Miguel Méndez Rodulfo 09 de septiembre de 2020
En
1979 se presentó ante el Senado de los EEUU, para su ratificación, el tratado
SALT II referido a control de armas nucleares. A fin de obtener la mayoría
necesaria de las 2/3 partes, los líderes de los partidos deseaban agregar una
enmienda: el consentimiento de la Unión Soviética. Entonces se decidió enviar a
un joven senador a Moscú con la misión de entrevistarse con el veteranísimo
Ministro de Asuntos Exteriores de la URSS, Andrei Gromyko, y convencerlo de que
su país le diera aprobación al tratado.
El
encuentro fue desigual: un senador joven contra un diplomático sagaz y curtido.
Gromyko abrió la reunión con una elocuente disquisición de una hora, en la que
explicaba que los soviéticos siempre habían tenido que jugar a alcanzar a los
estadounidenses en la carrera armamentista. Concluyó con un argumento enérgico
en el sentido de que el SALT II era favorable para los estadounidenses y que
por tanto el senado debía ratificar el tratado sin modificación alguna. Pero se
negó a darle su consentimiento como era el propósito de la enmienda.
Cuando
le tocó el turno al senador, en lugar de ponerse en posición de ataque,
pronunció las siguientes palabras con toda serenidad. “Señor Gromyko, su
argumento es muy persuasivo. Estoy de acuerdo con muchas de las cosas que ha
dicho. Sin embargo, cuando regrese y les comunique a mis colegas del Senado lo
que usted me ha dicho, algunos de ellos como el Senador Goldwater o el Senador
Helms, no quedarán muy convencidos y me temo que la opinión de ellos tiene
mucho peso”. El senador entonces comenzó a exponer los puntos que le
preocupaban: “Usted es la persona que tiene más experiencia en el mundo en
estas cuestiones del control de armas. ¿Qué me aconseja? ¿Cómo debo responder a
las inquietudes de mis colegas?
El
canciller no pudo resistir la tentación de brindarle su sabiduría al inexperto
senador norteamericano. Comenzó a darle instrucciones sobre lo que debería
decirles a los senadores escépticos. El joven fue presentando los argumentos
que tendría que rebatir, uno por uno y anotando las sugerencias. Fue una
reunión muy productiva y satisfactoria para ambas partes. Al final los
soviéticos dieron su consentimiento al tratado con lo que se materializó la
enmienda. El Tratado se aprobó. El nombre del senador: Joe Biden.
Esta
historia la tomé del libro sobre negociación de William Ury, publicado en 1991,
en el que se recogen casos emblemáticos de negociación, porque nos dice mucho
más de Biden de lo que los medios del partido republicano pregonan, sobre todo
su carencia de ángel, su sosería, su poca capacidad de conectar con las masas y
su inacción.
La
historia trasluce una amplísima actividad parlamentaria, con todo lo que eso
significa y sus 8 años como Vicepresidente, lo que lo posiciona en un
conocimiento profundo del poder ejecutivo. Pero además, para conocer a Biden
hay que revisar el debate vicepresidencial de 2012, televisado nacionalmente,
entre él y un muy joven, pero competente Paul Ryan.
El
primer debate entre Obama y Romney, unos días antes, lo había perdido el
Presidente, de manera que era crucial un triunfo demócrata. Biden se afincó con
todos los hierros y fue claramente el ganador de ese debate, que reflotó la
candidatura de Obama, lo que finalmente le permitió repetir en la Casa Blanca.
Estos
fueron algunos comentarios de prensa: “Joe Biden le devolvió el peso, la
robustez y la credibilidad a la presidencia de Barack Obama, tras el pobre
desempeño del mandatario en su debate con Mitt Romney del que salió cojeando.
Es evidente que Biden tenía la orden de responder, atacar y no dejar pasar sin
desafiar los argumentos de Paul Ryan, cosa que no hizo Obama con Romney. Pero
más allá, Biden sacó todo su arsenal de político veterano con fluidez, cambios
de tono, retórica dirigida contra su contrincante, respuestas dirigidas a la
moderadora y conversación dirigida directamente a la cámara hablándole a la
nación”.
Resultará
muy interesante el debate con Trump, porque Biden es un guerrero que no va a
tener la compostura de Hillary.
Miguel
Méndez Rodulfo
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