduce
paradójicamente a coincidir, por otros motivos, con la prioridad electoral del
gobierno o decidirse a luchar fuertemente en medio de desigualdades que el
régimen va a sostener y endurecer con un recetario de provocaciones preparadas
para que haya opositores que “libremente” decidan encerrarse en una cuarentena
electoral.
Ahora nos toca, entre todos
los que mantengan el interés de salir del hoyo, aferrar el imperativo moral de
actuar para que el 6 de diciembre no se produzca un avance en la hegemonía
autoritaria y no se arrase con la única institución que nos conecta con la
democracia, con el mundo y con el futuro. Obligación, además de eficacia para
persistir en salvar al país.
La abstención en sí misma no
siempre es condenable. Es una posición que busca convertir la inhibición ciudadana
en detonante de cambio. Pero la que se está formando es peculiar: los que
piensan quedarse en casa no lo hacen atendiendo a los partidos, sino por
un doble rechazo. A un gobierno que consideran inderrotable y a una oposición
que les produce cansancio y des-ilusión. Esa abstención deslegitima a los dos
factores minoritarios que han convertido la política en una lucha de poder
vacía de contenido social y sentido de país.
Los numerólogos advierten
que a mayor abstención, sobre todo de capas medias, mayor chance tendrá el
oficialismo de ganar. Así que cada 1 % de ciudadanos que pase de “decidido a
votar” a “muy decidido a votar” es una palada que entierra al régimen en una
derrota que mostrará al mundo su falta de apoyo popular, aumentará la presión
para acordar elecciones presidenciales y hará evidente que para salir de la
crisis hace falta algo más que las dos minorías que están encerradas en
burbujas paralelas de poder, cada una tratando de eliminar a la otra.
La acción inmediata puede
tener cuatro vertientes. Una urgente, volver a los acuerdos parciales para
enfrentar el hambre, el pico de la pandemia y la crisis de servicios. Otra,
acompañar las pequeñas protesta de la gente y en paralelo prepararse para
reunir condiciones de participación electoral. Finalmente afirmar la imagen del
país que queremos.
Participar en el proceso
electoral exige construir condiciones en la oposición y no sólo mejorar las que
dicta el CNE. Organizar, adaptado a la pandemia, el gran rechazo de la sociedad
al gobierno. Un rechazo virtuoso que evidencie una victoria de los ciudadanos,
preserve una Asamblea Nacional como motor de la transición y restablezca el
voto como herramienta de lucha.
Es hora de ponerle fin a la
incertidumbre de los demócratas. Dar los pasos inevitables para construir una
contra estrategia al plan de Maduro de perpetuarse en el poder por abstención y
poder pasar a una fase semi totalitaria de dominación.
19-07-20
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